
Cartel de las jornadas de 2006
Ayer se cumplieron dos años desde que se celebraron las III jornadas de ciencia ficción de Valdeavellano de Tera. Sobra decir que no veremos unas cuartas.
En las elecciones municipales de 2007 cayó el alcalde que las promovió, Jesús Gómez, y aunque el nuevo mantuvo las del año 2008 no ha proseguido con ellas. Supongo que, a diferencia de Jesús, no era aficionado a la ciencia ficción. Pero me da que, sobre todo, tampoco había una afluencia de público deslumbrante. Es sintomático que, uno arriba, uno abajo, los tres años la media de asistentes fuese la misma: incluyendo los ponentes, una treintena de personas. En su inmensa mayoría foráneos, lo esperable si tenemos en cuenta que en Valdeavellano de Tera debe haber, como mucho, un centenar de habitantes. Sin embargo esa cifra que, a priori, puede antojarse baja, garantizaba ocupar la casa de cultura del pueblo, llenar el mejor restaurante de la localidad en tres momentos (noche del viernes, comida y cena del sábado) y, casi casi, el Hostal. Vida para la pequeña economía de un pueblo que en primavera está casi tan desierto como en invierno.
En todo caso, haya ocurrido lo que haya ocurrido, lo echo de menos.
Valdeavellano era el lugar ideal para lo que se proponía: conferencias y mesas redondas en un ambiente donde era imposible la «balcanización» en pequeños grupos; el pan nuestro de cada día en otros eventos de mayor tamaño. Todo el mundo estaba, salvo durante la comida oficial, ocupando los mismos espacios y eran más asequibles tanto el contaco como la «mecla». Quisieses o no entrabas en conversación con el autor X, el editor Y, el colaborador de la publicación Z… y se creaba un caldo de cultivo especial que fue muy fructífero.
Y por otro, yendo a un punto de vista mucho más personal y, en parte, intrasferible, echo en falta la rutina de aquellos fines de semana: salir de Santander un sábado sobre las 6:30 de la mañana para llegar a la segunda charla de la jornada; la conversación del viaje de ida y del de vuelta; esa parada en Abéjar para desayunar unos torreznos bien grasientos; la comida y la cena en El Mesón de Sime con su impresionante tarta de queso; las largas y deliciosas sobremesas; el copeo final en el salón del Hostal; los juegos de cartas; el desayuno de resaca del Domingo por la mañana… Y literatura. Literatura. Literatura.
Una pena.
Yo digo que de los buenos momentos, buenos recuerdos, y de los malos, experiencia. Las cosas buenas, tarde o temprano, acabamos echándolas de menos.
Yo también las echo de menos :'(
Jo, yo también.
Lloricas.
Me uno al coro de plañideras.
Yo también las echo, y mucho, de menos. En más de un sentido eran únicas. El ambiente que había no tenía nada que ver con una Asturcón o una Hispacón: era algo distinto y a la vez complementario de esas otras dos convenciones. Una lástima, desde luego.
Pero, bueno, también echo de menos la Septentrión, ejem, ejem… 😀
Emigraron nuestros motores creativos y los que quedamos ya sólo servimos para organizar cenas de Navidad XD