Entre todos los libros oportunistas que han llegado en los últimos dos meses coincidiendo con el estreno de Ágora el que más llama la atención es, seguramente, este. Como asegura la frase promocional que se puede leer en su cubierta (alguna vez tenían que ser verdad), ofrece «un viaje en el tiempo a la Alejandría del siglo IV d.C». En todos los sentidos. A pesar de esto no ha tenido mala fortuna en su situación en las librerías. Al menos por lo que he podido ver en Santander, lo han situado junto al resto de libros sobre Hipatia. Una suerte para una novela que toca varias temáticas en un ponderado ejercicio de hibridación donde la ciencia ficción es fundamental para su desarrollo.
Eduardo Vaquerizo construye La última noche de Hipatia a partir de una serie de testimonios que nos acercan a los hechos que condujeron al cruel asesinato de la filósofa. Sus narradores son el prefecto romano Orestes, transmisor de la visión del romano que observa cómo el cristianismo se convierte en la religión única del Imperio; el obispo Cirilo, al comienzo un eremita exiliado en el desierto; Marta, una viajera del tiempo a través de la cual tomaremos contacto con la época; y la propia Hipatia. Una técnica novedosa para Vaquerizo (como comentó en una entrevista para Prospectiva, no utiliza aquí su habitual narrador onmisciente), que depara una lectura multipolar ideal para introducir los conflictos surgidos en los últimos estertores del Imperio Romano de Occidente y que facilita la mezcla temática. Porque La última noche de Hipatia tiene múltiples caras.
Es una recreación histórica que nos aproxima a la inquietudes de unos personajes que son guías en un período convulso. En esta faceta es imprescindible destacar las soberbias descripciones de la ciudad de Alejandría, con un vocabulario rico y expresivo que reproduce pasajes inolvidables caso del (por ejemplo) viaje en carro hasta el faro y el ascenso hasta su parte superior, un fragmento de un intenso poder evocador. Igualmente es una historia de viajes en el tiempo muy influenciada por He aquí el hombre de Michael Moorcock, El poder de un dios de los hermanos Strugatski o El libro del día del juicio final de Connie Willis (como han apuntado José Antonio del Valle y Juanma Santiago). Una narración donde la relación entre observador y observado va mucho más allá de la simple contemplación y que aborda la fascinación que despiertan la Historia y sus protagonistas. También tiene mucho de novela de iniciación y de crecimiento gracias al personaje de Marta, el más atractivo de todos, sujeto a un proceso de maduración a lo largo de todo su relato. Y, por último, desemboca en una hermosa historia romántica alejada de cualquier estereotipo. Sin embargo en esta mezcla donde sus ingredientes no se devoran entre entre sí, puede radicar el principal escollo para algunos lectores. Está tan bien equilibrada que hay momentos en los que cuesta descubrir si se mueve hacia algún lugar.
Donde sí existe un fuerte desequilibrio es en la importancia de los narradores. Más allá de Marta e Hipatia, el resto adolecen de una presencia irregular hasta el punto que no se les eche en falta cuando desaparecen. Eso me lleva a pensar que sus testimonios podían haberse incluido como parte de las otras dos narraciones sin que se perdiese un ápice de coherencia. Y como ya había apuntado Santiago L. Moreno, las voces de los diferentes personajes se parecen bastante entre sí, creando la sensación de que hay un único narrador.
Junto a la novela se incluye el relato «Habítame y que el tiempo me hiele», que desarrolla el viaje en el tiempo de otro de los miembros del equipo del que formaba parte Marta; concretamente hasta los tiempos de Mahoma para observar el nacimiento del Islam, donde se encuentra con unos acontecimientos inesperados. Un complemento perfecto, bastante original en sus planteamientos (son decenas los relatos que juegan con el viaje en el tiempo hasta Jerusalem, pero escasísimos los que se preocupan por otras creencias) y con una contundente base metafórica sobre el poder de las religiones.
La última noche de Hipatia supone un satisfactorio reencuentro con Eduardo Vaquerizo, al que prácticamente no habíamos podido leer después de la publicación de Danza de tinieblas. Espero que en un plazo más corto de tiempo podamos tener ante nosotros una nueva novela, al menos tan atractiva como ésta.
Hola Nacho. No sé quién eres, y me alegro de saludarte, pero creo que podría interesarte el libro de Pilar Pedraza «La perra de Alejandría», es el precursor desde hace un año más o menos de todas estas hipatias. Es una maravilla de novela. Acabo de descubrir tu blog, te linkearé. Gracias.
Un abrazo
Norberto
Conozco la novela aunque no la he leído. De Pilar me gustaron mucho «La fase del rubí» y varios cuentos de la colección «Arcano 13».
Muchas gracias por el enlace.
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