Después de haber disfrutado de Clara y la penumbra y La dama número 13, ésta es la tercera novela de José Carlos Somoza que leo. Dafne desvanecida, finalista del premio Nadal del año 2000. Una obra anterior que se mueve en unos parámetros relativamente diferentes y que me ha dejado un poco frío. Se prescinde un tanto de la narración, la creación de un escenario y la consiguiente suspensión de la incredulidad para entrar a fondo en el contenido alegórico del relato, una historia cuyo leitmotiv está en la exploración de la ficción y del hecho creativo.
Su protagonista principal es Juan Cabo, un escritor que despierta en el hospital después de haber tenido un accidente de tráfico que le ha ocasionado amnesia. De la total ausencia de recuerdo ha sobrevivido una frase escrita por su propio puño en una libreta la misma noche del accidente: «Me he enamorado de una mujer desconocida«. Una frase que le obsesiona y que le lleva a investigar qué hizo antes de meterse en el coche. Sus pesquisas comienzan en un restaurante, La Floresta Invisible, que se caracteriza por dejar a los comensales cuartillas para que escriban mientras disfrutan de los platos del menú. Cuartillas que una vez rellenas se guardan en un archivo a la espera de una posible publicación y que pueden ofrecer información sobre quién estaba aquella noche en el restaurante. Sin embargo la investigación no produce los resultados buscados porque nadie parece haber reparado en esa mujer. ¿O sí lo hicieron y alguien ha falsificado las cuartillas de aquella noche, ocultando la presencia de la joven?
Es complicado disfrutar de Dafne desvanecida tal y como la he afrontado, después de haber leído las obras que Somoza ha escrito posteriormente. Tras los alardes conceptuales, el cuidado con el que se construía la escenografía y la atmósfera de cada historia, el despliegue de la narración y la profunda verosimilitud de la trama, aquí este proceso de «caracterización» queda en un segundo plano, casi hasta el punto de poner en cuestión la credibilidad de lo que se cuenta. Son muchas las objeciones que se pueden hacer del desarrollo de la historia y los personajes, como que el escritor Juan Cabo interaccione única y exclusivamente con gente relacionada con el mundo de la literatura, ya sean escritores, editores, detectives y modelos literarios o camareros de un restaurante para escritores (o aspirantes a). La verosimilitud no abunda.
Sin embargo en bastantes momentos esa «carencia» del primer nivel de lectura ha quedado en un segundo plano ante el cuidado puesto en la construcción del lenguaje o cuando emergen el contenido simbólico (del que apenas he identificado el mito de Apolo y Dafne) y las ideas sobre la creación de los personajes, la relación entre realidad y fantasía, la naturaleza de la literatura, la identificación entre autor y su creación, o entre su creación y lector, y cómo se manipulan entre ellos. Hecho puesto de manifiesto en un sorprendente y suculento giro final que, primero, deja al descubierto el engaño al que nos ha sometido Somoza y, poco después, alumbra la que podríamos calificar como el fin último de Dafne desvanecida: la literatura como transformación.
Una novela que, a pesar de la ligera decepción que me ha producido, no me importaría leer otra vez dentro de unos cuantos años.
No puedo comparar el libro que comentas con La caverna de las ideas, también de Somoza, así que no puedo decir si te gustará o no, pero el tema principal es casi idéntico, el universo metaliterario, pero desde una historia de detectives en la Grecia de Platón. Yo que tú le daría un tiento 🙂
Tengo la intención de seguir leyendo la obra de Somoza, y en los puestos altos de la Pila tengo su recopilación de novelas cortas «El Detalle». Supongo que después me meteré con «La caverna de las ideas» (gracias por la recomendación), «Silencio de Blanca» o «La caja de marfil». Y a la vez iré leyendo también cosas de Merino, Perucho o Fernández Cubas. Apenas he leído dos obras de cada uno, pero eran de una calidad incontestable.
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