Cosas que te pasan mientras se cocina un overbooking

Llegas al aeropuerto y te pones en uno de los mostradores para facturar la maleta. Llega tu turno pero antes atienden a los restos del pasaje que va a Nueva York y Miami; apenas les queda menos de una hora para partir y van con el tiempo más que justo. Un hombre que tienes detrás y que va a Miami se disculpa por adelantarte. Con una sonrisa le dices que no hay problema, que todavía te quedan tres horas por delante. Mientras la mujer del mostrador soluciona un asunto por teléfono, te comenta que no oyó el despertador, que anoche se acostó tarde, que temía haber perdido el vuelo. “Menos mal que aquí no hacen como en Francia, donde ya me estarían buscando sitio en otro avión”. Sonríes y piensas en el carácter latino. Le dices que para bien o para mal aquí se hacen las cosas de otra manera; que el corazón católico invita a perdonar todos los pecados. Con la carga justa de ironía como para que no se dé cuenta de ello. Lo que mejor haces en este mundo.

Te toca ceder el puesto a dos personas más y detrás tuyo se sitúa una mujer de cincuenta y pico tacos que te sonríe y te dice que ella no va a adelantarte, que va a Dallas. Le devuelves la sonrisa y le comentas que compartís destino. Ahí comienzas una conversación banal, para pasar el rato mientras siguen atendiendo gente de otras colas, y por uno de los azares del destino acabáis descubriendo que ambos sois profesores emigrados a EE.UU., ella treinta años antes, que ambos habéis trabajado en programas bilingües (aunque en California se los han pasado por la piedra; bendita Texas) y que al día siguiente tenéis que reincorporaros a vuestros respectivos colegios.

Pasas con esa mujer por la cola de facturación. La esperas cuando terminas porque no has podido despedirte de ella y continuáis la conversación. Pasáis la cola del control de seguridad y, ahora sí, le dices hasta luego. Ella tiene que recuperar dinero del IVA de las compras que ha hecho por Madrid. Ya la verás en la zona de espera del avión.

Vagabundeas un poco por la terminal satélite mirando en las diversas tiendas mientras se deciden a poner en las pantallas cuál será la puerta de tu embarque. Te diriges hasta ella y allí te encuentras con un par de compañeras con las que compartirás sangre, sudor, lágrimas y cabreos durante otros cinco meses en el valle del Río Grande. Charláis un poco sobre las vacaciones, las pilas cargadas, los ánimos renovados… Hasta que te da por mirar el billete a ver cómo estás colocado en el avión y descubres que no tienes asiento asignado. Uy, uy, uy…

Te acercas al mostrador y una señorita muy amable se queda con él y te dice que no te preocupes, que cuando lo tenga te lo devolverá. Retornas hasta la zona de espera con la mosca detrás de la oreja. Sabes que huele a overbooking y, por algún motivo, el puto sistema informático te ha elegido como cabeza de turco. También razonas que no te van a dejar tirado pero no te apetece haber perdido toda la mañana haciendo trámites y, sobre todo, perder un día de “libre disposición”… aunque después te ofrezcan hotel de cuatro estrellas, viajes pagados entre el hotel y el aeropuerto en taxi, billete en el avión del día siguiente y una compensación económica. Cosa que, bien mirado ahora mientras escribes estas palabras, hasta te parece una ganga (no de esas de las que hablan tus alumnos, una degeneración de la palabra gang). Sin embargo esa mierda de sentido de la responsabilidad que te inculcaron a fuego cuando eras pequeño te fuerza a querer viajar.

El hecho: la cosa no está en tu mano.

Aparece la misma mujer por el pasillo y la saludas. Os sentáis, la presentas al resto de profesores, y te pones a conversar con ella. Sobre lo que os ha llevado a EEUU, sobre su condición de emigrante no sólo allí sino también en la España de la transición donde estudió, cómo es su trabajo como psicóloga en una escuela, las cosas buenas y malas que encontráis en el sistema educativo de EE.UU., los shocks más grandes que habéis encontrado como emigrantes, lo que le gusta venir a España de vacaciones (hasta cuatro veces al año ¡guau!), que ella se retira el año que viene y que se volverá a Filipinas donde vivirá más que bien con la pensión menguada que le corresponderá… Y, cómo no, que ha estado el día anterior en Santander, disfrutando de unos días con unas amigas en una ciudad que, con el tiempo que ha habido, enamora. ¡Ah, el norte!

De pronto aparece una de las auxiliares de la compañía aérea preguntando si has pasado el procedimiento de seguridad (un cuestionario que te parecería una chorrada si no fuera porque al otro lado del charco se lo toman condenadamente en serio). Como no puedes enseñarle la tarjeta de embarque le comentas que la tiene su compañera. Le preguntas si tardarás mucho en recuperarla y te dice que no te preocupes. Que en breve comenzarán a preguntar si alguien cede su asiento, que las condiciones que ofrecen son muy buenas (las comentadas antes más 800 pavos en viajes en la compañía aérea).

Buen olfato.

De pronto la mujer filipina te mira con una sonrisa y, mientras contempla la cara de medio mosqueo medio decepción que tienes, te dice que a ella le viene genial quedarse otro día. Se acerca al mostrador se ofrece como voluntaria y, minutos más tarde, aparece diciéndote que ya tienes su asiento.

Y tú solo puedes sonreír.

No volverás a verla en tu vida. Se ha llevado 800 pavos en vuelos de esa compañía aérea, una noche en hotel de cuatro estrellas, unas horas más con sus amigos de Madrid y tu gratitud, digamos, eterna.

Va por ti, Claire.

P.D: Después te sientas en el avión con una novela, dispuesto a sumergirte en ella, y el finlandés que tienes al lado te pregunta si te gusta, señalando el libro. No por nada su autor es de su país. Pero esa, ovejas, es otra historia.

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2 respuestas a Cosas que te pasan mientras se cocina un overbooking

  1. Kaplan dijo:

    Una entrada cojonuda. Estoy deseando que acabes el año para leer el diario. La novela «de Julián» bien, supongo.

  2. Nacho dijo:

    Gracias. Lo del finlandés fue de traca. Hablamos mucho en la segunda mitad del vuelo, después de que leyese la novela y medioescribiera un bosquejo de reseña que, espero, pueda aparecer en Prospectiva. O, si no, en C. Un fanático de la bicicleta que ha viajado por medio orbe occidental, trabaja en Alburquerque desde hace dos años y me estuvo recomendando sitios que visitar en Nuevo México, Colorado, Arizona… Menudo viaje me voy a pegar en Marzo.

    Sobre «El sanador», resulta un poco decepcionante. La parte prospectiva, que es casi secundaria, es lo mejor de la novela. La trama negra no está mal pero acaba siendo decepcionante. Es una pena porque, por momentos, recuerda a «Fuga para una isla» en clave de cambio climático.

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