Tal y como comentan diversos especialistas en literatura fantástica, el premio Minotauro se ha constituido como un termómetro perfecto para testar cómo andan en nuestro país los géneros que engloba: ciencia ficción, fantasía y terror. Principalemente desde tres vertientes. Primero, da testimonio de cuál es la temática más aceptada ahora mismo por el “mercado”: los ganadores se enclavan dentro de lo que se reconoce como fantasía, una temática heterogénea que arrasa en las listas de ventas, muchas veces con novelas deficientes que no merecerían tal honor. Afortunadamente, cada una de las galardonadas posee una acusada personalidad que, sin dejar de formar parte de un corpus mayor, le aporta cualidades bastante atractivas.
Segundo, tras las novelas de León Arsenal y Rodolfo Martínez ha sido otro autor surgido del mundo aficionado y curtido a lo largo de la década de los 90 el que se ha llevado el gato al agua. Su nombre Javier Negrete. Un escritor que desde el año 2003, cuando publicó La espada de fuego, ha roto los grises límites de ventas que se suelen asociar a los autores nacionales de género y dado un salto cuantitativo que, tristemente, no se ha reproducido en las obras publicadas por otros autores de su misma generación. Generación que, por lo que parece (tal y como, p.e., indica el premio), todavía se encuentra por delante de los autores surgidos posteriormente.
Y tercero, a pesar de que el nivel medio es bueno y se compite de tú a tú, sin complejos, con el mejor material fantástico que se publica de otras literaturas… todavía queda lejos de los grandes hitos que se publican año a año, tanto en la forma como en el fondo. Esperemos que a lo largo del próximo lustro ese margen de mejora siga ajustándose y tengamos, por fin, una obra maestra de la literatura fantástica producida por un autor español surgido del fandom.
Entrando ya en Señores del Olimpo, Negrete se acerca de nuevo a una de sus pasiones, la Grecia clásica, para trazar una narración aventurera que novela uno de sus mitos más desconocidos por el lector medio: la gigantomaquia. Un crepúsculo de los dioses en clave mediterránea que sitúa a los olímpicos en una tesitura similar a la que atravesaron previamente sus antecesores, los titanes, o, pasando a otro entorno cultural diferente, los dioses nórdicos con su Ragnarok. En sus páginas Zeus, Hera, Atenea, Apolo, Ares y compañía se enfrentan en una guerra sin cuartel a unos enemigos en apariencia invencibles que, literalmente, se las hacen pasar canutas.
Al igual que ocurriese con su anterior obra, El espíritu del mago, Negrete apuesta por una novela coral con múltiples personajes cuyas acciones se van siguiendo de forma paralela y que dibujan un amplio panorama de lo que ocurre por toda la geografía del argumento. Sin embargo ahora los capítulos son mucho más cortos, con una media de 7 u 8 páginas, que propician un ritmo más frenético y fácil; lo que unido al didactismo de, unas veces, insinuar u, otras, explicar con detenimiento muchos de los motivos básicos de la mitología Griega, le proporcionen al libro un matiz juvenil que lo puede hacer especialmente disfrutable por adolescentes con interés por conocer el tema… o, incluso, al lector que quiera profundizar y descubrir una nueva cosmogonía. El autor no se contenta con utilizar el canon mítico, de por si bastante disperso, sino que juega con esos elementos para dar forma a una nueva versión, con ingredientes de otras mitologías y que atesora su propio sabor. Además acierta de pleno a la hora de componer la personalidad de sus protagonistas, respetándose la imagen que podamos tener de los dioses griegos y consumando unos retratos tan egoístas, hedonistas, egocéntricos, torpes, vulgares, inteligentes, sagaces, cobardes o prepotentes como deben ser.
Aunque existe un hilo cronológico que liga los diversos acontecimientos unos con otros, a veces, por necesidades del guión, se desarrollan hechos que no parece que puedan ocurrir en paralelo debido a la diferencia temporal que requieren, violentándose el fluir natural de la historia. Como un viaje a la Cólquide que debiera llevar mucho más tiempo y que contrasta con acciones abordadas por otros personajes intercaladas en medio y que dan la sensación de transcurrir a cámara lenta. Asimismo, a título personal, la épica que se construye queda por detrás de la conseguida en la mentada El espíritu del mago. De hecho las últimas cien páginas vuelven a situarnos una batalla descomunal a lo todos contra todos que me ha resultado menos interesante.
Detalles que no restan ni un ápice a lo dicho o al proverbial pulso narrativo que Negrete imprime a sus obras. Pulso que, sumado a lo anterior, convierte a Señores del Olimpo en un divertimento tan venial como inteligente que, ahora que se acerca la canícula, supone el reemplazo perfecto para los matarratos un tanto estúpidos que se suelen recomendar como lecturas de playa. ¿Por qué destrozar nuestras neuronas con obritas de medio pelo cuando podemos divertirnos con una narración mayestática como ésta?