Si por algo merece pasar Mike Resnick a la historia de la literatura fantástica no es por ninguno de los motivos por los que generalmente se le recuerda: su condición de jornalero de la pluma que se ganó la vida escribiendo docenas de novelas eróticas durante la década de los 70, su extrema afinidad por la aventura de tintes legendarios o la rapidez con la que da forma a sus obras –raro es el año en que publica únicamente una novela–. Es más justo hacerlo por su notable talento para las distancias más breves. Basta repasar los relatos que han aparecido durante los últimos años en revistas como Asimov Ciencia Ficción, Cuásar o Gigamesh para tomar conciencia que en su oficio hay algo más que llegar a fin de mes a cualquier precio.
Nada más lejos de mi intención vender la moto de que es dueño de una prosa deslumbrante. Al menos por lo que hemos podido leer en España, se ha caracterizado por ser un escritor «funcional» que utiliza unas construcciones gramaticales que se reducen al más elemental sujeto-verbo-complemento, unas descripciones someras, una escasa variedad en el registro narrativo y una preponderancia hegemónica del diálogo como mecanismo para hacer avanzar la historia. No obstante ha desarrollado un acerado talento para estimular la fibra sensible del lector mediante unas historias centradas en la decadencia física o psicológica, el sentimiento de pérdida, la nostalgia, la entrega al ser querido,… Una serie de ítems argumentales que podrían haberle conducido hacia lo fácil, cursi o autocomplaciente y que, sin embargo, ha tratado desde la sobriedad y la sabiduría que, a veces, dan los años. Como ha reconocido en alguna entrevista, se encuentra más cerca del fin de su vida que del comienzo y su perspectiva se ha visto modelada por el inexorable paso del tiempo –con todo lo que éste implica–.
Así, entre la veintena de cuentos que recoge la colección Sueños nuevos por viejos, destacan piezas como “El corredor del olvido”, premio Ignotus al mejor cuento extranjero del año 2005 y finalista del premio Xatafi-Cyberdark del mismo año, “Una princesa de Marte” y “Viajes con mis gatos”. En el primero, en primera persona, se aproxima el drama del Alzheimer dentro de una pareja cuando uno de sus miembros contempla cómo su compañera de toda la vida sufre los estragos de la enfermedad, no se resigna a perderla y se somete a un tratamiento que representa un emocionante y, a la vez, aterrador canto del cisne. Resnick acude a un esquema bastante común: un primer segmento con la descripción de lo que supone el Alzheimer para alguien que está observando sus efectos en un familiar y un segundo con un diario personal escrito por un enfermo que, progresivamente, va perdiendo sus facultades mentales. Pero con mucha contención y una vuelta de tuerca final que altera la tradicional búsqueda de curación y la esperanzadora lucha contra lo imposible por un símbolo de la máxima entrega en esa situación.
“Una princesa de Marte” y “Viajes con mis gatos” también abordan la dedicación, la nostalgia, el amor o el olvido, pero esta vez a través de encuentros imposibles con un fuerte toque metaliterario. El primero entre un personaje que ha perdido a su esposa y un extraño que afirma ser John Carter –el protagonista de las novelas de Marte de Edgar Rice Burroughs–, y el segundo entre un solitario lector y la autora de uno de sus libros de cabecera que lleva varias décadas desaparecida. Con un estilo sobrio, centrado en plantear la idea que motiva cada historia y desarrollarla sin dilación, unas veces a la busca de una sorpresa coherente con su planteamiento, otras avanzando hacia la conclusión más lógica, siempre intentado que el lector erija un lazo empático con aquel personaje que representa los valores que Resnick desea afirmar.
En esta tesitura tampoco conviene perder de vista “Los robots no lloran”, un canto al sacrificio y la abnegación con un toque Asimoviano, o “Las cuarenta y tres dinastías de Antares”, premio Ignotus al mejor cuento extranjero publicado en el año 2002, que traslada la actitud indolente y poco respetuosa de muchos turistas a la hora de afrontar las maravillas culturales existentes en países en vías de desarrollo y la riqueza de su historia pasada, con un poder sugestivo incuestionable y huyendo del afán moralizador. Además este cuento despliega otra característica fácilmente rastreable en su obra: el alejamiento de ese anglocentrismo tan generalizado en la ciencia ficción procedente de EE.UU. o Gran Bretaña y la fascinación por otros escenarios más «exóticos». Fascinación en la que ocupa un lugar primordial el África Central.
De las historias fraguadas en esta pasión no se incluye, seguramente por su extensión, la excelente novela corta “Siete vistas de la garganta Olduvai”, que con agudeza captura la violencia presente a lo largo de nuestra historia como especie, pero sí varias ensoñaciones sobre la historia reciente de países como Uganda o Kenia y la que constituye, probablemente, la piedra angular de Sueños nuevos por viejos: “Pues el cielo he tocado”, premio Xatafi-Cyberdark al mejor cuento de literatura fantástica traducido en el año 2005. Centrado en el planeta Kirinyaga, donde los descendientes de los kikuyu han recreado el ecosistema de la sabana y han recuperado su antiguo modo de vida, relata el encuentro entre el mundumugu de la tribu, Koriba, y Kamari, una niña que le lleva un halcón con el ala rota.
Koriba, enlace entre una sociedad que ha vuelto a sus orígenes y el resto de la humanidad, desempeña el papel de guardián de la tradición que utiliza su posición de poder, fundamentada en la superstición, para evitar que nadie se salga de la senda marcada. Kamari, a su vez, protagoniza la rebelión contra las costumbres establecidas, la búsqueda del conocimiento y la libertad, y el sueño por un mundo mejor. Entre ambos se crea una relación de tintes trágicos que subvierte cualquier posición inicial del lector con una potente paradoja que convierte a “Pues el cielo he tocado” en una demoledora utopía ambigua, contradictoriamente humanista y muy apropiada para los tiempos que corren.
La pena es que una vez se ha pasado por estos cuentos, ya traducidos, el resto despiertan un menor interés. Hay aventuras espaciales con un regusto a Jack Vance, un tanto estiradas y sin un mínimo relieve argumental –“El ángel de la guarda”, “Prendas”–, fábulas morales que por diversos motivos no terminan de cuajar –“MacDonald tenía una granja”, “Los elefantes de Neptuno”–, ligeros divertimentos fantásticos sin pies ni cabeza –“El buhonero chino” –,… Sólo los relatos africanos antes señalados –“La lanza ardiente en el crepúsculo”, “Mwalimu en el cuadrilátero”– recuperan parte del mejor Resnick y abren ventanas inusuales a un tipo de literatura fantástica novedosa.
Todo este material adicional supone la llave para entender el papel que juega Mike Resnick en la moderna ciencia ficción estadounidense: un escritor ajeno a los movimientos que han dominado el género en las últimas décadas, que no siente la necesidad ni de explorar ni de explotar los avances científicos más recientes, ni recrear atmósferas densas, ni dibujar personajes de tenue moralidad. Fiel a su condición de aficionado veterano, recupera una receta aparentemente pasada de moda: las sencillas y clarividentes buenas historias de los años 50 escritas como si fuera un trasunto de Robert Sheckley que hubiese trocado su corrosivo sentido del humor por un registro más sentimental y manteniendo siempre un humanismo incisivo y templado. En el fondo este Sueños nuevos por viejos supone una recuperación de los mejores valores clásicos de la ciencia ficción, que puede seguir emocionando mientras nos fuerza a examinar nuestro interior.
Sobre la edición en sí es necesario alabar el envite de Alianza al apostar por un autor cuyas anteriores novelas pasaron desapercibidas en España, cuando no recibieron una justísima ración de palos, publicando una colección de cuentos a un precio casi de otro tiempo –400 páginas a 15 €–. Sin embargo un aspecto externo hortera y el uso de un papel abiertamente horrible deslucen externamente un libro que nos devuelve una ciencia ficción añeja y, a la vez, reconfortante.
Nota: Esta reseña fue publicada en el número 2 de la revista Hélice.
Coincido contigo en el análisis del libro. En general buenos relatos (algunos realmente buenos) y una prosa simple. A mí particularmente me gustan casi todos, incluídos los más ligeritos de carácter humorístico de la serie del Grundy.
En cuanto a la encuadernación y el tipo de papel, cierto: bastante pobre. Pero supongo que aún podemos darnos con un canto en los dientes porque nos publiquen un libro de relatos y de Resnick 🙂