He terminado hace un par de días el segundo libro de Viriconium de M. John Harrison y todavía estoy trastornado por la tremenda tormenta sinestésica que arremete durante sus 200 páginas de extensión. Pocas obras de fantasía (aparentemente) heroica, por no decir ninguna, nos bombardean con el caudal descriptivo que despliega el escritor inglés en Tormenta de alas. Novela que encierra una profunda base subversiva: definitivamente rompe con todas las convenciones de este subgénero.
Casi un siglo después de sobrevivir a la guerra total desatada por las tribus del Norte, los habitantes de Viriconium deben enfrentarse a un peligro todavía mayor: el Signo de la Langosta. Un culto que se extiende como un incendio en el verano californiano por los barrios bajos de la ciudad. Tras una serie de extraños sucesos que incluyen el retorno de un envejecido Sepulcro, el Enano de Hierro, el descubrimiento de una cabeza de un insecto gigante y una serie extrañas apariciones, la reina Jane reúne a un variopinto grupo de aventureros para descubrir qué hay detrás de la creciente locura que amenaza con destruir la civilización.
Tormenta de alas comienza como una progresión argumental de «La ciudad pastel», la novela que aquí en España quedó recogida en Caballeros de Viriconium, cambiando una amenaza eminentemente «física» por otra metafísica mucho más difícil de aprehender. Amenaza que empieza como un culto religioso que afecta al comportamiento de los habitantes de Viriconium y que conduce a algo mucho más extenso e inquietante, hecho que queda de manifiesto cuando el viaje de exploración que inician los personajes mediada la novela, que podría haber sido una simple cacería de bichos, se transforma página a página en un acontecimiento mucho más turbador relacionado con la propia esencia del universo. Harrison entra de lleno en el campo de la interpretación de la realidad que recuerda a la practicada años más tarde por Greg Egan en algunos de sus relatos y novelas más recordados… aunque sin abandonar nunca el campo de la fantasía.
Pero lo que realmente me ha cautivado, una vez más, ha sido su estilo, mucho más afianzado en su personalidad que en «La ciudad pastel» (recordemos, su primera novela escrita diez años antes) y con sus señas de identidad ya totalmente marcadas. Como esa predominancia de las descripciones axfisiantes, llenas de color, olor, sabor… que unen el paisaje exterior por el que transitan los personajes con su opresivo mundo interior. Dos entes la mayoría de las veces separados que en Harrison siempre caminan de la mano, fundiéndose de una manera en la que nunca sabes dónde termina uno y dónde comienza el otro.
La pena es que la edición está un tanto alejada de los los estándares de corrección a los que nos ha acostumbrado Bibliópolis, con una abundancia de errores ortotipográficos que deslucen un poco el conjunto… aunque no llega ni por aproximación a las chapuzas de otras editoriales que todos tenemos en mente. Ahora toca respirar un poco leyendo otras obras para limpiar los pulmones, antes de sumergirme en el último libro de la secuencia, Nocturnos de Viriconium.
Terminé de leerlo el viernes pasado, y coincido contigo en todo cuanto dices. Que en una extensión tan corta sea capaz de ir a ese ritmo mientras sube la densidad de todo es memorable. Mira que la fantasía de Moorcock me ha parecido siempre cansina y reiterativa, pero en esta ocasión se exprime tanto tantísimo la base misma que resulta difícil el no sucumbir.
Uno de los aspectos por el que Melvielle siempre acaba dejándome con hambre es que la metafísica implícita en toda su fantasía siempre se queda poco más que en un apunte, algo como lo que me pasa con mi adorado/odiado Ian Watson: tormentas de ideas que se quedan en poco por falta de atención. Pero aquí, como dices, te la encuentras a cucharadas cada vez más ricas y densas.
El primero me gustó, pero con todo su esencia me pareció en esencia tradicional. Es cierto que está escrito maravillosamente, con una prosa deliciosa que tirando a lo poético no olvida su condición narrativa. Pero lo que queda apuntado no parece que fuera a ir por donde va este segundo libro. En ocasiones me ha recordado en algo a lo que hace Alan Moore en La Liga de Los Hombres Extraordinarios. Esa atmósfera de nostalgia perdida, la amnesia que parece azotar ontológicamente no sólo al mundo en el que transcurre la historia, sino extensivo al Universo, la decadencia misma de la naturaleza, que parece haber agotado ya hasta la última migaja de su brotar.
Que todo eso se logre sin hacer uso de genealogías infinitas, multiplicación de razas, descripciones extensísimas de geografias y lenguajes y prólogos semibíblicos, es casi epatante.
La distorsión progresiva de lo tradicional, esa disolución de las formas, es extraordiaria. Me parece además cojonuda el modo en el que se hace, es preciosa la descripción de la «invasión lunar». El modo en el que se ha extirado todo, logrando que los dos géneros madres (jejeje) se fusionan en este todo exquisito. Esa especie de doble lectura entre fantasía/cifi tan atractiva en Wolfe, queda aquí de otra manera, estéticamente más hermosa en mi parecer.
Tengo que empezar en breve la tercera.
Y sí, sí, tiene ese toque eganiano que en fantasía se hace tan atractivo, pero repito no apuntado como Melvielle, sino inscrito dentro de la misma esencia de la historia.
Magnífica.
Gracias Nacho, de no ser por tu entrada del primero y los comentarios que hay en ella no lo habría leído.
Esto hasta te revitaliza!!!
Son tres volúmenes pero de leeros se me ponen los dientes largos, voy a tener que hacer un esfuerzo monetario pero me los pillaré. Gracias por el apunte.
Bueno Nacho y aún te queda lo mejor, el tercer volumen que dota de una nueva dimensión y profundidad a las dos anteriores.
Mieville todavía es joven y está en la fase de exploración que Harrison comenzó con «La ciudad pastel». Tardó diez años en conseguir algo como «Tormenta de alas»… y treinta en escribir «Luz». Yo le daría unos años más a ver hacia dónde conduce su mundo creativo, aunque para mi está muy lastrado por su desmesura, sobre todo en la extensión. Si «La estación de la Calle Perdido» tuviese 200 páginas menos y varias arrobas menos de autocomplacencia… Quizás por eso me gustó tanto la novela corta «El azogue» y tengo tantas ganas de leer su colección de relatos «Looking for Jake».
A todo esto, lo fascinante es cómo Harrison ha sido fiel a su estilo a lo largo de todas sus obras. Uno coge «El curso del corazón», Viriconium, «Luz», los cuentos de «El mono del hielo» y en todos ellos se encuentran ecos de un mismo corpus conceptual. Tan desasosegante y opresivo como, para mi, atractivo. La estética de lo decadente llevada a la enésima potencia.
Me los apunto, sin dudarlo. Andaba buscando un sustitutivo para el mono que me provocará terminar Festín de cuervos y esperar hasta la salida de Dance with Dragons 🙂 Y estos tienen una pinta muy apetitosa 🙂
¡Saludos!
Vamos, vamos, vamos….me remite aquí Olga y ahora no actualizáis…
Enhorabuena por el programa, digo…por el blog.
Un saludo
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