State of Play

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La redacción de State of Play

No sé si conocen Damages, la serie más tramposa que he visto estos últimos años, con un guión sustentado sobre una serie de giros y técnicas narrativas que, a medida que avanza la trama, se tornan más evidentes y sucios. Un ejercicio de trilerismo televisivo que, no me molesta reconocer, he disfrutado enormemente dejándome arrastrar por la historia y ese fabuloso casting que le da cuerpo (aunque me falta por ver la tercera y última temporada). Alguna vez, mientras la visionaba, me preguntaba si era posible concebir hoy en día un thriller que mantuviese su elevada tensión sin recurrir a esa desvergonzada exhibición de efectismo gratuito. Supongo que cualquiera que lea este texto tendrá su propia respuesta, pero hace un par de semanas descubrí el mío. Tras la recomendación de mi tocayo-gurú Nacho, y después de hacer el pino con las orejas para encontrarla en el emulechannel, he visto State of Play.

Casi no hay palabras.

El guión es tan bueno como uno espera de Paul Abbot, creador de la sensacional Shameless, que saca el máximo partido al tradicional formato británico de seis episodios de una hora de duración. Media docena de capítulos concebidos con una unidad interna a prueba de bombas, con un inicio que abre cada acto con todo el sentido sin necesidad de recurrir a un «como veíamos en el último episodio», un desarrollo absolutamente coherente con lo que la trama demanda en cada momento (plantear enigmas en el primer episodio, resolver parte de ellos y descubrir otros derivados en los episodios intermedios, atar todo en un desenlace casi perfecto), unos diálogos acojonantes, una intriga medida con pie de rey, sin subterfugios… Todo puesto al servicio de una trama concebida hace siete años pero que sigue a la orden del día, centrada en la acción de los lobbys sobre la política (en este caso del petróleo) y la importancia de la ética periodística para revelar sus «juegos».

State of Play

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Su argumento tiene de todo: dos asesinatos sin conexión a priori; un escándalo político centrado en la vida personal de un político, de esos que ocurren mucho en el Reino Unido y de los que aquí apenas nos enteramos; la diferencia de tratamiento de las noticias según a quién afecten; la influencia de las grandes empresas y la clase política sobre los medios de comunicación; lo difícil que resulta mantener la objetividad cuando un periodista está emocionalmente implicado en la noticia; adulterio, flechazos apasionados, confianza y desconfianza entre compañeros… Incluso contiene momentos de alivio cómico británico como sólo ellos saben hacerlo.

La visión de los medios de comunicación es esencialmente buenista. No se ocultan los subterfugios que utilizan los periodistas para obtener información de policías, médicos, recepcionistas… pero en el aire hay un maniqueísmo fraguado sobre la base de periodistas buenos e idealistas, políticos malos o muy malos, y policía tonta y burra (cuando no está atada de manos). Puede que muchas veces sea así pero castra una visión más crítica de la labor periodística; más en un país en el que, como se demostró hace unas semanas con The Times, hasta los diarios más serios se ven impregnados del amarillismo de los tabloides. Esto y la resolución un tanto arbitraria de un par de puntos en la trama es lo único que puedo echar en cara a State of Play.

Quería dejar para el final los personajes, deliciosamente trazados, carismáticos, con una serie de dudas, miedos, certezas… que cambian a medida que la trama actúa sobre ellos y que les otorga un volumen fundamental para que parezcan vivos. Ayudan mucho las interpretaciones de actores en plenitud de facultades. Los dos protagonistas (John Simm y David Morrissey) hacen un buen trabajo pero brilla especialmente el enorme plantel que los arropa: James McAvoy, Polly Walker, Kelly McDonald… y un glorioso Bill Nighy, el ácido e incisivo editor de The Herald que se come la pantalla y a sus compañeros de escena con cada aparición.

Y al final llega otra pregunta: si en las televisiones españolas que tenemos veremos algún día una serie como ésta sobre un tema de primera magnitud, comprometida, con una factura intachable y con una duración acorde a la historia que quiere contar. Porque no estamos hablando de series de ciencia ficción como Torchwood o Doctor Who, que están fuera de la tradic… espera, que de esto otro, fuera de cosas que hizo Televisión Española hace décadas, tampoco hay nada.

Debe ser un infierno vivir de guionista de televisión en España, tener unos ciertos gustos y no poder desarrollarlos porque el mercado busca otras cosas.

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7 respuestas a State of Play

  1. egan dijo:

    Es británica y con toques de humor homónimo, que sorpresón más agradable. Por muchas diferencias que hayan siempre estarán más cercanos que los yanquis. Por lo que veo es de la BBC, otra garantía de calidad mínima. Le daremos al Emule, no vienen mal las recomendaciones cara al veranito, con el panorama televisivo que hay, je, je

  2. vanjav dijo:

    En el Reino Unido hacen series de televisión con muy buen oficio. Las yankies son seriales televisivos industrializados. Vamos, como comparar un filete ruso con una hamburguesa.

  3. Risingson dijo:

    Es curioso, pero la versión americana (en película) se me hizo bastante más pesada que esta británica. Lo único que no me gusta es esa manía de los personajes por dar a conocer su orgullo cultural patriota, que llega a niveles ridículos con lo del rollo de cuando ponen Death in Vegas en la habitación.

  4. Grendel dijo:

    The West Wing, Firefly, Spartacus, Boston Legal, The Wire, The Shield, Studio 60, Buffy-Angel, Damages, Band of Brothers, y un largo etcétera que se me olvida.

    Hamburguesas. Quiero más hamburguesas.

  5. francisco dijo:

    en España ha habido series como Circulo rojo o Acusados que mas o menos cumplen esos requisitos…

  6. Nacho dijo:

    No conozco «Círculo rojo». Sí «Acusados» y me pareció una copia pobre y un tanto burda de «Damages». Y mira que me gusta el trabajo de Blanca Portillo.

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