A pesar de los elevados precios que tienen, me estoy aficionando a los tebeos que publica Ponent Mon, una editorial que está pasando serios problemas debido a sus escasas ventas (no todo el mundo puede atracar un banco al mes para atender sus «vicios» sin levantar sospechas; servidor al menos diversifica operaciones y obtiene sus recursos de varias fuentes). Primero de la mano de Jiro Taniguchi, autor que si no fuera por el empeño de esta editorial habría quedado sepultado después de la tibieza con que fue recibido El almanaque de mi padre. Y más tarde por los trabajos de Frédéric Boilet que poco a poco van recuperando.
En Tokio es mi jardín este autor francés afincado en Japón, uno de los padres del movimiento conocido como nouvelle manga, afronta una labor más próxima a lo que se espera de cualquier tebeo costumbrista que la que le habíamos podido leer hasta ahora. Algo comprensible si se tiene en cuenta que estamos ante un título publicado en 1997, varios años antes que las personalísimos La espinaca de Yukiko y Mariko Parade, y, además, escrita en colaboración con Benoît Peeters (con el que ya había trabajado previamente en Love hotel). Este hecho diferenciador (que podría verse como «uniformador») redunda en un resultado final más asequible para el público medio (entre el que me incluyo); en Tokio es mi jardín no hay excesivas veleidades experimentales y tanto el argumento como su desarrollo son un pelín menos intimistas pero están más «hechos». A ver si puedo explicarme.
Su protagonista central es David Martin, un joven francés que fue contratado por un pequeño fabricante de cognac para promocinarlo en Japón. Después de dos años en Tokio su éxito se reduce a haber colocado una caja en un local donde acostumbra a pasar sus tardes. Mientras, por las mañanas, para sacarse otro sueldo que le permita mantenerse en un país con un nivel de vida tan elevado, trabaja en el mercado de abastos de la ciudad. A pocos días de que su jefe acuda a visitarle para testar sobre el terreno la nula penetración del producto, y tras romper con su novia, David conoce a Kimié, una joven con la que incia una relación casi idílica en la que se da una curiosa similitud especular. Se juntan la fascinación de David por la cultura japonesa, que le ha llevado en apenas dos años a hablar perfectamente el idioma mientras se ha iniciado con sorprendente facilidad del aprendizaje de los caracteres kanji, y la de Kimié por la cultura francesa.
En esta mezcla y lo bien destilada que está la atracción que despierta en muchos occidentales el modo de vida nipón están parte de los grandes valores del tebeo. Durante sus 150 páginas respiramos Japón en cada viñeta. No sólo por la perfecta ambientación, sino por el uso de múltiples recursos que propician una mayor inmersión, como los caracteres kanji que abren y cierran cada bocadillo que es hablado en japonés (en contraposición a los hablados en «francés»), ciertos bocadillos que se han dejado en dicho idioma, determinadas onomatopeyas,… Una combinación nada dificultosa y sumamente atmosférica.
A este atractivo hay que unir lo bien que funciona la historia de amor, que comienza con pura pasión y deviene con delicadeza y naturalidad en el mutuo conocimiento que emprenden David y Kimié. Quizás carezca de la intensidad de otras de las obras de Boilet, como la ya apuntada Makiko Parade, donde el acercamiento a una relación de pareja era mucho más «fuerte», cercana, a flor de piel, primaria… Aquí hay una aproximación más canónica, algo que puede hacerle perder frescura (no porque no la tenga, sino porque en Makiko ésta desboradaba cada panel). No obstante en Tokio es mi jardín todo es más sólido.
Además está el potente trabajo como ilustrador de Boilet, al que se une una narrativa muy fluida y un grafismo más próximo a lo que se espera de un cómic que en las dos obras antes comentadas (básicamente «novelas ilustradas», pseudofotografías con textos de apoyo); el nivel de lectura adicional que se halla al buscar las similitudes entre su vida y la vida de David; el tacto con el que se retrata una relación amorosa plena desde sus facetas física y psicológica; la pasión de cada encuentro amoroso;…
Un conjunto apetecible que esta vez tiene hasta un precio nada escandaloso: 12.50 €. Comparado con los 16 € que pide Norma por un álbum de 56 páginas ilustrado por John Casaday, por muy grande que sea y mucha tapa dura que presente, está casi regalado.