
A timba abierta
La apuesta de Salto de página por ciertos nombres funciona y, poco a poco, afianza su política de autor. Les ha ido bien con Jon Bilbao o Carlos Salem y parece que las cosas también están encarriladas para Ismael Martínez Biurrun, que en breve verá publicada su nueva novela, El escondite de Grisha, u Óscar Urra. De este último acaban de aparecer Bacarrá, su tercera novela en la editorial, y la reedición de A timba abierta, el comienzo de las aventuras del detective Julio Cabria.
Cabria se presenta en sus páginas como un ludópata irremediable, de los de jugarse hasta los ahorros de su hija en las timbas de mala muerte en las que participa por Madrid, hasta haber perdido en una de ellas todo el dinero que no tenía. A punto de arrojarse desde la azotea del edificio donde tiene su despacho, es contratado por un mafiosillo local, El Botines, para encontrar a Pandora: una mujer que no conoce y cuya mera mención causa la violenta muerte de cualquiera que ande tras ella. Ahí se inicia una búsqueda por la zona más céntrica de Madrid (la Cava Baja, La Latina, Antón Martín, la plaza de Tirso de Molina…), si es que Madrid tiene de eso, en la que Cabria, además de localizar a Pandora, dará rienda suelta a su pasión por los gin tonics, algún que otro chuletón y las timbas que llenan sus noches de póker, blackjack…
Este es el argumento por el que se mueve el inicio de las aventuras literarias de Cabria, que posteriormente han proseguido en Impar y rojo y en Bacarrá. Un lugar narrativo donde el día a día del (pequeño) bajo mundo de esta zona de Madrid se recrea con las extravagancias justas y cuya descripción supone el leit motiv de A timba abierta. La historia de Pandora no deja de ser, en la mayor parte de su extensión, un MacGuffin destinado a hacer interaccionar a los personajes; una excusa para tener algo que contar más allá de la construcción de un escenario y unos personajes bien fundamentados. De hecho, la propia aparición de Pandora supone una pequeña decepción cuando se materializa. Se muestra como un personaje absolutamente ajeno a lo que la experiencia de Cabria supone y abre las puertas a un recurso argumental bastante traído por los pelos que, en mi caso, me ha sacado de una novela que, más o menos, estaba disfrutando. Quizás habría tenido más sentido en una nueva aventura del detective, y aquí haber hecho uso de un recurso más cotidiano, más integrado con el paisaje y el paisanaje.
Una mención merece la técnica con la que Urra relata la novela. En su mayor parte A timba abierta está narrada en tercera persona y, además de en las andanzas de Cabria, se centra cuando es necesario en otros personajes como Meléndez, un policía que va a contraer matrimonio con la exmujer del detective; o César, dueño de El Portón, el bar donde Cabria echa las horas muertas. Además, en cursiva, se plasman las soflamas anarquistas que un personaje vierte en su blog y que serán relevantes llegado el desenlace. Lejos de utilizar un lenguaje funcional más centrado en la narración que en la creación de imágenes, o de usar uno directo tal y como suele ser habitual en mucha novela negra, Urra construye un estilo donde destaca la abundancia de figuras retóricas. A partir de ellas urde un discurso deliberadamente ambiguo donde los dobles sentidos se acentúan mientras las frases se alargan y retuercen, rozando en ocasiones la extenuación. Un estilo que ahonda la personalidad A timba abierta… aunque a veces enlace información no del todo relevante para la historia.
No tengo del todo claro que siga con la siguiente novela, Impar y rojo, pero entre la brevedad de la obra y los aciertos de Urra tampoco me cierro a seguir con la serie. Supongo que, como tantas veces, será cuestión de ver por dónde me llevan los impulsos en las próximas visitas a la librería.