Más o menos eso debería darme cada vez que recuerdo los libros que «desprecié» en el pasado para comprar otros que hoy aborrezco. Aquí a la derecha se encuentra uno de ellos, edición de comienzos de los años 90 que hoy se cotiza a un precio descabellado y que, con gusto, acogería en mi biblioteca. ¿Qué hizo servidor cuando lo veía en la tienda? Pues comprarse «cosas» publicadas en la misma colección como El dragón en el mar de Frank Herbert o un par de libros de Orson Scott Card (el temible Ender el Xenocida y la curiosa Saga de Worthing), constatación de mi condición de adolescente que busca más de lo mismo (otro Dune y otro (glubs) Juego de Ender) en vez de enfrentarse a algo diferente. Claro, años más tarde, cuando salió la edición de bolsillo, me hice tanto con Hyperion como con su continuación, pero, como dijo Alejandro Sanz, no es lo mismo…
Vamos a movernos unos años más tarde. Concretamente a mi primera visita a la librería Gigamesh, hacia el año 96 o 97. Entonces no contaba con ingresos, así que tuve que ser muy selectivo en mis compras. Recuerdo haberme pillado el primer tomo de Cerebus (que no he podido terminar; Dave Sim no es para mi), algunos cómics de superhéroes y varios libros de literatura fantástica, entre los que estaban Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (atravesaba una etapa fantático total Dick de la muerte), un par de libros de Elric y alguna cosilla más. Pues bien, en mis manos tuve Un fuego en el abismo, de Vernor Vinge. Y nada. Lo dejé donde estaba porque «no podía permitírmelo». Resultado… han pasado nueve años y aquella estupidez (podía haber vivido sin el Dick) sigue atormentándome.
Y podría contar varias más (joder, aun tiemblo cuando dejé que un amigo se comprase la trilogía de Lyonesse para quedarme con El reino de los dragones, una tetralogía de Richard A. Knaak de esas que hoy me producen retortijones). Hay que apechugar con el pasado, aunque después éste vuelva sobre nosotros para recordarnos inmisericorde lo que fuimos.
Lo que me lleva a pensar que con un poco de información, como con la que hoy disponen todos aquéllos que están conectados a internet, seguramente la cosa no me habría ido así. Contaría con lugares donde descubrir esas obras que suenan para acercarme a ellas y descubrir por mi mismo si son ríos con agua o no. Lo triste es que algunas de estas herramientas tan útiles y que facilitan tanto la localización de obras estimables puedan desaparecer, tal y como le ocurrió a cYbErDaRk.NeT. ¡Snif!
Uf, esos pecadillos de juventud los hemos cometido todos. Lo malo es que son pecados que acabas pagando caro. A precio de oro, de hecho.
Aunque, buscando en el baúl de los recuerdos, creo que nunca he llegado al extremo de despreciar un Vance por un Knaak 😉
Hoy día, no hay nada como los blogs de los amigos para separar el oro de la paja, con perdón.
Blogs, y el pedir ayuda educadamente 😉
Por cierto, que mi caza particular ha ido bien. Podría haber ido mejor, pero bueno… No tengo mucho tiempo hoy para contarlo, en breve habrá algo en el flog. Un saludo!
os arrancare la cabeza a todos Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! golpearse la cabeza es bueno