La verdadera guerra de los mundos

Es una pena que ciertos libros como La verdadera guerra de los mundos no estén despertando la expectación que debieran por razones tan peregrinas y asentadas como su desconocido autor (acentuado por el hecho de que es portugués) o lo disuasorio de su precio. Por mucho que los 17,95 € que tiene marcados como precio estén justificados, a pesar del gancho que supone su publicación coincidiendo con el estreno de la película de Spielberg, para muchos compradores se hace cuesta arriba pagar dicha cantidad por un libro oportunista, que tiene un número de páginas ajeno a los cánones actuales (200; el consumidor siempre busca la mejor relación número de páginas/precio) y un tamaño de letra generoso (no hay más que comparar, por ejemplo, con Sherlock Holmes y las huellas del poeta, libro que en palabras ocupa el doble de extensión, ha sido encajonado en 100 más y apenas cuesta un euro adicional). Y aunque sea una información no aportada por la editorial (es comprensible), no es una novela, sino la suma de tres novelas cortas.

Pero digo bien, es una pena. El derroche de imaginación, agudeza, devoción, ingenio y sagacidad que cultiva João Barreiros merece mejor suerte. Déjenme explicarles por qué.

Las dos primeras novelas cortas, «No nos complace» y «La verdadera invasión marciana», forman una construcción circular coherente que, a parte de suponer un homenaje a H. G. Wells, goza de características propias que la hacen destacable. Aunque el comienzo de «No nos complace» sea poco sorprendente. Juega a ser una continuación de La guerra de los mundos, situando a su autor, Julio Verne, Edgar Rice Burroughs, y dos creaciones literarias suyas, el Doctor Moreau y John Carter, como parte de una expedición de castigo al planeta rojo contra el vencido invasor marciano en la primera década del siglo XX. Pertrechados con una tecnología que mezcla la de la época con la recuperada a partir de los vehículos marcianos, de forma inesperada se encuentran perdidos en la superficie del planeta sin muchas posibilidades de supervivencia… hasta que se topan con una construcción inmensa en la que, a medida que van profundizando, descubrirán la verdad que hay detrás de todo el azar que les rodea.

¿En qué momento este ejercicio de revisión, ya visto otras veces, gana entidad? En mi humilde opinión, la sabia baza de Barreiros radica en el inmenso poder acumulativo que le imprime al conjunto. Como continuación de la obra de Wells y, por extensión, de los romances científicos de finales del XIX, además de coherente supone un guiño tejido con ingenio. Es accesible para el lector novato, que jamás se podrá sentir rebasado, pero también dispone de esa textura genuina que los lectores más curtidos sabrán apreciar. Actualiza las maneras del clásico, le dota de mecanismos literarios ajenos a él (la narración se desarrolla en un tiempo presente que mantiene el suspense y allana la inmersión tanto en la historia como en la resolución del misterio) y baña sus ingredientes con una perspectiva actualizada, imbricando ironía, crítica y análisis en una síntesis compacta que presenta lo mejor que la ciencia ficción ha deparado durante el último siglo y lo que hoy en día depararía si no se hubiese perdido un poco el norte. Buenos personajes, varios enigmas que resolver, dosis adecuadas de especulación, una imaginación afinada, una razonable exposición de la naturaleza humana, un desenlace armonioso,… Incluso algo de acción. Una serie de circunstancias que lo hermanan con las otras dos piezas.

«La verdadera invasión marciana” parte de la respuesta ofrecida en el desenlace de «No nos complace» (un título que resume con genialidad la respuesta que acaba encontrando el grupo de Wells en Marte) para cerrar la circunferencia y acercarnos a cómo se tejió el enrevesado entramado que llevó a los marcianos hasta nuestro planeta. Una invasión preparada a lo largo de millones de años, en un lúcido y abracadabrante plan repleto del más esencial afán de venganza que no tiene su origen en lo evidente. Como en la mayoría de los procesos históricos, detrás de lo superficial reside un complejo armazón de circunstancias cuyo desencadenante en un hecho a priori venial.

De nuevo nos encontramos ante una ironía aguda, un profundo pesimismo en lo que se refiere al progreso humano, un total desprecio por lo políticamente correcto y un extenso conocimiento tanto de la tradición de la ciencia ficción como de sus mecanismos a la hora de analizar la realidad. Un análisis en el que la reivindicación de la imaginación se convierte en herramienta paradigmática ya que es su represión la que acaba originando el problema, fruto de una utilización completamente “racional” no sólo de la ciencia y la tecnología (¿cuántas veces han oído la cantinela el sueño de la razón engendra monstruos) sino también de las correcciones sociales y la coacción en pro de un bien común, que engullen aquéllo que nos define como humanos.

Junto a ambos se ha publicado “Disney en el cielo entre los dumbos”, que argumentalmente no tiene nada que ver pero que participa del mismo corpus conceptual. Los dumbos son unos alienígenas varados en el sistema solar después la destrucción de la nave con la que vagabundeaban por la Galaxia. Desafortundamente para el género humano estos seres se nutren de los recuerdos de otras especies y acaban amenazando a toda la humanidad, convertida en un depósito de “pasado” dispuesto a ser devorado por unos insaciables fagocitadores de sensaciones que abocan a cada individuo a su completa aniquilación.

Al relato se le puede aplicar todo lo comentado anteriormente, de ahí lo ideal de su inclusión en la colección, y alguna cualidad más. Los pasajes durante los cuales el lastimoso humano que sufre la parasitación va perdiendo sus recuerdos de vivencias, olores, colores, sabores, sentimientos, tristezas,… se transmiten con una notable viveza, sensibilidad y variedad de recursos. Además, en estos tiempos en los que se busca la completa accesibilidad del usuario hacia cualquier producto, Barreiros nos aleja desde su inicio de cualquier referente conocido y nos incomoda sumergiéndonos de lleno en otra realidad. Otro mundo que hay que descubrir a través de otros ojos y que en parte acaba teniendo sentido, y en otra parte, no. Como suele ser cuando analizamos una cultura diferente y seguimos a alguien que está perdiendo aquéllo que le permite describir lo que está ocurriendo.

Por último, me agrada una idea que he creído detectar durante su lectura (no sé si erróneamente) y que ya ha sido expuesta en otros contextos por determinados autores, como (lo sé, soy un geek) Neal Stephenson. Resulta que Walt Disney es adorado por los dumbos como si fuese una especie de dios. ¿Por qué estos monstruos que representan el fin de aquello que da un sentido a nuestra existencia (la memoria) acaba siendo idolatrado de esta forma? No puedo quitarme de la cabeza la idea de que su trivialización de los cuentos infantiles, a los que acabó desbrozando de sus componentes primordiales, sacrosanta referencia de una parte de los contenidos que el mercado destina a los niños y preadolescentes, ha contribuido al condicionamiento (¿o debería decir castrando?) de la imaginación de generaciones que se entregan como corderos a lo fácil, directo, inocuo,… sin preocuparse por qué puede haber detrás. Una colonización en toda regla que ha eliminado del imaginario colectivo extensísimas regiones repletas de historias más profundas y complejas, reducidas a la mínima expresión por la temible máquina de la usabilidad. Larga vida a la simplificación, la uniformidad y la repetición de esquemas.

Nota final: Olvídense de lo del precio. Acabo de llegar a casa después de ver La Isla. Día del espectador. Dos entradas, 7,60 €. Menú gigante, 5 €. Gasolina gastada con los desplazamientos 1 € y pico. Voy un día normal y me sale por lo mismo. Un libro como éste se disfruta durante más tiempo y perdura. Proporcionalmente sale más barato.

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7 respuestas a La verdadera guerra de los mundos

  1. fonz dijo:

    Estupenda reseña, gracias por avisar, tenía curiosidad por el libro porque este tipo de pastiches/homenajes me suelen gustar (el estupendo «Las naves del tiempo» de Baxter, p.ej.). Además era otro autor europeo escogido por Bibliópolis y después de Eschbach tiene una pinta interesante.

    Lo de Disney es muy curioso, si te das cuenta las adaptaciones de cuentos populares y de otros autores (Alicia, Pinocho, Peter Pan) junto con su masiva implantación en nuestras memorias, hace que mucha gente no conozca al autor original e identifique a estos personajes como creados por Disney (imagina que en cien años nadie recuerde el nombre del autor de Pinocho). Y lo paradójico es que Disney es una de las empresas que más lucha por extender el plazo en el que la propiedad intelectual pasa a ser de dominio público con el objeto de no perder los derechos de Mickey Mouse, cuando se ha aprovechado de ese mismo dominio público hasta la saciedad.

    Y por otro lado, como comentas, al edulcorar los cuentos infantiles quitándoles toda la «suciedad» (aunque «Pinocho» era de muy mal rollo a ratos)nos priva del contacto con las zonas más primitivas y oscuras de nuestra memoria y nuestro inconsciente colectivo.

  2. Xoota dijo:

    Si es que ya lo habéis dicho todo.

    Escribo para admitir (aunque Fonz me vaya a dar una colleja) que no sé quien es el autor de Pinocho. Hubiera dicho Perrault, pero vamos, que he tenido que (acabo de) buscar en la red para saber que es Carlo Collodi…

    En fin… Qué rabia…

    No puedo estar más de acuerdo con tu último párrafo e idea (no la nota final)… Y me aventuro a decir que no hay mayor castración de la imaginación que la era de lo «políticamente correcto» que estamos viviendo hoy en día…

  3. fonz dijo:

    Te juro que puse Pinocho porque fue el primero que me vino a la cabeza, no fue por incordiar, jeje. Además el ejemplo hubiera funcionado mejor con Alicia, El libro de la Selva o Peter Pan cuyos autores son más conocidos.

  4. Nacho dijo:

    Oye fonz, a ver si puedes establecer alguna comparación con el original. Servidor conoce los ejemplos más comunes (Caperucita, Alicia, Peter Pan,…) Pero, por ejemplo, de Pinocho ni idea.

  5. Xoota dijo:

    Yo creo que al final vamos a coger e ir a la biblioteca pública más cercana a coger el cuento. Porque no se a ti, Nacho, pero a mí ya me ha picado el gusanillo…

  6. fonz dijo:

    Buf, pues mucho me pides porque la película hace muchos años que no la he vuelto a ver, aunque no se me borra de la memoria el momento en que Pinocho se transforma en burro, muy tenebroso y de mal rollo. Porque Disney es el MAL, pero tenía (y tiene) currando a unos artistas cojonudos…

    Por supuesto, el libro de Collodi es bastante más bestia que la película (la violencia constante es muy variada; peleas, palizas a latigazos, cuchilladas, ahorcamientos, ahogamientos…), más surrealista, escrito en un tono muy coloquial y popular y con un sentido del humor muy irónico y a veces nada infantil. Da una imagen de los niños bastante realista, por lo general Pinocho se porta durante casi toda la historia como un cabronazo (recién construido simula que Gepetto le pega para que le metan en la cárcel y así hacer lo que le de la gana), caprichoso, mezquino y macarra (cuando llega a clase el primer día un niño le quiere tocar la nariz, pero Pinocho le mete un cate que lo despanzurra. ¿Consecuencia?, el resto de niños le abrazan encantados). Aunque tiene sus remordimientos y lucha por redimirse.

    Hay escenas realmente buenas, como cuando Pinocho es perseguido por tres asesinos y llega a una casa donde el espectro de una niña de cabello azul «espera su ataúd». Los asesinos alcanzan a Pinocho y le intentan matar acuchillándole y luego ahorcándole. El pobre muñeco se tira horas y horas colgando en la noche, balanceándose en la cuerda hasta casi morir… Como veis antes no se cortaban nada en dar a los niños lo que les mola; muerte y violencia, jajaja, se ve que eran menos traumatizables que nosotros y no les trataban como a idiotas. Por no hablar de los latigazos y puñetazos que recibe cuando se convierte en burro o como el dueño de Pinocho-burro intenta tirarlo al mar con una piedra atada cuando queda cojo para que se ahogue y vender la piel para hacer un tambor.

    El personaje del Grillo sólo aparece al principio brevemente y se deja claro que es la voz de la conciencia de Pinocho. Pero aparecen multitud de animales que hablan, caracoles, cangrejos, tiburones, delfines, gatos, perros, de todo, hasta un gorila juez, un Hada o muñecos parlanchines que le dan un tono bastante surrealista a la historia, recuerda mucho a Alicia. Y como en Alicia a Pinocho le ocurren cienes y cienes de aventuras (el ritmo es vertiginoso ya que fue publicado originalmente por entregas) que en la peli fueron, lógicamente, condensadas.

    Por lo demás es una historia moralista para que se les meta en el cabezón a los chavales que han de estudiar, portarse bien, honrar a papá y a mámá, no ir con extraños, etcétera. Pero este afán moralista se contradice continuamente con la manera de ser de Pinocho que sigue siendo un sinvergüenza buscalíos durante todo el libro, en ese sentido es un pelo subversivo. Se dice que el final (muy criticado en su momento), cuando Pinocho se vuelve bueno al fin y se convierte en niño, fue invención del editor, acostumbrado a incluir moralejas en los libros que publicaba.

  7. Emilce dijo:

    hola me gusto lo que isieron con la guerra de los mundos y los personajes que estan ose los artistas me encanto la final es lo mas sigan asi con eso adios ………

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