Este comentario al principio formaba parte de la entrada anterior, pero dado que iba a dedicar a este cuento más atención que al resto se me ocurrió la «brillantísima» idea de hacer un spin off de la serie libros sabrosos. Bienvenidos a relatos sabrosos.
«Nieve» es el corazón de Antigüedades y donde más condensadas se pueden encontrar las artes de John Crowley. En una primera persona (algo inusual en este escritor) tan pulcra como verosímil (la que un individuo «normal» podría escribir), relata la curiosidad, extrañeza y zozobra que atenazan a un hombre que ha perdido a la mujer con la que convivió durante más de una década y que, en un ataque de añoranza, se dedica a sondear los recuerdos almacenados en una grabación de más de 8000 horas que se ha realizado utilizando una Avispa; un sensor que durante su vida útil se dedica a sobrevolar a una persona grabando todo lo que hace las 24 horas del día, siete días por semana. No obstante, por el funcionamiento propio del sistema, le es imposible acceder a esa información de forma ordenada y, a imagen y semejanza de cómo funciona nuestra memoria muchas veces, se ve obligado a hacerlo aleatoriamente. No puede buscar recuerdos conocidos sino que tiene que contentarse con observar los que van surgiendo ante él.
A través de escenas cotidianas que el protagonista había olvidado, la historia profundiza en las sensaciones que acompañan al paso del tiempo y la frustración que surge de la caprichosa manera en que opera nuestra mente: generalmente olvidando la mayoría de los momentos que componen una vida, rememorando hechos triviales y no atesorando con la debida nitidez los que queremos mantener. Todo desarrollado con una enorme sensibilidad y una rica simbología, aunque parezca inaudito en Crowley fácil de desentrañar.
Lo curioso de todo el asunto es que «Nieve» es la única historia de ciencia ficción de Antigüedades y, además, el típico ejercicio de voluntarismo de alguien que desconoce tanto las convenciones del género como la manera en que se encuentra la tecnología en el momento de escribirlo. A mediados de los años 80 ya se podían prever (por no decir que existían) sistemas de almacenaje capaces de perdurar mucho más tiempo del propuesto. Por no hablar del propio soporte de la grabación, la manera de acceder a ella o una explicación sobre su funcionamiento que no viene muy a cuento y que podría haber evitado pasando de puntillas sobre el asunto.
Sin embargo, la fuerza de la literatura puede con ese nimio desajuste o, incluso, con la extrañeza de ver en Austria un «leopardo de las nieves» (sic); uno de esos guiños ensoñadores que Crowley acostumbra a meter en sus historias. La intensidad de «Nieve», el poder de la metáfora, lo afilada que está (genial la reflexión sobre las parejas que no viven su vida sino que la interpretan para aquéllos que la vean en el futuro), trascienden cualquier torpeza y durante su desarrollo evoca uno de los sentimientos más difíciles de sugerir (que no afirmar): el de pérdida.
Vaya, por lo que cuentas hay un cierto parecido con «16 de junio en Anna’s».
Pues donde dije digo, digo Diego 🙂
Kaplan —> pues ahora que lo dices…
Cierto, el relato de Rush tiene bastante que ver con el de Crowley, aunque es mucho más directo y concreto. Eso sí, tambén me gusta un huevo. EMHO, con «La pequeña diosa» de McDonald, lo mejorcito de ciencia ficción anglosajona que tradujo la Asimov.
Buenas.
Aquí tengo que quitarme el sombrero, por que un comentario tuyo en cyberdark sobre este relato fué lo que me hizo descubrir a Crowley.
Muchas gracias Nacho 😉
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