Resulta complicado encontrar ahora mismo un país más demecial que Corea del Norte, un completo desconocido (como tantos otros) del que sólo tenemos noticias por los medios de comunicación cuando a) prueban misiles balísiticos de cada vez más amplio alcance, b) se nos habla de su intento por conseguir La Bomba (con su inmediata ascripción al Imperio del Mal), c) se recuerdan las enormes hambrunas que padece su población o d) en algún video su Querido Líder, Kim Jong-Il, emula a James Bond librándose de un grupo de sediciosos agentes capitalistas a golpes de puro arte marcial. Yo llevo dos días nadando en detalles adicionales que penetran en la realidad nor-coreana gracias a Pyongyang, un tebeo publicado por Astiberri hace unas semanas, obra de Guy Delisle, y que presenta desde el punto de vista de un occidental que llega allí lo que se encuentra en sus calles.
Estamos ante una obra que, en primera instancia, recuerda a los trabajos periodístico-costumbristas de Joe Sacco sobre la guerra de Yugoslavia o el conflicto palestino-israelí, pero que goza de unas cualidades propias que le dotan de otra dimensión. No hay un intento de reflejar las causas que originan la situación actual, ni denunciar una serie de atrocidades frente a la que el público occidental vive autista, aunque algo de eso haya. Constituye un diario de viaje que muestra el día a día de Delisle mientras realizaba un trabajo temporal en Pyongyang, las cosas que vio (más bien, le dejaron ver; existe otro país alejado de los lugares que pueden ser frecuentados por los turistas) y las ideas que le pasaban por su cabeza sin profundizar más allá.
De hecho, frente a la implicación de Sacco en sus historias, Delisle impregna el tebeo de una limitada distancia a la que contribuye mucho un humor socarrón, divertido e irreverente con el objeto de su crítica, muchas veces acompañado de brillantes soluciones narrativas, aunque en ocasiones un tanto «fácil» y poco comprometido. Personalmente me llegó a molestar en un par de ocasiones, cuando se las da de subversivo (llevándose para leer 1984 e introduciendo una radio clandestina en el país) o, en especial, cuando al final ya está de vuelta de todo y se burla de sus acompañantes, pobre gente situados junto a él por el régimen para servirle de guía, intérprete y control, que repiten una tras otra las sandeces que el sistema ha puesto en su cabeza y que no merecen la frivolidad con la que son tratados.
Esta sensación se me hizo más gravosa cuando no hay alusión alguna a la contradicción inherente al hecho de que los países occidentales (y tan democráticos como la Francia donde vive el autor) que, de boquilla, repudian estos sistemas sean los primeros que se aprovechan de su existencia a la hora de hacer caja o reducir costes con muchos productos (en el caso particular de este tebeo, la producción de dibujos animados; en los estudios de Corea del Norte el precio final del producto es irrisorio comparado con lo que costaría hacerlos aquí, de ahí que el autor viaje a supervisar la producción). No hubiese venido mal un poco de autocrítica…
A parte de esta nota personal (y supongo que intrasferible), Pyongyang bien que merece su lectura (aunque al final decaiga un poco). Hay momentos delirantes de descubrimiento de una realidad que, si no fuese porque sabemos que se relata algo que está ocurriendo, pensaríamos que es pura ficción escrita por George Orwell a mediados del siglo pasado (aunque claro, comparado con la Camboya de Pol Pot pueda hacerse un tanto light). Mismamente me quedo con el viaje que realiza Delisle por unas autopistas por las que no transitan coches y que no tienen ni una salida que lleve a los pueblos que se ven en los alrededores. O el gigantesco mausoleo dedicado a la figura de Kim Il-Sung y su hijo, a todas luces la misma persona para su pueblo, donde un cartel señala todos los pueblos del mundo donde se estudia en las universidades la obra y escritos del Querido Líder. O el destino de la ayuda humanitaria que se tiene que mandar para que gran parte de su población no muera por inanición pero que acaba siendo pasto de los ascritos al régimen. O toda la iconografía deificante propia de un sistema que rinde culto a un gobernante desquiciado que preside sus vidas como si fuese el dios emperador de Los tejedores de cabellos.
Eso sí, la edición es completamente cuestionable. Pagar 18 € por un tebeo de menos de 200 páginas en tapa blanda, con un lomo que se «aja» y despelleja en cuanto lo abres más de 40º, errores de corrección del texto cantosos y unas notas al pie de página que necesitan de una lupa para ser leídas trasciende el límite de lo soportable. Quizás ya estoy vacunado contra este tipo de abusos editoriales cada vez más abundantes, pero no por resignarme voy a dejar de patalear.
Lo de los errores en el texto es imperdonable. Yo la verdad es que llevo ya más de 2 años intentando hacerme con una copia (por la cuenta que me trae, soy de familia coreana), y pensaba hacerme con la traducción al castellano… Pero si pones así a la edición… Quizá me haga con el original, aunque valga 5 eurillos más.
Un saludo Nacho, y muy bueno tu blog, si es que no te lo he dicho antes.
Muchas gracias por el «piropo». A través del blog de fonz descubrí el tuyo y lo sigo cada dos o tres días.
Lo de la edición, he visto que en amazon habrá una edición de Drawn and Quarterly en tapa dura por menos de 14$ para Septiembre de este año. Desde luego entre tener la tapa blanda cutronga que nos cobra Astiberri a 18€ y esto… no hay color.
Muy acertada la comparación con «Los tejedores de cabellos». Acabo de terminar este libro y es como una expansión space opera de «1984». Excelente novela.
Lo malo es que la realidad siempre es más cutre…, lo triste de todo es que el Kim éste no es más que un dictadorzuelo cutre de muy pocas luces que ha condenado a millones de personas a morir de hambre. Sólo hay que ver la pinta que gasta.