El Jugador

Hace poco recuperamos para C el excelente artículo «La Cultura, muerte y resurrección de la space opera» de Alfonso García. Un texto que debería haber salido en Cyberdark en la primavera de 2005, que fue publicado en tres entregas en su blog, La estación fantasma, y que glosa las cualidades que han convertido la serie de La Cultura en un referente fundamental de la ciencia ficción de las últimas décadas. Animado por él, y supongo que hipnotizado por las veces que se leen y releen los artículos antes de publicarlos, decidí saldar mi deuda con la última novela de las traducidas por Martínez Roca que me faltaba por leer (cosas de no haberla comprado cuando salió): El Jugador. Y no me ha decepcionado.

A la contra de la opinión predominante, es la que menos me ha gustado (por poquito); la he leído casi más de diez años después que las otras dos, carece del brutal sentido del space opera de Pensad en Flebas y se sitúa en las antípodas de la epatante estructura de El uso de las armas (una de esas novelas que leída con veinte años te suele dejar con la boca abierta y que con un poco más de rodaje no es lo mismo). Sin embargo mantiene esa inteligente mezcla de aventura espacial, thriller, búsqueda personal, intriga, especulación social y sentido de la maravilla que se han convertido en las señas de identidad de su autor cuando se ha movido por los terrenos de la ciencia ficción.

Hablar de El Jugador significa hacerlo de su protagonista, Jernau Gurgeh; un personaje típico de Banks, muy en la línea de Horza o Cheradenine Zakalwe (los protagonistas de, respectivamente, Pensad en Flebas y El uso de las armas), aunque sin llegar a los excesos de este último. Considerado el mejor jugador de La Cultura, vive medio aburrido en un apartado orbital de fiesta en fiesta, escribiendo artículos para diversas publicaciones especializadas y sin ejercitar su habilidad para los juegos porque no encuentra un reto estimulante que considere a su altura. No obstante, un par de hechos encadenados le ponen entre la espada y la pared y le sacan de su retiro. En un desplazamiento en tren juega una partida de Posesión con un «espontáneo» y la pierde después de que, por una estúpida confusión, su contrincante piense que estaba haciendo trampas. Poco más tarde, cuando está a punto de ganar en el Acabado a una joven promesa, con la partida ganada y ante la posibilidad de alcanzar la victoria más grande que nadie ha conseguido en ese juego, «vende» su alma a un «diablo» que le ayuda a ver las fichas de su contrincante. El «diablo» en cuestión es Mawhrin-Skel, ex-agente de Circunstancias Especiales (los servicios secretos de La Cultura) y alejado del servicio, que le chantajea para lograr su readmisión. Porque La Cultura necesita de alguien como Gurgeh para acudir a Azad, un imperio con el que chocará más pronto que tarde y en el que absolutamente todo se controla a través de un juego extremadamente complejo denominado, también, Azad. ¿Y quién mejor que el jugador más capacitado entre los billones de habitantes de La Cultura para probar fortuna en él?

En el artículo antes referido, Alfonso definía el Azad como

el juego nacional del Imperio de Azad cuyo ganador es coronado como Emperador. Tan complejo como la vida misma y que vendría a ser un Civilization a lo bestia en el que uno no tiene muy claro si es el Imperio el que ha creado el juego o si es el juego el que da forma al Imperio como la coincidencia de nombres indica.

Esta identificación entre juego e imperio, jugadores y clases sociales, técnicas de juego y técnicas de control social… es absoluta, y casi toda la novela pivota alrededor suyo, moviendo la trama, los personajes y sus evoluciones. Aunque curiosamente, como con el resto de juegos que aparecen en el libro, apenas sabemos nada sobre sus reglas, mecánica, movimientos… Lo fundamental es la psicología del juego y del jugador, su desarrollo, las interacciones que establece con el resto de contendientes, las relaciones de dominación y el consiguiente retrato de una oligarquía que ha dado con el sistema perfecto para congelar el progreso social y perpetuarse en el poder. Algo que para nada es ajeno a lo que hemos observado y observamos a nuestros alrededor.

Llama la atención cómo se presenta a Gurgeh. La primera escena de El Jugador reproduce en vivo lo que sería una partida multijugador de un juego de acción en tercera persona, y ahí tenemos a nuestro personaje, tomando parte y «muriendo» a las primeras de cambio. Normal si tenemos en cuenta que su dominio son los juegos que exigen una planificación, una estrategia y una táctica. Y un poco más adelante este aprendiz de vieja gloria con tendencia a la misantropía, autocomplaciente y a la búsqueda de nuevas sensaciones, en las dos partidas que se nos describe hace, sin necesitarlo, trampas. Interesante forma de introducir al mejor jugador de una sociedad utópica formada por billones de seres que han conseguido, supuestamente, la más absoluta felicidad y, de paso, casi casi, la perfección. Este azaroso arranque inicia el proceso de construcción del personaje y su crecimiento hacia la completitud final: exhibe sus gustos y manías, lo aliena y obsesiona, le sitúa ante una serie de retos de complejidad creciente, cambia la percepción sobre el mundo que le rodea y lo conduce hasta una última partida que supondrá una (auto)revelación.

El talento de Banks no se reduce exclusivamente al desarrollo del personaje y su imbricación con la trama y el contenido de la obra. Se podría hablar largo y tendido sobre la planificación de la novela, cómo se van introduciendo los temas paralelos, el manejo del tempo y el pulso narrativo… Pero no quería perder la oportunidad de destacar los dos factores que hacen de El Jugador, como del resto de las novelas de La Cultura, algo digno de ser leído. Por un lado tenemos una imaginación portentosa, (casi) desbocada, quizás demasiado antropocéntrica, pero que en ningún momento está reñida con el sentido común. Algo que, por ejemplo, me ha terminado alejando de la obra de Jack Vance, una de las influencias más claras de Banks.

La nueva edición de The Player of GamesY por otro, la manera en que su utopía se comporta de una manera poco clara, satisfaciendo todas las necesidades de sus habitantes, dejándoles libertad absoluta, modelando su entorno, haciéndoles vivir en el paraíso… pero sin eliminar en muchos casos ese potencial de insatisfacción que caracteriza al ser humano. O cómo, llegado el momento, esa entelequia llamada Cultura usa a sus ciudadanos para conseguir sus fines. Fines que supuestamente constituyen una mejora en la calidad de vida del colectivo y de las culturas que, en su proceso de expansión y «amejoramiento» del universo, va asimilando pero que para un puñado de seres (puñado en este universo puede ir de uno, varias decenas, cientos, millares, millones, billones…) implican engaño, sufrimiento, manipulación… Una ambigüedad que Banks explota hasta la extenuación y que hace todavía más refrescante su propuesta.

Por último, quizás lo más flojo de El Jugador esté en su propia estructura. Es el summun de lo que, si no me equivoco, Alberto Cairo calificó como novela videojuego; ésa en la que el protagonista tiene que ir pasando «fases» y sobrevivir al enemigo final de cada una de ellas para pasar a la siguiente. En este caso diversas partidas de Azad de dificultad creciente hasta llegar al gran archienemigo que espera en la última confrontación. Sin embargo, nunca una estructura como ésta, tan lineal e intrínsecamente previsible, está más justificada por el tema central de la novela: el juego y su relación con la realidad.

En breve será reeditada por La Factoría y si les gusta un cierto tipo de aventura espacial con contenido, comprometida, coherente, con un gran personaje, en las antípodas de la space opera más vacua (cuya máxima expresión actual sería La vieja guardia) no pierdan la oportunidad y recupérenla. Aunque si ya han probado a Banks en esta vertiente y no les ha gustado, supongo que es más de lo mismo.

Nota: ¿Si nos dicen que un escritor puede mantener dos carreras igual de exitosas, una en la literatura «bien» considerada, de esa que sale en los dominicales, y otra en la ciencia ficción más estigmatizada, como es el space opera, nos lo creemos?

Deberíamos empezar a preguntarnos qué tienen Banks y el mercado inglés para permitir esta «aparente» contradicción.

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7 respuestas a El Jugador

  1. Kaplan dijo:

    En mi opinión no hay contradicción alguna, Nacho. Hace años que vengo defendiendo que ciertos subgéneros de la ciencia ficción no son exportables por muy bien que estén escritos. Hay cosas intrínsecas al género que dependen del gusto, y jamás, jamás se logrará hacer pasar por ellas al público general, vengan escritas de la mano de quien vengan y tengan la calidad que tengan. Por eso lo de la exportabilidad es una falacia tan grande. Aquí tenemos a un escritor que triunfa a ambos lados, pero que no atrae hacia el género a sus seguidores de fuera, un ejemplo perfecto.

  2. Ataulfo dijo:

    Yo le tengo bastantes ganas. «Pensad en Flebas» está bastante alejada del estilo de ciencia ficción que me gusta (aunque sea una buena novela), por eso quería darle otra oportunidad a la Cultura con una que fuera menos pirotécnica, menos Space-Opera de acción. Creo que si tampoco me va esta dejaré a Banks por imposible.

  3. iarsang dijo:

    Lo que pasa que encontrar «El jugador» será bastante difícil ¿no? Mira que he visto «usos de las armas» pero los otros ni los he olido. Al menos tienen «Pensad en Flebas» en la biblioteca, que caerá algún día seguro, «El uso de las armas» no me pareció extraordinaria pero hay que ver cómo enganchaba.

  4. Nacho dijo:

    Kaplan, no iba tanto por la exportabilidad, donde estoy relativamente de acuerdo contigo, como porque hoy en día se puede tener éxito entre crítica y público a pesar de dedicar la mitad de tu producción a historias de naves espaciales, alienígenas, batallitas… Cierto que Banks separa sus dos producciones de forma muy clara, para que nadie se sienta engañado. Pero ahí está, fiel a lo que le gusta sin necesidad de enmascararse (aunque las portadas de la última edición de La Cultura en Inglaterra tengan un look decididamente antifriki)

    Ataulfo, espero que te guste. «El jugador» no deja de ser una novela de aventuras con un fuerte ramalazo Vance. Por momentos el periplo de Gurgeh en Azad me recordó a las peripecias de Kirth Gersen (el prota de «Los príncipes demonio»), más cabales e impecablemente desarrolladas. Por cierto, si no la has leído pásate por el blog del Abuelo Igor, «Visiones fugitivas», y léete la reseña que ha escrito sobre «La ciudad del grabado». Creo que te va a gustar
    http://ambargris.blogspot.com/2007/09/la-ciudad-del-grabado-de-kj-bishop.html

    iarsang, «El jugador» lo reedita La Factoría en breve, por lo que no tendrás problema para encontrarlo en la Biblioteca.

  5. iarsang dijo:

    Anda, pues estupendo, no tenía ni idea. Andaré al tanto con las fechas.

  6. seleucus dijo:

    La foto de ovejas que tienes allí arriba me recuerda al fotograma final de la película Link

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