Hacía mucho que no escribía sobre cómics, así que aquí he preparado otra entrega de píldoras, con un popurrí variado de últimas lecturas.
Comienzo por un tebeo que ya comenté extensamente en una entrada sobre su autor, Paul Grist: Kane tomo 3. No voy a descubrir nada que no explicase entonces. No estamos únicamente ante buenas historias policíacas, con un reparto coral que se perfila en dos pinceladas y evoluciona con suficiencia; nos hallamos ante un notable derroche de arte secuencial en acción. Esta brillantez formal alcanza su máxima y epitómica expresión en «Cadenas». 22 páginas narradas utilizando una arriesgada puesta en página, casi imposible de hacerla funcionar, pero que, como se pueden imaginar, carbura que da gusto. 22 páginas en las que sitúa a la izquierda en vertical, uno encima de otro, tres pantallazos de un noticiario televisivo y sus correspondientes textos con los que avanzamos en la acción (una situación peliaguda con rehenes y un francotirador). Y a la derecha, a toda página, una única imagen que se centra en uno de los múltiples personajes protagonistas, entreviendo un momento culminante de la representación. Un ejercicio de estilo tan apabullante como justificado a los que tan aficionado es Grist y que tan bien le salen (en el segundo tomo había una historia contada a través de un único plano que mantenía durante todas las páginas). En Septiembre sale el cuarto tomo y ya estoy contando las horas para poder leerlo.
Algo completamente diferente se puede testar en Se busca, de Mark Millar y J. G. Jones. Millar, en la parte de su carrera que ha dedicado a forjar una visión hipermacarraguay de los superhéroes, ha ido refinando una descarada facilidad para la incorrección y el exceso, perdiendo capacidad de sorpresa (su arranque con The Authority es inigualable), y ganando en uniformidad, un relativo adocenamiento y una ingente vacuidad. Basta mirar su trabajo en superéxitos como Ultimate X-Men o The Ultimates para comprobarlo. Sin embargo en esta historia con personajes propios, pensada para ser trasladada al cine, quizás con Eminem de protagonista (¡con un par!), se ha soltado el pelo y junto a ese espectacular ilustrador que es J. G. Jones ha conseguido su particular Predicador en el mundo de las capas y los pijamas.
Si Ennis fue capaz de hacer un western posmoderno construido a base de charlas de bar, persecuciones varias y una sucesión de perversiones cada vez más disparatadas, aquí Millar aplica una receta muy parecida a los tebeos de superhéroes. Aúna diversión, chispa, elevadas dosis de acción, violencia, sangre, gracietas a costa de los tebeos normales de superhéroes (genial el rito de iniciación en la casta de supervillanos, en una ceremonia en la que se quema un tebeo Marvel), desinhibiciones varias… y una capacidad para provocar tan gratuita como efectiva. Ideal para pasar un buen rato.
Otro tebeo superheroico con una relativa personalidad es 1602, la primera incursión de Neil Gaiman en el universo Marvel. El punto del que parte es llamativo: coger los personajes más importantes creados por Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko a comienzos de los 60 y trasladarlos cuatro siglos al pasado, en los albores del siglo XVII, diluyendo en la medida de lo posible las historias superheroicas y dotando al conjunto de un fuerte componente histórico.
Inglaterra, reino de libertad, se ve amenazado por los complots para acabar con su reina provenientes desde la pérfida España (están presentes todos los tópicos sobre nuestro pasado; somos La Inquisición versión acabemos con los mutantes a cualquier precio) y Latveria, donde el bello Muerte se prepara para hacerse con un objeto que le dará un poder inconmensurable. Si a esto le unimos que las primeras colonias anglos en un Nuevo Mundo todavía más inhóspito del que conocemos se encuentran amenazadas, y que hace quince años ocurrió «algo» que, si no se remedia, destruirá el universo en unos meses, tenemos la composición de lugar a la que Gaiman da mediocre curso.
¿Mediocre? Sí. Lejos de aplicarse su propia receta de definir el escenario y redimensionar a su entero gusto los arquetipos presentes, tal y como hizo en los sobrevalurados Libros de la magia, opta por el camino fácil: hacer que todos y cada uno de los superhéroes juegen el rol que tenemos asumido, se comporten como tal y evolucionen como sabemos que van a hacer. Así la lectura de los dos tomos que recogen los ocho tebeos originales se convierte en una simple traslación sin más personalidad que un par de variaciones interesantes y una ambientación consistente. El resto no está a la altura de lo exigible, siendo un tebeo de consumo vulgar y carente de genialidad. Una pena.
Pasando a terrenos aledaños, quería comentar Blanco humano: Zonas de choque, tomo que recoge el inicio de la serie regular del personaje recuperado en los últimos años por Peter Milligan. Su idea es convertir las andanzas de Christopher Chance, un tipo con una facilidad innata para transformarse por completo en otras personas y asumir su identidad, en una teleserie a lo El Fugitivo o McGuiver. Un tipo que recorre los EE.UU. (o el mundo), desfaciendo entuertos allí por donde va pasando, haciendo uso de sus incomparables habilidades imitativas.
Al comienzo de este volumen encontramos a Chance tal y como quedaba en la novela gráfica Montaje final, ocupando el lugar de un productor de Hollywood sobre el que se cierne una amenaza fruto del pasado. Una historia de 24 páginas necesaria para empalmar con su nuevo status quo pero un tanto desquiciada; lejos de invitar a seguir leyendo, espanta por su autoreferencialidad y tendencia a la confusión.
No obstante, liberado de este lastre, Milligan rompe con el «pasado» y sitúa a Chance en Nueva York para encarar una historia relacionada con el 11 S. Decepciona la tangencialidad parcial con la que se trata este evento (se le podría haber sacado más jugo) o lo fácil que la narración deviene en una de tiros, pero destaca el retrato de la ambición en un perdedor deseoso de sacar tajada o los monólogos con los que el Blanco humano sitúa su labor y su visión de la Identidad. Cerrando el volumen hallamos una historia que toca el tema del dopping en el deporte profesional, que funciona a pedir de boca como crítica de la hipocresía habitual de los espectadores y medios de comunicación, demandando el máximo espectáculo sin importar las consecuencias que llevan detrás.
EMHO, con el precio Norma no merece la pena, pero si Planeta se decide a seguir con ella se le puede dar una oportunidad porque será mucho más ajustado.
Otro tebeo Vertigo publicado antes de que Planeta se hiciese con los derechos de DC al completo es 2020 Visions. Obra de Jamie Delano, merece la pena leerlo a pesar de la vergonzosa edición con que nos ha llegado por parte de Recerca, fruto de una planificación nula y una falta de profesionalidad intolerable. Sólo hay que comparar el primer volumen con el segundo. Alucinante.
El objetivo de partida de Delano era ofrecer una visión deformada de los EE.UU. situándose a veinte años vista. Un momento lo suficientemente alejado para crear una sátira desmesurada sobre el mercantilismo, la importancia de las apariencias, el consumismo atroz, la industria del sexo o las enormes diferencias sociales, y, a la vez, lo bastante cercano para vernos representados en él.
En la segunda entrega, recogida en el prestigio La Tormenta, cambia el Manhattan del primer arco por una Florida segregada de la Unión, en parte sumergida por las aguas, regida por un cártel que impone una ley hecha a su medida. Allí sitúa una trama de novela negra, sobre la búsqueda de una joven desaparecida en lo que parece ser un sucio asunto de pornografía y que termina teniendo otra dimensión.
2020 Visions es una mezcla entre lo que se puede ver en los tebeos de la Fleetway con lo que uno espera de Vertigo: mucho diálogo con mala uva, una puesta en escena feísta pero, a la vez, atractiva, una ciencia ficción donde la aventura va de la mano de una crítica social, divertidas salidas de tono, violencia,… No cambia la vida pero tiene frescura.
Por último, viniéndonos hasta nuestro país, me ha encantado el álbum de Carlitos Fax, de Albert Monteys, que recopila las historias protagonizadas por este robot-fax del siglo XXXI. No voy a comentar nada que fonz no haya dicho ya en su blog, pero no puedo dejar de recomendar estas divertidísimas aventuras que mezclan la parodia de la ciencia ficción a lo Futurama con los clásicos de Bruguera. O cómo hacer humor de calidad a partir de la ideosincrasia más estúpidamente humana. Casi al mismo nivel que el inconmensurable Calavera Lunar.
Después de leer «Se busca» me han entrado ganas de correr a gorrazos a Millar. El tipo es inteligente y sabe escribir un tebeo más que entretenido. Además, en este caso con más fondo de lo que parece; ¿no es un tebeo de superhéroes una fantasía de poder para chavales?, pues toma, un tebeo que es una fantasía de poder para romper con las fantasías de poder, completamente al desnudo, pasada de rosca y llevada al extremo. O esos supervillanos aburridos, gestionando el mundo como si de grandes macrocorporaciones se tratase. Los toques (inicial y final) a lo «Club de la Lucha» nostanmal pero ya suenan a rebeldía fashion, domada y regurgitada desde el sistema.
Pero cuando ya lo tiene todo enfilado Millar arruina el tebeo con el último episodio.
SPOILER
Por ejemplo el prota se carga a los supermalos con una facilidad ridícula y el epílogo con su señor padre me resultó absurdo e inverosímil, vaya motivos que da el buen señor para pegarse un tiro.
SPOILER
Por no hablar de sus típicos e inevitables chistes de caca-culo-pedo-pis a costa de Dos Caras, Clayface y el Superman subnormal que sale. Por cierto este tebeo me hubiera molado bastante más ambientado en el universo DC, supongo que es un proyecto rechazado y reciclado para la ocasión. Lo digo también porque así no tendríamos que haber soportado el careto de Eminem todo el rato…