Recientemente he tenido la oportunidad de leer Esta pared de hielo, de José María Guelbenzu. Un libro irregular, con manifiestos altibajos, que me ha dejado un agradable sabor de boca. Dividido en tres segmentos complementarios trata temas como la muerte, el compendio de lo que acaba conformando una vida, la nostalgia de nuestro pasado real o potencial, las relaciones de pareja,… Asuntos trascendentes que se abordan con gallardía. Guelbenzu propone una mirada alejada de las habituales semblanzas en primera persona para penetrar en un tratamiento multipolar variado y rico, a ratos rutinario, a ratos engolado, a ratos intrigante.
En un primer segmento un difunto recién fallecido espera a orillas de la laguna Estigia a que sus familiares cumplan con toda la ceremonia que rodea a la muerte para pasar al otro lado. Allí el barquero, pacientemente, escucha (y soporta) todas las reflexiones que le surgen a raiz de su muerte: qué proyectos quedaron inconclusos, cuáles olvidados, el sentido de su vida, cómo fue su relación con su familia, qué habría cambiado, la visión de la humanidad después del convulso siglo XX, su condición anodina, … A su vez en el segundo segmento su mujer, descansando en casa a la espera de retornar al tanatorio para enfrentarse a las últimas horas previas al entierro, recibe la visita de un demonio que quiere descubrir qué se esconde detrás de un hecho oculto en la vida del matrimonio. Una acción a priori sin importancia que marcó a la pareja durante décadas.
Ambos planos guardan una cadencia medida y un tanto sintética: a veces fluyen con naturalidad y otras dan vueltas constantemente sin aportar nada; el narrador tiene que mantenerlas parejas para que las revelaciones se mantengan sincronizadas. También deparan un adecuado tratamiento sobre cuestiones trascendentes o mundanas, y acusan un lenguaje ceremonioso, grandilocuente, teatral,… Funcionan como dos monólogos pasados por un tamiz más propio de la literatura de siglos pasados perdiendo verosimilitud.
Sin embargo en el tercer acto, intercalado entre los anteriores, se encuentra un relato del velatorio del difunto en el que Guelbenzu da un do de pecho intachable, potente y dotado de genio. Mediante escenas de dos o tres páginas repasa todo lo que suele ser un velatorio a través de las espontáneas conversaciones que van surgiendo entre los que esperan a que la viuda haga acto de presencia: el dolor de unos familiares, el deber hipócrita de otros, el sentimiento de sus compañeros de tertulia, el conocimiento superficial de muchos compañeros de trabajo, la nostalgia de un antiguo compañero de juegos con el que perdió el contacto,… Nada insólito pero, como compendio, reproduce con chispa e ironía lo que supone este triste e inevitable trago del que no podemos escapar.
Lo más enriquecedor viene del elemento fantástico que se vislumbra mediante el recuerdo que realizan del difunto los personajes de las novelas de Emilio Salgari que leía de niño, los restos de aquellos soldaditos con los que jugaba y que ahora forman parte de una pata de la mesa que aguanta su ataud o un diálogo entre su ángel de la guarda y su mala conciencia. Ejercicios imaginativos de primera magnitud ingeniosos, bien resueltos y muy efectivos; es a través suyo donde nos podemos ver mejor reflejados si situamos en la historia nuestros iconos personales. De ahí a que surja nuestra propia nostalgia sólo hay un suspiro.
«No acosen al asesino» del mismo autor siempre lo vi en el marco geografico de Noja (Cantabria) . No se si el autor conoce la zona, pero es la descripción perfectade esa zona. No se si el autor la conoce, pero yo siempre la vi ahi.
Lo anoto en la lista de futuribles, que el autor me ha gustado lo suficiente.