Muerte en Breslau

Muerte en Breslau

Muerte en Breslau

Para un observador imparcial del Aburreovejas (es decir, cualquiera menos yo) debe parecer que me he caído en el mundo de los detectives en la Alemania nazi. Y sin ser así, es una idea con peso. Entre las tres novelas de Berlín Noir leídas en los últimos ocho meses y ésta, que se inicia poco después de la llegada de Adolf Hitler al poder, me he sumergido en uno de los períodos más ideosincráticos del siglo pasado bajo el prisma de la novela negra. Una visión un tanto «fácil» (pocos trapos sucios ayuda a sacar de una sociedad que tenía gran parte de ellos a pleno sol) pero con un atractivo singular para el aficionado a los asesinatos, conspiraciones, secretos inconfesables, personajes ambiguos, héroes con pies de barro…

En el caso de Muerte en Breslau, obra del polaco Marek Krajewski, este viaje por los intestinos de la sociedad alemana de la década de los treinta acontece en Breslau, capital de la Baja Silesia, entre los años 1933 y 1934. Allí un detective, Eberhard Mock, se enfrenta al salvaje asesinato de una joven aristócrata y su instritutriz en un vagón de tren donde la joven ha aparecido desventrada, con numerosos escorpiones correteando sobre su cadáver y bajo unas líneas escritas con su sangre en un extraño lenguaje. Una escena dantesca que, después de unos días, obliga a un perdido Mock a tomar un plato amargo: dirigir la investigación hacia un cabeza de turco que nada tiene que ver con el suceso. Una decisión que tendrá su recompensa y, cómo no, sus consecuencias un año más tarde.

Me resulta imposible abordar este comentario sin establecer una comparación con las desventuras de Bernard Gunther narradas por Philip Kerr en novelas como Violetas de marzo o Pálido criminal. Mientras que las primeras ocurren, en su mayor parte, en un Berlín cosmopolita, el ecosistema ideal para que brille la irónica locuacidad de su protagonista, en Muerte en Breslau el foco se mueve por un lugar más «vulgar» con una atmósfera si cabe más viciada. Una ciudad que adolece de los grandes nombres, los lugares míticos, las nuevas fortunas y los entresijos del poder pero en la cual los caciques de nuevo cuño medran entre la rancia aristocracia de provincias. Un sumidero donde la ambigüedad moral es el pan nuestro de cada día y el conocimiento de las bajezas morales de tus iguales la mejor herramienta para preservar tu posición.

Mock es un antiguo masón, habitual de un prostíbulo de lujo y amante del ajedrez (tachán, tachán), que se define casi en las antípodas de Gunther. Tan parco en palabras como en escrúpulos, su idealismo murió hace lustros y pasa de puntillas por los excesos que florecen a su alrededor aferrado a un pragmatismo y a un cinismo que son sus consignas para sobrevivir en el remozado (y amenazador) paisaje prusiano. Un antihéroe a mi modo de ver más creíble que Gunther en el sentido que sí que enmascara las facetas que lo convierten en carne de KZ y que se mueve como nadie en el intrigante microcosmos de Breslau.

Krajewski, más convencional que Kerr, hace uso un narrador omnisciente que tanto sigue a Mock como a un detective más joven llegado desde Berlín. Durante sus correrías, se centra más en los hechos que en los pensamientos, menos en la crítica directa del nazismo mediante la voz del narrador y más en recrear el ambiente opresivo de Breslau. Una ciudad que, entre tanto personaje grotesco en curso de colisión, tantas pasiones a punto de explotar y tanta piedra tiene un alto porcentaje de paisaje gótico. Un calificativo nada gratuito dado que, en un momento de la trama, Muerte en Breslau penetra en el campo de la historia conspirativa a través de una maldición medieval, un elemento extraño para la novela negra convencional cuya verosimilitud depende demasiado de la indulgencia del lector.

Quizás lo que menos me ha gustado ha sido el ritmo desigual, con escenas que se suceden con fluidez engarzadas a otras que no funcionan de la misma manera. Y que más allá de lo increible del giro antes mencionado, el argumento tampoco resulta especialmente vistoso o elaborado. Creo que estos personajes y, sobre todo, este lugar narrativo bien merecían una trama más elaborada, más pulida, más… a su altura. Pero no puedes tenerlo todo. Al menos en una primera novela.

Después de publicar Muerte en Breslau y Fin del mundo en Breslau, las dos en Alamut, RBA compró los derechos de las siguientes novelas de Krajewski protagonizadas por Mock (por ahora seis), de la que ya han publicado Peste en Breslau. Una maniobra que no tengo claro si fue fruto de las ventas (poco se ha escrito sobre ellas) o, más bien, de la fiebre que hay por publicar novela negra (que, muchas veces, terminan en las mesas de saldo en cantidades industriales tal y como se ha podido observar en la actual campaña de rebajas). Supongo que el ritmo al que se publiquen (o no) las próximas entregas nos dará una idea de cómo salió la jugada. En todo caso, me gustaría pegar un pequeño tirón de orejas al encargado de marketting de RBA: identifican Breslau, la ciudad donde se desarrollan las novelas, con la actual Cracovia (Kraków), cuando es Wroclaw. Que alguien le enseñe a utilizar Google Maps. O la Wikipedia.

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