El crepúsculo de Matilde Horne

A través del grupo de ciencia ficción de las news, he llegado a un artículo publicado hoy en El País de esos que te deja de piedra. En él se relata la situación actual de una de las traductoras de El Señor de los Anillos, Matilde Horne, a la sazón traductora de bandera de Minotauro, encargada de gran parte de la obra de John Crowley o Ursula K. Le Guin y títulos tan señalados como Solaris o La Afirmación. La parte más impactante para el aficionado a la literatura fantástica viene de lo siguiente

En 2001, Porrúa vendió Ediciones Minotauro al Grupo Planeta y, en concepto de «finiquito después de 50 años de traducciones», le dio a Matilde 6.000 euros. «Nunca tuve idea del valor del dinero. En ese momento me pareció bien, pero luego me di cuenta de que no daba para nada». Poco después volvería a reunirse con Porrúa: «Le dije que se había equivocado y él me dijo que Planeta le había hecho la mejor oferta y que quería las obras libres de derechos, y yo allí me quedé colgada». Además, los contratos de Matilde con Porrúa siempre fueron verbales. «A mí así me iba bien. Éramos amigos desde hace sesenta o setenta años y siempre me pagaba, no mucho, pero me pagaba». Y Porrúa se puso en contacto con Planeta. «Me ofrecieron 1.000 o 1.200 euros al año por los derechos de los libros, de los que tenía que descontar el IRPF, con lo cual, perdía mi pensión». Matilde cobra al mes 300 euros de pensión no contributiva. «Unos 240 van a parar a la comida, que tengo que pagar y no me gusta [Matilde no llega a los 40 kilos], y el resto me lo guardo para pagar el teléfono móvil; es la única manera de comunicarme con mis amigos y mi familia».

Desde el desencuentro con Planeta, Francisco Porrúa ingresa en su cuenta 500 o 1.000 euros por cumpleaños o fin de año. «Ya no nos vemos; sólo hablamos por teléfono de vez en cuando».

Es decir, la traductora de la obra contemporánea más vendida en nuestro idioma (si no lo es, poco le falta) recibe por el cese de sus actividades en Minotauro 6000 eurillos y se le hurtan todos los derechos generados por su obra durante yo que sé la pila de años. Cierto que ella es responsable de haber trabajado sin contrato, supongo que fruto de una amistad y una época en la que esto era moneda de curso. Pero da vértigo pensar cuánto dinero ha ganado la editorial con sus millones de libros vendidos de ESDLA y los decenas de miles de la obra de Ursula K. Le Guin, Solaris… sin reconocer el trabajo de una de las responsables de dicho éxito.

La versión del grupo Planeta en el mismo artículo es un estamos en ello que suena a porque nos habéis llamado, que si no…

Daniel Cladera, responsable del área de derechos de Planeta, desconoce tal oferta y asegura que la editorial está dispuesta a negociar. «De hecho, últimamente estamos regularizando contratos antiguos con traductores», añade.

Sorprende el dato que se apunta sobre los ejemplares vendidos después de la compra de Minotauro: 500.000 libros de Las dos torres y El retorno del rey (no se sabe si en total o de cada uno). Un hecho que pondría en cuarentena después del boom vivido durante los años 2002 y 2003 y las múltiples ediciones que se han hecho: en tapa dura, en bolsillo, en Círculo de Lectores, en coleccionable para kiosko,…

Realmente espero que Minotauro y Planeta solucionen este problema y le den a Matilde Horne lo que se merece. Lo que no cabe duda es que estamos ante un torpedo bajo la línea de flotación del sello que mengua un poco más la imagen de la marca y una sombra sobre la mitificada época de Paco Porrúa. Legalmente no tenía (ni tiene) por qué darle a Horne ni un euro, pero éticamente se ha comportado como suelen hacerlo las grandes corporaciones con los currantes que les permiten forjar su leyenda. Al fin y al cabo son meras herramientas.

Lo triste es que ésta es la punta del iceberg y no tenemos ni la menor idea de los centenares o miles de casos similares que no salen a la luz porque o siguen trabajando en la industria o la obra que han traducido no ha llegado ni de lejos a la magnitud de ESDLA (me pregunto qué habrá sido del otro traductor acreditado, Luis Doménech). Para alumbrar un poco la situación, en el mismo periódico también aparece un artículo sobre la traducción hoy en día. Merece la pena leerlo para situar lo que le está pasando a Matilde Horne y por qué tenemos las ediciones que tenemos. La conclusión no por sabida deja de ser abracadabrante

Serrat y Francí coinciden en que ahora existe una nueva generación de editores. «El problema está en los tiburones editoriales que trabajan con criterios de rentabilidad a costa del más débil: el traductor, el corrector, los colaboradores externos. Son fabricantes de libros y no editores», dice Francí. «Los viejos editores están desapareciendo y como te encuentres con un jovencito recién salido de la escuela de gestión empresarial no hay manera de hacerle entender que por Verlaine, Apollinaire o Baudelaire no pueden pagar lo mismo que por traducir un libro de autoayuda», señala Serrat. Y Francí recuerda otra máxima -de Celia Filipetto, también traductora, y veterana-: «No se pueden comprar armanis a precios de Zara»

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Soltando lastre

Acabo de leer en los foros de SeDice que Minotauro ha preparado para las rebajas de Enero su segunda entrega del saldo masivo. El listado según he visto en La tienda de Cyberdark

Nova
Noticias de ninguna parte
Los monstruos de Einstein
Leviatán – Espejos negros
La cara hembra de dios
Fremder
El curso del corazón
El cuerno de caza
Caviar
Antología de la ciencia ficción española 1982-2002
Los marcianos
Icehenge
RUR – La fábrica de absoluto
Estación de tránsito
Titus Solo
La intersección de Einstein
Titus Groan
La república de los sabios

En breve, supongo, que en todos los Cortes Ingleses de España y las mejores librerías especializadas.

Sobre el saldo en sí no voy a añadir nada que no hubiese escrito sobre el anterior en Junio de 2006. Sigo pensando lo mismo. Y parece confirmarse que Minotauro se aleja de lo que podríamos llamar «política de autor» establecida en su primer saldo después de la compra por Planeta (en el que se deshizo de la obra completa de Angela Carter y otras rarezas) y se suma a las tesis de Ediciones B: soltar lastre (lo que no ha vendido en cantidades apreciables) cada x tiempo. En éste el acicate está en el elevado número de clásicos que aparecen (imprescindibles Peake, Delany, Sarban, Čapek, Simak, Sturgeon), marcianadas de calidad como las novelas de Hoban o Harrison, ideales para aprendices de «elitistas», y la Antología de la ciencia ficción española: 1982-2002.

Por último manifestar de nuevo la nula creatividad de los responsables del saldo. ¡Con lo poco que hubiese costado ponerlos a la venta en un dos por uno, o regalar uno por la compra de una novedad de Minotauro! Un par de medidas que no hubiesen devaluado, y quemado, su catálogo hasta este punto, y que, incluso, servirían de acicate para probar con sus nuevos títulos.

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La silla

Iba a empezar esta reseña con un capón, pero lo voy a dejar para el final porque hacía mucho, mucho, mucho tiempo que no encontraba una narración que me atrapase de esta manera, me mantuviese en vilo durante las tres horas que empleé en su lectura y me dejase un mal cuerpo de espanto. Su título es La silla y su autor David Jasso. No es la mejor novela española de literatura fantástica que he leído de 2006 pero sin duda es con la que mejor me lo he pasado.

Daniel Lonces es un escritor de terror en plena cresta de la ola. Ha escapado del mundillo aficionado y se ha forjado una carrera profesional con dos novelas de éxito y una antología de relatos. Casado y con un hijo de unos meses, vive aislado en un chalet un tanto alejado de cualquier población que le proporciona la soledad que necesita para crear. Un día, para documentarse y conocer de primera mano la emociones por las que atraviesa un secuestrado, le pide a su mujer que le ate a una silla y le amordace. Ni se imagina el horrible infierno que va a atravesar durante las siguientes horas y que puede costarle la vida a él y a su familia.

La clave argumental de La silla es tan simple que resulta sorprendente cómo se pueden llenar doscientas páginas con ella: un señor sentado en una silla, prácticamente sin movilidad y sin manera de comunicarse con nadie. Sin embargo funciona sin hacerse demasiado reiterativa gracias a un pulso narrativo acerado, una serie de giros argumentales muy bien llevados y la pericia de su autor a la hora de estimular la curiosidad más morbosa y la expectación más insana. De hecho, ahora que lo pienso, la novela es una buena muestra de lo que defienden las presentaciones de Paura, un terror surgido de situaciones «cotidianas» y que explota sobre individuos aparentemente «normales».

Para acentuar la implicación del lector, La silla está contada en su mayor parte en primera persona. Jasso no pierde detalle en describir las torturas física y psicológica que se ciernen sobre Daniel, en un crescendo asolador que sacude su personalidad hasta dejarle al borde de la locura. Una deriva mental coherente y verosímil a través de una serie de estadios que le llevan a recordar, por ejemplo, los devaneos amorosos con una joven lectora y el consiguiente sentimiento de culpa, y que suponen un doloroso respiro en el axfisiante rumbo que toma su cautiverio.

Cierto es que hay detalles que me han dejado un tanto frío. Como decía Javier Vidiella en la reseña que escribió para C, es una novela muy cinematográfica y aunque eso le sienta bien al ritmo o las sucesivas pausas que se establecen para aliviar la tensión, no lo es tanto a la hora de resolver detalles como los innecesarios pasos a tercera persona (se podrían calificar como cámara externa) en las secuencias en las que alguien se acerca a la casa y parece que va a salvar a Daniel. Alejan en demasía al lector del sufrimiento que atraviesa Daniel, el auténtico elemento motivador de La silla, y hacen que la narración pierda incertidumbre. Tampoco me parecen de recibo los guiños frikis (¡ey! ¡sale mencionada la Hispacon!) o los embaucadores macguffins como el que abre la novela, más tramposos de lo necesario aunque, también, fieles a lo que representa la silla para el protagonista: una inmensa trampa (para ajustar cuentas consigo mismo).

Lo que no tiene perdón de Dick es la pésima distribución que tienen los libros de la colección Transversal y, por extensión, todo el material publicado por Sirius. Da la impresión de que están demasiado preocupados de que sus libros puedan llegar a las librerías y venderse. Si no no se explica cómo es posible que otras editoriales pequeñas como AJEC o El Parnaso puedan verse con «relativa» facilidad en librerías de todo el país y una obra tan recomendable como ésta sufra el más absoluto de los olvidos porque apenas se vende en un par de grandes establecimientos (supongo que La casa del libro y la FNAC). Que pase eso con los libros de Bituindelains (ahora onceuponatime) es una cosa. Que pase con una novela tan insana y revulsiva como ésta es otra. Y también se puede hablar largo y tendido del precio del libro (17 €), pero esa es otra cuestión. El formato tipo de la colección Transversal no es agradable, sobre todo el tipo de letra. Sin embargo al menos cuenta con el trabajo gráfico de Manuel Calderón, con unas ilustraciones interiores que sirven de encabezamiento a cada capítulo y que, en su mayor parte, ponen rápidamente en situación al lector.

Nota: Tampoco me engaño. Si se vendiese en todas las librerías del país las ventas tampoco serían espectaculares. Pero al menos competiría en igualdad de condiciones.

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El cine de ciencia ficción según ¡Para ti, que eres joven!

No leo El jueves con regularidad desde que iba a segundo o tercero de carrera, pero me he aficionado a seguir algunas de sus series en los recopilatorios que publican en la colección Pendones del humor. Sin duda mis favoritas, como ya he dicho alguna vez, son las creadas por Manel Fontdevila y Albert Monteys, y no extrañará que con la que más me divierto sea con ¡Para ti, que eres joven!, en la que al alimón ambos autores se tiran a degüello cada semana sobre la familia, los críticos, la nostalgia, el cómic, ir a un concierto, lo ñoño, Star Wars, contar chistes, el alcohol, José María Aznar, lo alternativo, los viajes de fin de curso,… Cualquier tema vale para hacer una sátira bestial, un tanto gruesa, no exenta de inteligencia y echarse unas risas a su costa.

En un reciente viaje relámpago a Madrid me he pillado el quinto recopilatorio, Sabemos dónde vives, y entre otras tiras destaca esta visión del cine de ciencia ficción de la que recupero sus mejores momentos.

Al final de la segunda tira, realizada también por Monteys, creo que está el mejor resumen de por qué la ciencia ficción tradicional está perdiendo el favor de gran parte de los lectores y su posición preponderante en las colecciones de género, dejándole cada vez más hueco a la fantasía.

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Las sombras y las luces de los premios UPC

Aunque ya se ha apuntado en la reseña del Premio UPC 2005, no viene mal recordar cuáles son los dos grandes problemas que presentan los volúmenes que recopilan las novelas cortas galardonadas con dicho premio que desde hace 14 años viene publicando la colección Nova ciencia ficción.

El más importante es el innegable hecho que los libros de antes del año 2001 se han saldado, los primeros en más de una ocasión. Y la perspectiva que presentan los posteriores es exactamente la misma. Cierto es que parte del público vive ajeno a estas circunstancias y compra sin saber si esos libros pasan o no a ser saldados. Pruebas tenemos unas cuantas, mismamente todos los que han pagado a precio original los Minotauros saldados a comienzos del verano en librerías en las que no hicieron caso del cambio. Sin embargo el lector informado, que con la penetración de internet comienza a ser importante, está sobreaviso y se lo piensa mucho antes de apostar por un producto que, a más tardar, en tres o cuatro años (siendo generoso) se habrá devaluado a un 30% de su precio original. Una circunstancia que dada la dificultad de vender antologías de relatos, más en español (en este caso, la mayoría de los publicados), habría herido de muerte una iniciativa si no fuese por la valiosa apuesta de la UPC y del editor, Miquel Barceló, por mantener su publicación contra viento y marea.

Sin embargo el segundo punto, la casi «imprescindible» publicación del ganador del certamen interno para miembros de la UPC, puede llegar a ser cargante. La calidad media de los que se han publicado es, salvo excepciones, mala y no se benefician de una edición profesional junto a otros escritores que cuentan muchas veces con una carrera a sus espaldas que avala, al menos, un acabado más depurado. Una situación que coloca el umbral de exigencia muy por encima que si estuviésemos ante publicaciones propias de la UPC con una distribución reducida (lo que, seguramente, se debiera hacer), pone a sus autores a los pies de los caballos y se les da caña de forma un tanto inmerecida cuando, realmente, deberíamos hablar de la profesionalidad del editor. Un editor que, da la sensación, no realiza ningún trabajo editorial más allá de decir qué se publica. ¿No podría colaborar en la mejora del texto? Porque esa es también la tarea del editor.

Mirando el pasado, resulta curioso que algunos años no se han publicado estas menciones. Repasando las bases del concurso veo que no hay obligación de publicarlas, y como en el volumen de 2005 han aparecido dos sólo se me ocurren dos interpretaciones: o la calidad media del concurso «grande» ha sido tan mala que no merecía la pena pagar por publicar alguna de las menciones del jurado que no se llevaron el premio o había que reducir los costes y como la UPC había pagado un ex aequo se podía rentabilizar. Es decir, satisfacer al lector no por la calidad sino por la cantidad, y cumplir con esa absurda tradición que los libros tienen que tener un número determinado de páginas (o volumen) para venderse a un precio standar y que, si no se consigue ese tamaño, se puede hacer casi cualquier cosa para conseguirlo: modificar los criterios de tipografía, márgenes, gramaje del papel, calidad de selección del material,… Aunque se pueden pensar que dado que los volúmenes venden bien poquito y la UPC paga, han terminado teniendo derecho de pernada en Nova y pueden hacer con cada entrega anual lo que les venga en gana.

Lo que no quita para reconocer que el UPC es un premio con una trayectoria llena de luces que, durante la dura travesía de los años 90, ayudó a mantener la llama de la creación de ciencia ficción en España con un azucarillo de 6000 euros bastante motivador (aunque bien que se podría actualizar su cuantía a, al menos, 9000 euros; el IPC bien que ha subido en estos quince años). Permitió pulir sus artes a la mayoría de los autores que se estaban curtiendo en el mundo aficionado con un formato complicado en el que hay que medir con cuidado tanto las ideas que se quieren presentar como la extensión que se va a utilizar para desarrollarlas y que muchas veces desemboca en relatos sobredimensionados o en novelas comprimidas. Un certamen que ha premiado a nombres tan señalados como Javier Negrete, César Mallorquí, Carlos Gardini, Elia Barceló, José Antonio Cotrina, Rodolfo Martínez,… y que tiene volúmenes tan interesantes como los tres que ilustran esta entrada y que al precio al que se encuentran ahora mismo cualquier aficionado a la ciencia ficción debería tener.

Sobre su trayectoria en los últimos años, no se puede negar que factores como la existencia del Minotauro de novela, tres veces más goloso (18000 €), el alejamiento de los lectores (y autores) de la ciencia ficción o la búsqueda del mestizaje o la profesionalidad, han ocasionado que algunos de los escritores más importantes que antes pugnaban por el UPC se hayan abierto a un lado, centrando sus ideas y esfuerzos en el formato largo u otras temáticas, y dejado un hueco difícil de llenar. Pero no es menos cierto que sigue habiendo obras interesantes que vienen acompañados de algunos autores extranjeros que no lo hacen nada mal en dicha extensión (a mi las novelas cortas publicadas de Robert J. Sawyer me gustan como diez veces más que cualquier novela ampliada a partir de ellas). Ojalá el premio siga activo y podamos continuar leyendo las obras agraciadas en la categoría profesional. Pero como no se corrijan las dos situaciones antes apuntadas, la cangrena que poco a poco va oscureciendo la parte positiva del premio se lo va a terminar engullendo. Del todo.

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Las historias naturales

Nota: Esta reseña fue escrita a mediados del año 2004

La obra de Joan Perucho llevaba bastante tiempo fuera de circulación. Supongo que es el destino que tienen la mayoría de los escritores en lengua catalana que publican simultáneamente ediciones en español. Al principio están disponibles pero, más pronto que tarde, les llega el «olvido» y la total ausencia del mercado nacional. Por fortuna en octubre del año pasado, curiosamente el mismo mes en que murió este gran olvidado de las letras hispanas, Edhasa decidía recuperar Las historias naturales, uno de sus libros más representativos largo tiempo agotado. Para redondear este reencuentro, hace apenas un par de meses ha salido una edición íntegra de su Trilogía mágica en la misma colección, por lo que se intuye que podemos estar ante una buena manera de rendir cuentas por esta gran injusticia (de la que, por otro lado, está el mercado plagado)

Si hay un buen calificativo para definir Las historias naturales es el de impactante; no por causar una sensación violenta o convulsiva sino porque cualquier expectativa previa que se tenga conduce a un falso prejuicio. Es una narración a mitad de camino entre el folletín de aventuras y un erudito tratado científico del siglo XIX, con un intenso contenido humorístico y un argumento sin excesivas complicaciones. Antonio de Montpalau, sabio barcelonés que centra sus estudios en la filosofía natural, después de una serie de avatares ciertamente extraños, es convocado por el marqués de La Gralla para ir hasta Pratdip, un pueblo donde se están produciendo unas muertes que apuntan a la presencia de un Dip (vampiro). La existencia de este ser, puesta en duda por la comunidad intelectual de la época, rápidamente cobra consistencia y el sabio incluye entre su equipaje una ingente cantidad de ajos y unos cuantos crucifijos que le ayuden en su misión. Como trasfondo de esta acción se encuentran los últimos coletazos de la primera guerra carlista, con las andanzas del general Cabrera (el famoso Tigre del Maestrazgo) y la junta de Berga como elementos más visibles.

Lo primero que destaca de la narración es la habilidad de Perucho para introducirte en la época. Escrita en los años 60 del pasado siglo, es una buena novela histórica en el sentido de que más que hablarnos y describirnos cómo era la vida en un determinado periodo de nuestra Historia, está escrita como alguien nacido en ella lo haría sin necesidad de acudir a un desarrollo en primera persona. Sus dos herramientas más evidentes, a parte de las usuales de este tipo de novela, son la imbricación en medio de la narración de textos de siglos pretéritos, relacionados con la flora, fauna o geología , con lo que consigue un aire «arcaico» todavía más acusado, y la recreación de los comunicados que los carlistas y liberales promulgaban desde sus sedes, un fiel reflejo de esa España atemporal que cuanto más cambia más sigue igual. Tampoco conviene olvidar la variedad de escenarios por los que va pasando Antonio de Montpalau, que abarcan los salones ilustrados de la burguesía y aristocracia catalana, los paseos por la Barcelona de mediados del XIX, sus excursiones a pueblos que hoy en día son La Ciudad, como Gracia o Sans, su viaje a una Cataluña rural atenazada por la inseguridad del bandolerismo, la «batalla» que se establece entre la España más tradicional con la liberal,…

Lo segundo que pongo de relieve es el marcado aire aventurero de la narración, que puede llevar al desencanto a más de un lector si no se libra de lo que se puede leer en la contraportada. Según el redactor, una de las claves capitales de Las historias naturales está en «el empeño del protagonista principal de demostrar la ventaja de la ciencia por encima de las más absurdas supersticiones«. Sin embargo esta «carga» resulta tan liviana que se puede decir, sin temor a ninguna duda, que está equivocada. De hecho, Perucho sitúa la novela al borde de la tradición folletinesca. Las correrías de Montpalau por tierras de Tarragona, ya sea detrás del vampiro o con los carlistas, pueden ser calificadas de livianas e ingenuas. Una ingenuidad verídica pero engañosa; el folletín nunca abandona el terreno de la erudición y el autor se preocupa no sólo de ir armando un relato sino también de revelar descubrimientos botánicos, las costumbres y tradiciones de la región donde se sitúa, las contradicciones de la condición humana a través de unos personajes atados a sus roles o lo absurdo de la mayoría de las guerras, lo que le proporciona una entidad naturalista incuestionable.

Como tercer y último puntal que quisiera remarcar encuentro el ya mencionado y omnipresente tono humorístico. Muchas veces muy evidente, como en los comentados bandos carlistas y liberales, otras escondido en referencias a la España de la época, como en la descripción que se hace de Villafranca

plaza fuerte que contaba con gobernador militar, alcalde, ocho concejales, una iglesia parroquial, tres conventos de frailes y uno de monjas

; o, por qué no, en citas a incunables que ponen de relieve la peligrosidad de los caminos de nuestro país. Pocas veces he visto la sutilidad e inteligencia tan hermanadas con la sonrisa.

Ojo. La ingenuidad que comentaba antes puede que sea su gran caballo de batalla, pero si se puede sobrellevar se está ante un entretenimiento perspicaz y brillante.

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Exposición de tarjetas navideñas 2006

Antes era habitual llegar a una casa y encontrar en el recibidor, encima de algún mueble, todas las tarjetas de felicitación navideña recibidas. Aunque hoy en día se mantiene la tradición, poco a poco su número mengua debido a que las nuevas formas de comunicación permite felicitar las fiestas utilizando otros medios. Aprovechando estas nuevas tecnologías, he aquí mi pequeña exposición de la mayoría de las tarjetas que he recibido vía correo electrónico y que están relacionadas con el tema del aburreovejas.

Enric Quílez.

Carolina, con sus personajes de la tira cómica Buendía, el friki feliz

Juan Miguel Aguilera con una felicitación hecha por su colega y amigo Paco Roca

Bem Online

Pau Martínez Medrano

Y las dos de Juanma Santiago con Cthulhu como protagonista. Entroncando con ambas anarroseo la postal navideña que Pau Martínez puso en su blog siguiendo los mitos de Lovecraft. Por si alguien se la ha perdido.

Siguiendo la línea del último crossover de superhéroes Marvel, Civil War, en el que todos sus héroes se ven obligados a tomar partido por uno de los dos bandos en conflicto, recupero la felicitación navideña que Javier Garrón ha hecho para Es la hora de las tortas

Como buen reaccionario, me decanto por Los tres reyes magos. ¡Viva la tradición!

Y por último, no viene mal introducir un aire reivindicativo a la melaza que nos impregna estos días. La he visto en Con C de arte, aunque apareció antes en otros blogs

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El uno, Lapinot: De veras/El color del infierno, Doble máscara, Fábulas: La marcha de los soldados de madera y Las crueles estaciones

Últimamente he estado leyendo bastantes cómics de procedencia heterogénea. He cogido varios de ellos y, ¡ale!, una nueva entrega de píldoras. Para comenzar, uno bien raro.

El Uno es una de las múltiples series editadas por Archie Goodwin para el antiguo sello de «autor» de Marvel, Epic Cómics, que no habían sido traducidas hasta el momento. Aparece más de 20 años después de su publicación, justo cuando Norma tuvo que plantearse qué hacer para llenar el inmenso hueco abierto en su facturación tras la pérdida de derechos de los cómics de DC y lanzase, entre otras, la colección de tebeos de ciencia ficción El día después.

El Uno es una obra de Rick Veitch claramente influenciada por El fin de la infancia de Arthur C. Clarke que traslada al lenguaje de los superhéroes el conflicto entre bloques y la sociedad estadounidense de la era Reagan, pasados por un tamiz lisérgico-espiritual. Con un aspecto que recuerda a los cómics de la Fleetway (hecho curioso al ser Veitch estadounidense), incluyendo su característico trazo feísta y un tratamiento de la figura del superhéroe casi en las antípodas del canon tradicional. Una marcianada de tomo y lomo que, sin pudor, mezcla la amenaza nuclear, los conflictos cotidianos del día a día, la alienación social y la manipulación por parte del poder con una visión new age que bordea el surrealismo.

En su momento fue una obra pionera que anticipó, levemente, lo que Alan Moore llevaría a su Watchmen. Quizás por esto y por lo heterogéneo del conjunto El Uno sea difícil de tragar, una obra menor publicada fuera de contexto que necesita de un importante ejercicio de abstracción para retrotraerse al momento en que tuvo su razón de ser. Apenas sobresalen la solvente narrativa de Veitch, su originalidad y la extrañeza que despierta en el lector. La verdad, no creo que me decida a darle una oportunidad al Maximortal, la iconoclasta versión de Superman que también ha recuperado Norma en la misma colección.

Cambiando de lado del atlántico y de editorial española, han pasado dos años desde que Planeta suspendió la publicación de Lapinot, supongo que por sus bajas ventas y porque era más rentable centrarse en álbumes en tapa dura de 48 páginas. Sin embargo algo debe haber ocurrido para que hayan retomado la serie con el mismo formato editando, casi sin pausa, dos nuevas entregas del conejo creado por Lewis Trondheim que, además, recogen dos historias cada una. Una fenomenal noticia dado que estamos ante uno de los títulos más gratos que se pueden leer actualmente, sobre todo si, como un servidor, andas a caballo entre los 20 y los 30.

El primero, que es el que he leído, De veras / El color del infierno, mantiene la línea que mezcla el slice of life con la comedia de situación. Sin argumento concreto, Lapinot y su novia Nadia buscan historias lo más extrañas posibles para un programa de televisión (un hombre que ha visto extraterrestres, un escritor que lleva desaparecido más de dos décadas,…), profundizan en su relación de pareja, conviven con su peculiar grupo de amigos (genial Richard, que produce carcajadas casi con cada aparición), buscan piso,… Vivencias frescas y alegres contadas con un dibujo de trazo espontáneo y unos colores planos que le dan un toque naif de lo más apropiado. Recomiendo leer el primer tebeo de la serie, Slaloms, y si gusta seguir con el resto.

Hace poco escribí una entrada sobre Murena, la serie de romanos de Jean Dufaux y Philippe Delaby que también está publicando Planeta. Como dije entonces, con la quinta entrega venía de regalo el primer álbum de Doble máscara, una serie del mismo guionista que debía necesitar un pequeño empujón de ventas. Su título, El torpedo. Y todavía no tengo muy claro si darle o no la oportunidad. Ni el periodo histórico en el que se enclava, la Francia de Napoleón a comienzos del siglo XIX, antes de coronarse emperador, ni el guión me han interesado lo suficiente.

Después de un pequeño prólogo, la historia arranca con Napoleón, por entonces Consul Vitalicio de Francia, contratando a un hábil (y elegante) timador que tiene toda la pinta de ser Vidocq, para que busque un cofre que le ha robado una de sus amantes. Se inicia así una búsqueda por las calles de París y sus bajos fondos que supone un homenaje de Dufaux al folletín; personajes estereotipados, acción, algún que otro misterio que resolver, un enmascarado, el consabido final sorpresa que busca mantener el suspenso hasta la siguiente entrega, la época,… El dibujo de Martin Jamar mantiene la línea naturalista que necesitan los tebeos de este tipo, pero con un trazo muy suelto y elegante. Es lo que más me ha agradado del álbum.

Por último, me resulta inevitable volver de uno de los primeros tebeos de los que escribí en el aburreovejas hace casi dos años y cuya publicación, suspendida durante un año, ha retomado con fuerza Planeta: Fábulas. Para el que no lo recuerde, el punto de partida de esta serie Vertigo es muy atractivo: los personajes de cuentos clásicos han visto como sus respectivas tierras mágicas han sido invadidas por el invencible ejército del Adversario y los supervivientes han tenido que escapar hasta nuestro mundo, donde han construido una sociedad que les permite pasar desapercibidos. A partir de aquí comienza el relato de su día a día, cómo hacen para que los mundanos no sepan de su existencia, cómo ha sido su pasado en los siglos que llevan entre nosotros, las relaciones que han establecido entre ellos, cómo fue su huida, la añoranza por lo que quedó atrás,…

Si el guión de Bill Willingham es solvente, con un perfecto dominio del argumento, su secuenciación, el tempo narrativo, los diálogos o la caracterización de personajes, el trabajo gráfico que se ve en cada tebeo está a la altura. Una vez dejado de lado el soso Lan Medina, el trabajo de ilustración recae fundamentalmente en el gran Mark Buckingham, que se encarga de la parte principal de Fábulas. Mientras los fill in que la complementan cuando, por su carga de trabajo, Buckingham necesita un respiro, son realizados por dibujantes de fuste como Brian Talbot, Craig Hamilton o Tony Akins. Unas historias que, a diferencia de otras de relleno que se pueden ver en muchas colecciones, suponen un material fundamental para introducirnos en aspectos secundarios del argumento que van a pasar a ser relevantes o conocer mejor a determinados personajes.

De los dos tomos que ha publicado recientemente Planeta, La marcha de los soldados de madera y Las crueles estaciones, se hace especialmente intenso el primero, que desarrolla el primer intento de invasión de nuestro mundo por parte de El Adversario a través de un ejército de soldados de madera, en apariencia invencibles y con un comportamiento pintoresco. Mientras, el segundo se centra en la elección del nuevo alcalde de villa fábula y el nacimiento de los hijos de Blanca, que en el futuro darán que hablar, más después del terrible sorpresón final que deja con la boca abierta deseando saber más.

En Vertigo siempre han estado a la busca de un heredero de Sandman que tomase su papel como buque insignia del sello. Primero se lo arropó Predicador, después pudo tenerlo Transmetropolitan, ahora quizás lo llevaba 100 balas,… Pero creo que ninguna de las anteriores tenía las condiciones de Fábulas para repetir esa atracción de un público ajeno no ya a los tebeos de esta línea sino al propio mundo del cómic y convertirse en un pequeño fenómeno cultural. Sin la carga intelectual o simbólica que Neil Gaiman introdujo en su creación, pero, consiguendo, creo, una historieta mucho mejor.

Por cierto, que los tomos incluyen en el lugar que le corresponde las excepcionales portadas de James Jean. ¡En pie y saluden!

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Felices fiestas

A los que gustan de la literatura fantástica y a los que no. A los que «disfrutan» (es un decir) con las cosas que voy escribiendo por aquí y a los que, sin decirlo, se aburren como ovejas. A los que hacen propósitos de enmienda e intentan mantenerlos durante el resto del año y a los que se siguen comportando como vulgares hijos de mala madre. A los que esperan con fruición la traducción de A Feast For Crows y a los que no pasaron de la página 100 de Juego de tronos. A los que confían en publicaciones que apuestan por los relatos como Artifex o Paura y a los que prefieren solazarse con los libros de Bituindelains. A los que confían en que Galáctica recupere el feeling de su primera temporada y media y a los que dejaron de interesarse por ella en cuanto las cosas comenzaron a cambiar para seguir igual. A los que dicen lo que piensan desde sus verdaderos nombres o nicks e, incluso, a los infectos polinicks que, cobardemente, se parapetan detrás de cualquier nombre para insultar.

A todos… Felices fiestas, feliz Navidad, próspero año nuevo, mucha salud, amor, dinero, todo lo que se suele desear en estas fechas,… y muchos y buenos libros para el año que empieza en una semana.

La felicitación la ha preparado Jean Mallart para los miembros de la tertulia de Santander. Un trabajo que se aleja del estilo que le hemos visto hasta el momento y que, a parte de ser divertida, luce. Mucho.

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