El propósito de esta serie de entradas, además de ayudar a seguir actualizando el blog con regularidad, es la de recuperar una serie de libros, mejores, peores, más o menos significativos, que me dejaron un sabor de boca singular que perdura en el tiempo. Obviamente, como el resto de este blog, desde el punto de vista más subjetivo y eminentemente positivo. Dispongo de escaso tiempo para escribir y prefiero hacerlo desde las participaciones constructivas a liberar el nacho malo y soltar el mazo con alegría. Vamos, lo que, simplificando, se suele llamar políticamente correcto. Lo digo porque de este libro es fácilmente encontrable en la red una reseña de Pedro Jorge Romero que lo pone, literalmente, de vuelta y media. Quizás con razón.
Antigüedades constituye un extraño hito de paso en la bibliografía de John Crowley. Sólido escritor de novelas, complejas y cada vez más extensas (esta reseña está escrita cuando todavía no había publicado Traduciendo el cielo), se prodiga muy poco en el terreno corto, donde se desenvuelve con desconcertante maestría en un aspecto no muy común en los modernos escritores de fantasía: evocar sensaciones. Algo fehaciente en estos 7 brevísimos cuentos que apenas sobrepasan las 20 páginas de extensión e hilados por un mismo tema común: la añoranza de un tiempo pasado que se ha perdido pero que podemos recuperar a través de un vestigio; una presencia, un recuerdo, una grabación,… lo que el título acertadamente sugiere bajo el término antigüedades.
Los tres cuentos que abren la colección comparten un punto de partida similar: el encuentro del hombre «moderno» con los restos de un mundo antiguo al que ha terminado reemplanzando y con el que la coexistencia resulta compleja, si no imposible. El primero, «La niña verde», es una brevísima y emotiva historia a la manera de Dunsany o Thomas Burnett Swan, donde una campesina se topa con dos niños de la Gente Pequeña. El segundo, «Missolonghi 1824», utiliza la figura de un Lord Byron poco antes de su muerte para hablar de la idea del romanticismo y del anhelo de recuperar un mundo anterior, más consecuente con el orden natural, que ha desaparecido o está en trance de hacerlo. El vínculo con esa época pretérita es una figura dionisíaca, primigenia y salvaje, cuya aparición resulta imponente. Y el tercero, que da nombre a la antología, un delicado cuento de fantasmas egipcios en la campiña inglesa, es otro pequeño divertimento a mitad de camino entre el misterio victoriano y el horror a lo Stoker que rezuma humor británico.
El resto de relatos, sin abandonar la idea antes mencionada, son más prosaicos. «Generosa con los muertos» y «El porqué de la visita» tienen lugar en una realidad cotidiana con leves toques de fantasía que recuerda el tono lírico del Ray Bradbury. En «Generosa con los muertos», una tía y un sobrino, al que hacía años que no veía, se encaminan hacia la antigua casa de campo donde convivieron hace años y que ahora tiene otro dueño. Durante el viaje en coche se dejan llevar por la melancolía y recuerdan las sensaciones que les produce aquel lugar, repleto de vivencias y estados de ánimo que Crowley transmite desde una sugerencia muy efectiva. Mientras, «El porqué de la visita», surgido también de una semblanza melancólica, deja de tener sentido hacia la mitad y produce la impresión de que el autor no sabía cómo rematarlo. Otro tanto se puede decir de «Exogamia», puro surrealismo, oscuro y obtuso, que se queda en mero ejercicio de estilo.
Dejo para una entrada a parte, el relato que más me gustó de Antigüedades, «Nieve», sin duda el mejor cuento que ha escrito Crowley y que figura entre los seleccionados por Orson Scott Card para su antología Obras maestras: la mejor ciencia ficción del siglo XX (anglosajona, claro, y eminentemente yaqui)
Quizás lo peor de Antigüedades está en que es excesivamente breve para lo que cuesta (10 euros). A pesar de esto, no puedo dejar de recomendar (sobre todo si lo saldan) este anecdótico ejercicio de sana nostalgia, no exenta de tristeza, que fundamenta su interés en el poder evocador y su sencillez, término que parece el antónimo de Crowley. Un escritor inconmensurable.
Coincido en que lo mejor del libro es «Nieve», un relato maestro de esos que no abundan. Una vuelta al «colligo virgo rosas» (entre otros temas) pero con un enfoque muy original.
El resto de relatos son, como dices, más bien evocadores. El que más me gustó de los restantes es el primero, el de la gente pequeña.
Como compendio de relatos, aunque más irregular, prefiero por eso «Magna obra de tiempo». Aunque, a gustos, colores.
Qué sentido tiene por tanto un libro como este cuando cualquier autor sudamericano puede contar historias de mínimo argumento con muchísimo mejor estilo. Qué sentido tiene un libro como este cuando uno puede salir a la calle y comprar un libro de Monterroso.
Siento ser tan critico, es lo que pienso.