Este año he leído un par de novelas históricas sobre la invasión de Britania en tiempos del emperador Claudio diametralmente opuestas. La primera hace unos meses: El Águila del Imperio de Simon Scarrow, primera entrega de la serie del Águila. Una novela con aire a película de colegas y dosis de intriga palaciega centrada en la llegada de las legiones a las costas de la isla. Sin estar mal, no me animó a seguir con el resto; la edición estaba plagada de erratas y su precio era poco atractivo. Y hace unos días he terminado La isla de los espíritus de Henry Treece, que gira en torno a las tribus belgas asentadas en el sudeste de Britania y que cayeron ante el poder de Roma. A mi entender una obra más satisfactoria.
La isla de los espíritus se desarrolla entre los años 30 y 56 d.C. y relata un cuarto de siglo en la vida de sus personajes, desde su adolescencia hasta la completa madurez. Pero a diferencia de los novelones que pueblan las estanterías de histórica apenas se extiende a lo largo de 250 páginas. Este pequeño hito de concreción se entiende dada la buena mano para la elipsis que muestra Treece, capaz de desarrollar los hechos fundamentales sin perderse en escenas supérfluas y de definir sus personajes de forma certera en un par de apariciones. Asimismo los diálogos no son la piedra angular de la narración y abundan las descripciones de las costumbres de los pueblos celtas antes de la llegada de los romanos, con un fuerte tono neorromántico.
La novela tiene mucho de loa al modo de vida de los celtas, un poco a la manera que Tolkien añoraba a través de sus Hobbits una idealizada Inglaterra medieval. A través de las vivencias de sus personajes se hace un elogio de unos hombres valientes sin miedo al desastre que disfrutaban de una naturaleza todavía no alterada por la mano del hombre y que sacaban partido a cada instante del día. Sin embargo, a la vez, Treece no pierde la perspectiva y muestra sus prácticas menos agradables o abiertamente abominables como ciertos ritos religiosas o su (irracional) sentido del honor. Como muestra ahí está el cariz trágico que toma la vida de Gwyndoc, el protagonista central de la historia, no por la llegada de los romanos sino por todo lo que acarrea mantenerse fiel a unos comportamientos que terminan conduciéndole casi a la ruina.
Esto hace de La isla de los espíritus una historia vigorosa y atractiva a la que sólo se le puede achacar un ritmo un tanto moroso, seguramente porque fue escrita en un tiempo (hace más de medio siglo) en el que los relatos se abordaban de otra forma. Lo peor, sin duda, el precio. Vale que el público de la novela histórica es diferente, que en este nicho de mercado suele ser lo habitual, que el formato está muy cuidado… Pero 23 euros por una novela de 250 páginas me parece un tanto excesivo, aún en estos tiempos.
Las erratas indican una falta de profesionalidad integral por parte de una editorial. Y luego hablan de la cultura y bla bla bla zzzzzzzzz…
Pues a mí se me cayó de las manos. Las inexactitudes, tanto en lo destacado como loable como en lo mostrado como aberrante, son escandalosas, así que como novela _histórica_ me reventó la suspensión de incredulidad en cuanto acumuló barbaridades suficientes. Y como novela a secas tampoco me pareció muy allá; el ritmo confuso (cuando pasa mucho tiempo entre sucesos no hay sensación de ello, y a veces una escena puntual se alargaba hasta aburrir) y la mala definición de los personajes (lo siento, pero no estoy de acuerdo con lo que dices de «definidos de forma certera con un par de apariciones»; resultaban arquetípicos hasta lo pueril) consiguieron entre aburrirme y mosquearme. La excusa del medio siglo no vale; más tiempo ha pasado para otros autores cuyas novelas no tienen ese problema. Si esta novela tuvo éxito en su tiempo fue por que era la época de idealización de lo céltico (daba igual que fuera verídicamente histórico o no; en aquel momento se crearon un montón de leyendas urbanas sobre unos celtas que jamás existieron, ficciones que aún hoy hay quien toma como ciertas), pero en la actualidad no se sostiene a poco criterio que uno aplique.