Pálido criminal es la segunda entrega de la trilogía Berlín Noir que, como no podía ser de otra forma, mantiene las señas de identidad que Philip Kerr creó en Violetas de marzo. En esta nueva aventura, el detective Bernie Gunther comienza indagando el chantaje al hijo de una editora de éxito para terminar involucrado en los juegos de poder dentro de las SS. Unos manejos que le llevarán a reincorporarse a la Krippo, el cuerpo policial que abandonó años antes, para investigar el asesinato de varias adolescentes de apariencia aria a manos de un asesino en serie que tiene desconcertados a sus «nuevos» compañeros, oxidados a la hora de realizar el trabajo policial más delicado. Ese que no incluye las palizas sistemáticas a los sospechosos habituales o la creación de pruebas para inculpar a los judíos.
Pálido criminal es una novela bastante más convencional que Violetas de marzo. No es únicamente cuestión de que el personaje ya fuera presentado entonces y no ofrezca rasgos nuevos más allá de su habitual ingenio en los diálogos. O que el escenario ya esté bien delimitado. El lugar por donde se despliega la trama es, desde todos los puntos de vista, mucho más estereotipado y salvo en los casos puntuales donde se distancia del imaginario colectivo, caso de las páginas que se desarrollan en Nuremberg investigando a Julius Streicher, creador del libelo Der Stürmer, o la participación de figuras menos conocidas del régimen nazi como Otto Rhan o Karl Maria Weisthor, todo transcurre por donde era de esperar. De ahí que su lectura sea un tanto rutinaria. Aunque dada la buena mano de Kerr para la narración y la caracterización de personajes a través de los diálogos, es igual de agradable que Violetas de marzo.
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Acabo de terminarlo. Del mismo modo que me ocurrió con «Violetas de marzo», lo que más me gustó del libro es la oscuridad de sus páginas finales. Para el lector más informado, la inevitabilidad del desenlace – que culmina con la «noche de los cristales rotos» – que se percibe en el tono que adopta la narración de Gunter en esas últimas páginas es patente. El resto es tan entretenido como convencional pero, salvo por la intervención activa de Otto Rhan en el complot, muy vívido y creíble.
Por cierto, es la primera vez que leo una novela con fallos de raccord: la pistola de Bernie pasa de ser una Mauser a una Walter y de nuevo a una Mauser en unas pocas páginas.
Por último, sigo pensando que los interludios románticos están metidos con calzador y traicionan el tono amargo que creo que Kerr pretende darle a sus historias.
Me doy un poco de pena como lector. Me dejo guiar tanto por el narrador y por lo que pasa y puede pasar que me pierdo esos detalles. Y completamente de acuerdo con tu opinión.