Acabo de leer en la lista de correo de gigamesh un mensaje de Álex Vidal comentando la aparición el pasado 21 de Julio de un artículo en El Periódico sobre el auge literario de la fantasía, que en las colecciones más importantes de fantástico se está merendando en términos absolutos tanto a la ciencia ficción como el terror. Es uno de esos artículos hecho a base de coger frases sueltas de (mini)entrevistas realizadas a diversos personajes con conocimiento del tema: Luis G. Prado (editor de Bibliópolis), Francisco García Lorenzana (editor de Minotauro), Javier Negrete (autor, entre otras, de La espada de fuego), Laura Gallego (autora del superéxito Memorias de Idhun), Alejo Cuervo (editor de Gigamesh),… y que cumple su función de asentar una idea (el tirón de la fantasía) mientras divulga una serie de libros entre el lector blanco, ése que desconoce por completo el tema salvo las tres referencias arquetípicas de rigor y que puede sentirse atraído por el tema en cuestión.
Ahora bien, una parte nada trivial de las frases extractadas son de las de quedarse con la boca abierta, entre cariacontecido y encabronado. Es imposible saber si realmente son opiniones tal cual, han sido tergiversadas por el periodista o extraídas de un contexto que les proporcionaba otro sentido. Pero preocupa, y mucho, que algunos de nuestros editores más destacados pueda pensar lo siguiente. Habla Daniel Fernández, editor de Edhasa (en negrita sus palabras textuales):
«la fantasía está cumpliendo el papel experimental que antes desempeñaban otros géneros«, y abriéndose a la historia (Tim Powers), la parodia (Terry Pratchett), la religión (Scott Bakker), la psicología junguiana (Robert Holdstock), el terror y el cómic (Gaiman) o hasta el género negro y el folletín (Sapkowsky y Martin), «diversifica sus referentes y aumenta sus lectores«
Resulta sintomático que la experimentación literaria que se cita esté relacionada únicamente con las temáticas de las novelas y no con el estilo literario utilizado para desarrollarlas o los personajes que en ellas se dan cita. Pero llama más la atención que los nombres citados sean las excepciones a lo que se puede encontrar en el mundo de la fantasía, unos autores que son seguidos por toda una legión de segundones y tercerones que experimentar, lo que se dice experimentar, experimentan el conjunto vacío. Por ejemplo hubiese sido interesante que el editor hubiese explicado qué aporta a la literatura la serie de Robert Carter que están publicando en su colección de fantasía y que, por lo que cuentan los que la han leído, es un ladrillo más en el kilométrico muro que conforma el nutrido palacio del Emperador de todas las Cosas.
Otra
«el fantástico habla hoy mejor del mundo que el naturalismo porque vivimos cruzadas que son terreno abonado para el fantasy medieval«
Si por fantástico se entiende las obras publicadas en los últimos tiempos de Jonathan Carroll, Mary Gentle, Elia Barceló, China Miéville, Ted Chiang, M. John Harrison, José Antonio Cotrina, Andreas Eschbach, Ursula K. Le Guin,… seguro. Pero tanto por el contexto como por la etiqueta fantasy medieval, da la impresión que esa visión del mundo es la de la situación política mundial que ve George W. Bush, de o estás conmigo o estás contra mi. Si algo abunda por aplastante mayoría en el fantasy medieval (salvo las excepciones de rigor) es un mundo de blancos y negros, buenos y malos, cielo e infierno. Hasta aquí O.K. Ahora bien. Lejos de hacer un análisis de dicha situación se sumerge en ella para ponerse de su lado sin introducir un término medio, ni zonas grises, ni puntos de vista, ni un intento de entender la cultura del otro, ni indagar en motivos históricos,… Y sí, hay excepciones. Pero, ¿se puede definir el todo a partir de una mínima parte?
Se podría seguir con alguna más, pero quiero centrarme en los conceptos más preocupantes que salen por boca de una persona de la que, sinceramente, no me esperaba que tuviese esta visión. Francisco García Lorenzana. Un editor que está trabajando por mantener un legado mientras introduce nuevas ideas en su sello editorial, y que aquí yerra estrepitosamente. Vamos allá
«el análisis político de la guerra fría que ofrecía la ciencia ficción en los 50 (invasiones, mutaciones, desastres nucleares), ahora que hay choques culturales y religiosos lo cumple mejor el fantasy«
¿Mande? ¿Cuál fantasy? ¿El que publica Minotauro? ¿El que se puede leer en la trilogía de Aquasilva? ¿En la trilogía de Poldarn de K. J. Parker? ¿En la entretenida Las sombras de Wielstadt, que de visión adulta tiene lo que servidor de arzobispo de Canterbury? ¿O ese cruce entre un El misterio de Salem´s Lot mediocre en la campiña inglesa y un videojuego a lo Resident Evil que es El ejército de las sombras? Novelas que exigen la misma reflexión que una partida al Space Invaders.
Y, lo que es más desconcertante:
un género (la fantasía) que «no caduca al año por el progreso«
Sentencia que lleva implícita (al menos así lo interpreto) la idea de que la ciencia ficción, el género que va de la mano de la fantasía, caduca, una perversión de dimensiones colosales.
Nadie que leyese Crónicas Marcianas en el año de su publicación pudo pensar que hablaba de algo real. Su Marte era todavía más mentira que el que se podía encontrar a comienzos del siglo XX en los libros de Edgar Rice Burroughs. Sin embargo su contenido, lo que está detrás de la metáfora utilizada por Bradbury, sigue estando tan vigente como el primer día. Y quien habla de este libro habla de centenares más.
La aberración detrás de esta idea reside en la creencia que la ciencia ficción es una vulgar bola de cristal que tiene que predecir el futuro tal cual va a ser, y decirnos si dentro de tres años la miniprimer va a estar conectada a internet o mi lavadora va a blanquear la ropa mejor que la de mi vecina. Su misión es mucho más profunda y necesaria: analizar la realidad que nos rodea. Algo que contados libros de fantasy hacen. Sólo los mejores. Algo que, hay que reconocerlo, hacen pocos libros de ciencia ficción actuales (bastantes más que los de fantasy). Sólo los mejores, los que hay que preocuparse por editar en condiciones y hacerlos llegar a la mayor cantidad de público posible.
Al final, y dejándome llevar del todo por el juego de interpretaciones que me está llevando a escribir esta entrada, todo me suena a una autojustificación de sus respectivas líneas editoriales, en las que hay aciertos que responden a lo que defienden. Mismamente, tomando un ejemplo de quien más caña he dado, en Minotauro se han publicado grandes obras de fantasía que responden a lo que defienden. Por ejemplo Rihla de Juan Miguel Aguilera, una novela de aventuras que es mucho más de lo que parece. Sin embargo los contraejemplos son demasiado numerosos y los alfileres con los que se intentan justificar caen por su propio peso.
Detrás de tanta monserga está el hecho de que ahora mismo la fantasía vende más que cualquier otro género fantástico, los editores se dan cuenta de ello, se ven en la obligación de orientar sus esfuerzos hacia ella y como debe ser duro reconocer que ellos están aquí para hacer ganar dinero a sus empresas, que para eso les pagan, intentan vendernos una serie de argumentos insostenibles. Porque si el 20 % de lo que publicasen se acercase mínimante a las obras de Sapkowski, Martin, Powers, Holdstock, Negrete, Hobb o Gene Wolfe (curioso que su nombre no aparezca nombrado cuando probablemente sea el tío que más partido ha sabido sacarle al fantasy en el último cuarto de siglo) tendría que cerrar la boca. Pero son la excepción a la regla. La inmensa mayoría es tan trascendente, subversiva, analítica y reflexivo como una partida al Dungueons and Dragons. Que no por el hecho de ser entretenido deja de ser lo que es.
Menos mal que en el texto Luis G. Prado o Alejo Cuervo dan con sus dos líneas una visión más próxima a la concepción que me he creado sobre el asunto. De hecho no quería dejar de teclear sin hacer mención a unas palabras de este último que algunos deberían utilizar para medir su idea del alcance del fantasy
Frente a la fantasía conservadora, la de los clónicos y las batallitas Bien-Mal, falta potenciar la trasgresión
Lo que después cada uno entienda por transgresión es otro asunto.
Según iba leyendo estaba pensando en la conclusión que tu mismo acabas perfilando perfectamente al final; «Vamos a barnizar de respetabilidad la morralla que estamos publicando» Ya sabes que el «fantasy» ese no me gusta ni un pelo, al final la repetición de estereotipos, y lo que es peor, la repetición de antiestereotipos, se me terminó por hacer muy muy cansina, pero que no me vengan con milongas, si los escritores escriben «fantasy» y las editoriales publican «fantasy» es porque se vende como churros, ¿por qué? no lo se, pero es un hecho irrebatible, así que no nos cuenten milongas, que lo suyo es un negocio, y como tal, venden lo que se demanda.
A mí me mosquea bastante esa constante confusión terminológica, tan típica «ahí fuera», entre «género fantástico» y «género de fantasía». Son categorías distintas (la segunda dentro de la primera, junto con el terror y la ciencia ficción).
Aunque algunos estudiosos como Tzvetan Todorov han redefinido el término «fantastique» segregando la ciencia ficción, históricamente (como te demostré con aquel artículo de 1905, ¿recuerdas?) siempre se han incluido las «romans scientifiques» en el género fantástico. Esto es muy notable en el mundo del cine, por ejemplo; no sé por qué se produce esta confusión siempre que se habla de literatura cuando en otros ámbitos parece estar tan claro.
Pues casi lo mismo podría decirse de la ciencia ficción… te camuflan un ladrillo con un par de ideas peregrinas y te lo venden como el nuevo Heinlein.