Aprovechando que el reciente saldo de Nova ha puesto de nuevo el libro en el candelabro, y que su autor ha entrado con muy buen pie en la blogsfera con La fraternidad de Babel, repesco esta reseña de El círculo de Jericó que escribí hace más de dos años aprovechando una relectura. El libro es, probablemente, la mejor literatura fantástica que ha producido alguien salido del mundo aficionado y, tristemente, tuvo una repercusión mínima. Que no agotase su edición habla, bien a las claras, de lo que somos los lectores de ciencia ficción españoles. Aunque a un servidor le queda el consuelo de haber hecho el canelo en su día pagándolo a precio de portada.
Para el que lo desconozca, bajo el título de El círculo de Jericó se recogen una serie de relatos escritos a comienzos de la década de los 90 y publicados en los fanzines de la época, sin ninguna relación argumental, eclécticos en sus temáticas y engarzados con habilidad en un relato que los contiene y les proporciona una mínima cohesión. Un escritor, su mujer y su hija, durante una excursión a la comarca de la Garrocha en Gerona, visitan el cono volcánico de Santa Margarita (uno de los parajes naturales más hermosos que se pueden visitar en España). Allí se topan con un variopinto grupo formado por siete extraños personajes que se postulan como guardianes de la realidad. Cuando están conversando con ellos, una violenta tormenta les sorprende y se ven obligados a refugiarse en una casa deshabitada de las proximidades. Esperando a que mejore el clima, cada uno contará una historia sobre un hecho que, una vez conjurado mediante su relato, ya no tendrá lugar.
Aunque el libro apareció dentro de una colección como Nova, clasificar su contenido es una labor complicada: la etiqueta ciencia ficción se queda pequeña para lo que se puede encontrar en su interior. Cierto es que la mayoría se sitúa en terrenos habituales en el género, como denunciar los monstruos surgidos del sueño de la razón o exponer la relación que establecemos con la tecnología. Pero aparte de que todos se desarrollan en el presente, en algunas ocasiones lo sobrenatural y lo inexplicable irrumpen en la trama por caminos fantacientíficos, algo que no molesta; Mallorquí es un narrador convincente capaz de hacer asumibles los giros más increíbles.
El más sobrecogedor de todos los cuentos es «El rebaño», una historia triste de fin del mundo que habla de la nobleza de muchos actos inútiles. La especie humana se ha extinguido debido a la liberación de una plaga y, años después, en un pueblo del Pirineo, un perro mantiene la rutina que le enseñó su amo. Día tras día saca a un rebaño de ovejas del corral, las lleva a los pastos y, al caer la tarde, las devuelve al cercado. Mientras, en las capas altas de la atmósfera, un satélite militar busca ponerse en contacto con la humanidad que le puso en órbita. Ambas acciones le permiten a Mallorquí establecer una comparación centrada en la «cotidianeidad» de los dos seres, al contraponer cómo sobrellevan la pérdida del «creador» que les dio forma y les asignó su misión.
Amante de autores de la ciencia ficción clásica como Simak, Bradbury o Bester, reproduce el tono melancólico de parte de los relatos de los dos primeros y lo impregna de un conmovedor sentimiento de pérdida que, al aproximarse el desenlace, emociona. La parte dedicada al perro, contada en tercera persona pero con una enorme cercanía al animal, pone la piel de gallina en unos pasajes duros y hermosos donde los que tengan la lágrima fácil (como servidor) es posible que lleguen a soltar más de una. Y es que Mallorquí consigue algo muy difícil: crea empatía con muchos de sus personajes, una capacidad que, en lo que a mi respecta, brilla por su ausencia en la ciencia ficción española.
Otro relato intachable es «La pared de hielo», que juega con la dualidad ciencia/religión y se constituye como un tecnothriller bien urdido. Contado en primera persona a modo de flashback, desvela los hechos que llevan a la aparición en la Tierra de un dios creado por medio de la manipulación genética. Dado que Mallorquí no tiene una formación científica, sorprende su solvente ambientación en un laboratorio de bioingeniería y el uso que hace de algunas ideas sobre control mental que otros autores anglosajones han utilizado con éxito recientemente, como Paul McAuley en El beso de Milena. Al igual que «El rebaño», tiene un tinte fatalista centrado en un narrador que no puede luchar contra el inevitable transcurrir de los acontecimientos.
La tercera joya de El círculo de Jericó es «La casa del doctor Pétalo», una novela corta que presentó al UPC en el año 93 y que, después de haber leído los ganadores (Elia Barceló y Alan Dean Foster) pienso que debió llevarse el galardón. Es otra historia de hondo sabor clásico, con unos personajes deliciosamente humanos, una trama no demasiado compleja y un desarrollo atrayente. El objeto central del cuento es, como bien resume el título, la casa del doctor Pétalo, una inmensa estructura ajena a nuestra concepción del espacio y del tiempo, que contiene en sus «habitaciones» toda una serie de arquitecturas provenientes de las más variadas civilizaciones. Pétalo, encargado de las secciones provenientes del planeta Tierra, se pone en contacto con Sara, una mujer joven que habita en una casa modernista de Barcelona para añadir su salón a la macroestructura.
El argumento en sí mismo no sorprende y, uno por uno, pasa por todos los hitos esperados: se establece el problema económico de Sara, se encuentra con Pétalo, duda ante la extraña oferta, visita la mansión, se relaciona con sus habitantes, se enamora de uno de ellos, descubre un secreto que nadie le quiere revelar,… Pero Mallorquí es un narrador elegante que siempre tiene algo que ofrecer y, aparte de una idea fascinante descrita con todo lujo de detalles (la Mansión), construye unos personajes carismáticos que se comportan con la irracionalidad de un ser humano puesto en una situación de conflicto emocional.
El resto de los cuentos podrían incluirse dentro de esta terna de los que he comentado hasta ahora, pero se caen por diferentes motivos. «Materia oscura» recuerda a lo mejor de Empotrados de Ian Watson o el primer cuento de Hyperion de Dan Simmons, con un misionero a la búsqueda del secreto que oculta una tribu perdida del amazonas. Es sorpresivo aunque le falta pegada. A su vez «El escritor, la muerte y el diablo» es la tópica historia de creador que le vende su alma al diablo por el favor de las musas. Está bien contada pero no aporta nada nuevo al esquema conocido… salvo la divertidísima manera que tiene de contactar con el averno y venderle su alma, a través de un interfaz textual que aparece en su procesador de textos.
Otro cuento donde la ciencia y la tecnología, unidas a la ambición humana, terminan abriendo la caja de pandora es «El hombre dormido». En él unos científicos se reúnen en Creta para estudiar una nueva fase del sueño que han observado en dos pacientes y terminan cambiando el planeta. Al igual que «El rebaño» (y otras historias que ha escrito), Mallorquí juega con dos hilos: el central y uno lateral con el que no parece tener relación y que se acaban uniendo en el desenlace. No obstante no concitan el mismo interés y el segundo me parece harto pretencioso. Como curiosidad, me ha recordado a Buscador de sombras de Javier Negrete, novela corta posterior que ganó el premio UPC del 2000. Algo semejante ocurre con «El mensaje perdido», otro relato escindido en dos cuya parte principal se centra en la búsqueda de la propia identidad por parte de un gitano con el don de la clarividencia, otorgado de forma absurda por un transmisión entre especies alienígenas y que, casualmente, chocó con su cabeza en el momento de su nacimiento. Con un cierto aire al humor de Lem o Vonnegut, se lee como una fábula moderna agradable y sana sobre la formación de un ser humano y la necesidad de encontrarle un sentido a nuestra existencia.
Todos ellos hace de El círculo de Jericó uno de los mejores libros de literatura fantástica escritos en España, y una herramienta fundamental para conocer a uno de nuestros escritores más capacitados. Lástima que para saciar el hambre haya que recurrir a sus libros de literatura juvenil. Aunque gozosos, no producen sensaciones equiparables.
Un libro magnífico, cargado de bellos relatos. Es una pena, como dices, que ya no se dedique a la ciencia ficción (aunque tal como están las cosas, tampoco me extraña). Encima el libro ya no se encuentra fácilmente. Si es que nos dejamos perder cada cosa… 🙁
P.D. Este año estuve en el cráter del Santa Margarita, junto a la casa del relato y fue una sensación de lo más peculiar.
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