Joe, menudo título a lo tesis doctor-al y con ripio fin-al me ha salido…
Éste es un tema que pasó por mi cabeza después de ver, hace una semana, El reino de los cielos, pero que venía de muy atrás. De hecho ya ha sido discutido en diversos foros por gente más docta al poderse observar, por ejemplo, en el anterior film «histórico» pergueñado por Ridley Scott y otras películas que iré citando a continuación. Me refiero al nulo interés de sus directores (al fin y a la postre los ejecutores encargados de definir el curso de la narración) por concretar de forma clara y explícita el hilo temporal con el que se desarrollan sus historias. Circunstancia que conduce a una serie de absurdos que parecen no preocupar en comparación con otros temas más del gusto del público o la crítica actual pero que a mi, que en el fondo soy uno de esos (como acertadamente nos calificó Knut en cYbErDaRk.NeT) yonquis de la narrativa, me gusta que se trate, al menos, con corrección. Porque, después de todo, sin un adecuado desarrollo cronológico los sinsentidos se multiplican, muy especialmente si estamos ante una película que quiere pasar como verosímil.
En El reino de los cielos hay mucho donde sacar partido. La parte inicial relata el periplo de Balian de Ibelin hasta Tierra Santa desde algún lugar de Francia, trayecto durante el cuál realiza un viaje iniciático que forjará sus actos durante el resto de la película. Pues bien, un viaje que en aquéllos tiempos llevaba muuuuuuuuchas semanas aquí no hay manera de saber si trascurre a lo largo de un día, una semana o un año (a lo que viene unido la casualidad de que el naufragio de su barco ocurra junto a las costas de Palestina, con lo que el espectador se quede con la sensación de que, a parte de tener más potra que Luke Skywalker el día que acabó con la primera estrella de la muerte, el Mare Nostrum por el que están navegando tenga una anchura equivalente a la del Pantano de Mequinenza).
Después podemos hablar del tiempo que se pasa Balian cultivando la tierra en su señorío en fraternal convivencia con sus campesinos. En una escena poco después de su llegada, se quita la cota de malla y se pone a cavar un pozo en ¿seis o siete horas? Y en la siguiente ya tenemos un vergel surgiendo después de haber creado las oportunas irrigaciones. Ahí (¿Un mes? ¿Medio año?) aparece la chica, que se lo lleva al catre, y después parte hacia la batalla, tras… ¿Un día? ¿Dos? ¿Diez? de feliz estancia a su lado. No sin que antes le haya soltado que llevaba «años» sin yacer con hembra placentera, cuando supuestamente había enterrado a su mujer al comienzo del metraje, desde el que han transcurrido en tiempo Scott apenas… ¿unos meses?
Y, para abreviar, paso al detalle más sangrante: el tiempo durante el cual Jerusalem es asediada por las fuerzas de Saladino. Después de lo que para Ridley Scott son tres días y dos noches (y, hay que reconocerlo, serios contratiempos) su macroejército se caga por la pata para abajo cuando ya había abierto brecha en la muralla (nota mental: bien que Peter Jackson podría haber indagado en los poderes defendeasedios de Legolas. Mira que mandar a Gandalf a defender Minas Tirith cuando el elfo hubiese sido la decisión más lógica; la de muertos que se habrían ahorrado). Uno pensaba que ante unas murallas tan bien construidas y con la ciudad llena de cristianos luchando por sus familias el ejército atacante habría esperado una campaña más dilatada en el tiempo y un tanto más durilla.
Esto, y más detalles que quizás sólo sean producto de una lectura superficial por mi parte, hermanan El reino de los cielos con otros ejemplos que hacen plantearse si realmente los directores se preocupan por este detalle que es algo más que un pecado venial. Recordemos, por ejemplo, los momentos más sonrojantes del ya mencionado Gladiator, una película cimentada en un personaje con carisma y tres luchas de gladiadores que destilan el mejor sentido épico del cine. ¿Cuánto tiempo le llevaba a Máximo llegar, con un par de caballos de na, sin vituallas ni medios para conseguirlas, desde Germania hasta Emérita Augusta? Y, obviando el paleto paso al Norte de África, ¿cuánto duraba su «aprendizaje» en las artes bélicas de los Gladiadores? ¿El mismo tiempo que tardó Comodo en retornar triunfante desde Germania? ¡Anda ya! ¿Y cuánto tiempo pasó hasta que retornó a Roma? Tal y como figura en la película, todo ocurre en, como mucho, dos semanas y Europa occidental más que un continente parece Manhattan.
Yendo más de dos décadas hacia atrás podemos recurirr a un ejemplo muchas veces denunciado y que, sinceramente, no hay por donde cogerlo. Sitúense en una galaxia muy lejana durante el desarrollo de El Imperio cotraataca, en el justo momento en que su curso argumental se escinde en dos líneas: la que conduce a Luke Skywalker hacia su aprendizaje con Yoda y la que nos arrastra por la cinética persecución del Halcón Milenario y sus tripulantes acechados por las fuerzas del Imperio. Creo que ya saben a qué me refiero. Mientras que la primera parece desarrollarse a lo largo de varias semanas la segunda produce toda la impresión de ocurrir en 48 horas. Y por mucho que me guste este filme… es algo que desde que cumplí los quince años y la vi por cuarta o quinta vez daña de muerte la suspensión de incredulidad que necesito para tragarme cualquier narración.
Otro ejemplo mucho más reciente y, también, revelador: la trilogía en la que Peter Jackson «adaptó», a su peculiar manera, El Señor de los Anillos. El viaje de Frodo desde La Comarca hasta Mordor parece hacerse a lo largo de, como muy mucho, un mes, cuando en el libro lleva medio año. Esto le permite a Jackson sacarse de la manga una serie de variaciones argumentales que en su momento ya fueron tocadas en un artículo de cYbErDaRk.NeT (probablemente con el que mejor me lo pasé mientras fui coordinador editorial de la página) y que ponen bien a las claras que: a) Todo vale con tal de adaptar una historia al cine b) En la gran pantalla respetar el curso histórico-argumental de la «realidad» importa lo mismo que la verdad en la segunda Guerra del Golfo.
Pudiera parecer que estoy pidiendo una descripción pormenorizada de los días que pasan entre unas escenas y otras, cuando no es el caso. Lo único que exijo es una mínima coherencia; que si entre A y B pasa un mes tenga alguna forma de saberlo, para no acabar con la absurda sensación de falsedad que me surge con cada uno de estos ejemplos citados y que se podría seguir ampliando (¿Nadie le dijo al director de Troya que el asedio de Ilión duró diez años y no diez días? ¿Se puede construir un caballo de esas características en menos de 24 horas?)
Sin duda el problema está en que el cine tiene un serio handicap en este asunto en su «competencia interespecífica» con la literatura. Mientras que en ésta hay formas de solventarlo con naturalidad (un simple texto situacional de una o dos líneas, más o menos elaborado), en el cine no existen muchas opciones: un texto en pantalla, un fundido en negro con un cambio de algunos detalles en el escenario, continuas referencias en los diálogos que atentan contra su credibilidad (O Ulises, llevamos diez meses ante estas murallas y…; Sí Néstor, mi hijo al que no he visto desde hace tres años,… Como si no lo supiesen). Y se deja de lado.
Sin embargo tiene que haber una solución, aunque sea de compromiso. No puedes terminar en estos filmes con la sensación de que las historias que te están contando apenas duran más que las dos horas y media que tardan en desarrollarse.
Muy buen post, sí señor… Yo la verdad es que cuando ví al Máximo ese llegar desde Germania a su finquita de Emérita Augusta en menos de lo que te haces un sopistant de verduras, me quedé… bueno, no sé cómo me quedé.
Juas…
Me da la impresión que la relatividad del tiempo en este tipo de producciones es directamente proporcional a la comprensión de la temporalidad de estos tiempos. En un mundo donde impera lo virtual y lo inmediato, todo lo que no sea el «ahora» pasa a formar parte de un cúmulo nebuloso llamado pasado, ya sea hace 2 segundos o millones de años.
¡Que palabras más acertadas! A ver si se ciñen un poco más a la realidad, que vale que sea cine, pero que sea creible cuanto menos.
Totalmente de acuerdo. ¿No te parece que indagar en la coherencia narrativa del reciente cine comercial le produce a uno la sensación de estar predicando en el desierto? Sobre todo porque no es tan difícil dar unas mínimas referencias temporales implícitas: el paso de las estaciones – vease la caligráfica «Dolls» de Takeshi Kitano – o la evolución física del personaje – ¿en la tierra media tenían la capacidad, como Michael Valentine Smith, de controlar el crecimiento del cabello? – son recursos muy socorridos, pero hace falta que el autor tenga ciertas dotes de observador porque quien no sabe mirar, no sabe mostrar.