Hace un año escribí una reseña de El hermano de las moscas, la novela que puso en el mapa a Jon Bilbao y que me había dejado con una sensación agridulce; después de un gran comienzo, la narración se debilitaba al extenderse más de la cuenta. Salto de página acaba de publicar una nueva novela de Bilbao y la valoración que hago es absolutamente positiva: ratifica las sensaciones que me dejó El hermano de las moscas además de corregir los aspectos que menos me habían convencido; es una obra ciertamente breve (menos de 200 páginas) y tiene una estructura mucho más estilizada.
Padres, hijos y primates cuenta las tribulaciones de Joanes, dueño de un negocio de aire acondicionado en crisis de vacaciones en la Riviera Maya. Un huracán se cierne sobre la península de Yucatán y, a la espera cerrar una gestión que puede suponer la salvación de su empresa, se queda en el hotel mientras su familia es evacuada hacia el interior. Las cosas no salen como esperaba y, al día siguiente, conduce por su cuenta para encontrarse con su familia. Durante el trayecto se topa con dos sucesos que transformarán ese viaje: atropella a un chimpancé escapado de no sabe dónde y se encuentra con un antiguo profesor universitario al que se ve obligado a socorrer.
Jon Bilbao plantea Padres, hijos y primates en tres actos. En ellos define perfectamente la presentación de los personajes y los conflictos que sufren además de, una vez expuesto el detonante de la historia, arreglárselas para urdir una enorme tensión narrativa. Y eso que durante más de un tercio de la novela se asiste a un relato cotidiano sobre una persona común en una posición más o menos normal mientras se recuerda cómo se frustraron sus sueños de relativa grandeza. Nada alejado de lo que podemos imaginarnos y de lo que, en otro registro, consiguiera en la mencionada El hermano de las moscas. Aquí con un mayor grado de destilación.
Y mientras en aquella exploraba las relaciones de familia, los diferentes lazos que trazamos con las personas que nos rodean, las prioridades y las renuncias que llevan aparejados… aquí se aproxima a otro aspecto básico de nuestras vidas: las interpretaciones de las cosas que nos suceden, tengamos o no indicios suficientes para soportarlas; la diferencia entre lo que sabemos y lo que creemos saber; la manera en que los prejuicios modelan nuestras percepciones;… Y sus consecuencias. Algo en lo que es fácil identificarse con Joanes, atrapado en esa tela de araña que es el «soy uno más», situación de la que culpa a un punto de giro grabado a fuego en su memoria: la conversación que tuvo con su profesor un día al terminar su carrera.
El autor asturiano utiliza su habitual estilo uniforme construido a base de frases breves, palabras comunes y descripciones justas que dejan el papel protagónico a los diálogos. Certeros, verosímiles, ásperos cuando tienen que serlo, en los que cada personaje tiene su voz y el ritmo se dispara cuando se inician las conversaciones. Relatados con una técnica semejante a la de Cormac McCarthy, sin utilizar los guiones para marcar su comienzo o su final, ni pausas descriptivas que los frenen. Imprimen un ritmo vertiginoso sin que, por ello, el lector se pierda. Aunque al narrador omnisciente quizás sea un tanto monocorde y se eche en falta un poco más de mordiente.
El gran inconveniente de Padres, hijos y primates lo encuentro en el punto hasta el cual un lector es capaz de asumir que toda una serie de circunstancias casuales puedan coincidir en tan corto tiempo. Porque todos nos hemos encontrado con la persona más insospechada mientras disfrutábamos de una visita en un monumento a miles de kilómetros de nuestras casas. Pero que ese hecho ocurra, por ejemplo, mientras un volcán islandés haya entrado en erupción dos días antes, paralizando el tráfico aéreo de toda Europa; que el día antes tú atropeyases un perro en Oxford Street a la vez que el hermano de tu conocido sufriera un accidente en casa con una olla a presión; que, al día siguiente, te encuentres con el dueño del perro en plena campiña inglesa mientras viajas al aeropuerto en compañía del conocido, al que has recogido en tu taxi después que el suyo pinchase una rueda… Pocas veces el hado se encuentra tan inspirado.
De nuevo vuelve a ser una cuestión de indulgencia. Si aceptas entrar en este juego Padres, hijos y primates es un tour de force muy bien estructurado que, traspasado tu ecuador, me parece imposible de dejar a un lado. Y la confirmación que Jon Bilbao es un nombre a seguir muy de cerca. Si no…