Diástole cuenta los cuatro días que Jérôme, un pintor adicto a la heroína, emplea para retratar a un enigmático personaje llamado Iván en una ciudad próxima a los Pirineos franceses. Cuatro jornadas de rutina en los que se pincha por el camino antes de llegar hasta la mansión, encuentra a su cliente en una habitación que cambia cada jornada, toma los trastos de pintar y acomete su labor mientras Iván le cuenta parte de su vida. Un acto de nudismo en el cual revela los hechos que le han marcado y que servirán al pintor para tejer las luces, texturas, emociones… que definirán el cuadro.
La novela se divide en dos partes cuyas secciones se suceden, y repiten, delimitando el ritmo. Comienza con el relato en primera persona de Jerôme que marca el tono; una narración nada edulcorada, plena de desencanto, sucia, sobre un artista caído en desgracia que se encuentra con un regalo envenenado al que no puede resistirse. Y a partir de ella surgen los extensos monólogos de Iván que, a la postre, son el segmento crucial de Diástole y dotan de sentido a la historia de Jérôme. Un relato descarnado que define un personaje que vivió el temible sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, medró sin llamar la atención en la URSS y ha resistido en los bosques de los alrededores de Chernobyl después de la catástrofe nuclear. El retrato de un superviviente que, por una serie de avatares, se ha visto obligado a huir alejándose de sus semejantes y está exhausto, próximo a rendirse ante lo inevitable.
Ambos fragmentos, profundamente existencialista en el caso de Iván, tienen mucho de purgatorio. Abundan en una atmósfera de dolor, angustia, sacrificio… con la característica adicional que conectan a dos personajes quebrados por la «pérdida» y unidos por un desenlace que, después de todos los padecimientos, expone la cara más hermosa de la faceta del creador: la posibilidad de reinterpretar la realidad para devolverla como algo nuevo. El arte como don para redescubrir la vida. Un pequeño aldabonazo final que da sentido a su sufrimiento y desvela la belleza que emana de tanto dolor.
Emilio Bueso ha trabajado la estética de la historia a través de una prosa llena de acciones e imágenes ásperas, con un lenguaje que hurga en la faceta más sucia de la realidad y crea una textura especial repleta de contrastes. Por ejemplo entre los momentos más degradantes de Jérôme en los momentos previos a meterse un chute y las luminosas pausas posteriores. Situaciones puntuadas abundantemente por las palabras diástole-sístole, que aparecen cada dos por tres para subrayar las fases de relajación-contracción por las que atraviesa. Asimismo, el lenguaje abunda en comparaciones, símiles y otras figuras retóricas nada estereotipadas en un ejercicio de funambulismo que da a la narración una elevada plasticidad y que oscila de lo más hermoso en las imágenes más conseguidas a lo más fallido en las peor urdidas. Una imperfección que no mengua el interés de una novela que acierta a renovar un arquetipo que parecía agotado.
Y aquí está precisamente lo que más me ha molestado de Diástole; ver cómo uno de los elementos narrativos más importantes que utiliza Bueso para crear atmósfera, la ambigüedad a la hora de construir el misterio detrás de Iván, queda coartado por la ilustración de cubierta del libro y el texto de la cubierta trasea. Algo que ya ha comentado, por ejemplo, Santiago Gª Solans en Lothlórien. No se puede decir que el lector no pueda descubrir pronto de lo que se trata, pero quiebra el juego con las convenciones que está en el corazón de la novela.
Después hay detalles menores que también me han chirriado, como el elemento de thriller que no termina de casar con la historia de ambos personajes. Y algo que está en mis muchos debes. Soy lector de peripecia y ésta en Diástole se me ha hecho un tanto escasa; apenas pasa nada más de lo apuntado en el argumento inicial. Aunque tampoco es algo que se le pueda achacar a una novela que se disfruta más como experiencia estética que como historia para contar alrededor de la hoguera.
Pingback: El escondite de Grisha, de Ismael Martínez Biurrun | C
Pingback: Esta noche arderá el cielo, de Emilio Bueso ← Literatura Prospectiva