
Largas noches de lluvia
Tres años han pasado desde que se publicara El hombre divergente, la colección de relatos que reunía (la mayoría de) los mejores relatos de Marc R. Soto. Había una cierta expectación por descubrir qué es lo que hacía su autor después de aquel volumen, no sólo a nivel temático. ¿Seguiría moviéndose en el terreno breve o se lanzaría por fin a escribir una novela? Largas noches de lluvia es la respuesta a esa pregunta, un volumen muy breve que confirma que El hombre divergente no fue flor de un día y, lo que es más importante, muestra una clara progresión en sus historias.
Largas noches de lluvia reúne tres narraciones, dos de ellas inéditas: las dos primeras muy breves, «Sueño de nieve y barro» (publicado en el primer volumen de Paura) y «La sonrisa del reloj», y una bastante más extensa que da nombre al libro. Todas íntimamente relacionadas ya que ocurren en un mismo pueblo en momentos diferentes de su historia reciente. Su autor tiene el propósito de dar forma a un lugar narrativo del que aquí quedan recogidas las primeras vistas; pequeños retazos de ese escenario pero mucho más que una mera presentación. Tienen sentido pleno por sí mismos.
El más significativo, «Largas noches de lluvia», comienza un poco a la manera de otros cuentos de Soto, con un relato en primera persona que, tras una brevísima introducción que crea misterio y personaliza la voz del narrador, se centra en un hecho cotidiano; algo tan rutinario como ver a un hombre, el boticario de un pueblo, tender la ropa. Un acto íntimo, en apariencia intrascendente, que expone el sustrato alrededor del cual pivota «Largas noches de lluvia»: cómo las cosas de casa quedan en casa y la necesaria diferencia (y separación) entre nuestras facetas pública y privada. Nociones fundamentales en la vida de los pequeños pueblos que se ven enriquecidas con otras que surgen cuando se despliega el misterio: un extraño suicidio descubierto por el cartero en el bar de la localidad.
Soto mantiene su estilo natural y pulcro con una voz acorde al personaje protagonista, el escenario y las ideas que apunta: sensible, delicada, al principio un tanto distante para, poco a poco, introducirse bajo la piel de la narración, sin sacrificar ninguna de estas características. Pero lo más atractivo, al menos para el conocedor de su obra, es la manera en que constata su evolución. Si El hombre divergente reunía, fundamentalmente, historias alrededor de las relaciones de pareja, capitalizadas muchas de ellas por el dueto muerte y matrimonio, aquí se introduce en un «nuevo» territorio en el que las señas de identidad son la muerte y la familia. Un ecosistema más complejo que observamos bajo tres prismas diferentes que, también es cierto, saben a poco debido a su brevedad.
Espero que no tarde otros tres años en publicar su siguiente obra.
La edición de Viaje a Bizancio es tan cuidada como agradable de leer. Como curiosidad, la primera tirada ha sido muy pequeña, lo que dificulta su obtención en las librerías tradicionales (por el momento creo que sólo es posible adquirirlo en la web de la editorial y en la tienda Cyberdark.net). Una vez agotada, seguirá disponible bajo demanda. Un ejemplo en estos tiempos en los que resulta complicado afianzar nuevos pequeños proyectos editoriales (algunos de los cuales disuaden su lectura por no cuidar sus productos como debieran).
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