Hace dos semanas fuimos a ver el preestreno de Los cronocrímenes en Santander. En una sala abarrotada por unas 1600 personas (vale, la entrada era gratuita pero no es tan fácil reunir un día entresemana a ese número de personas para ver una película española), asistimos a una de las escasas demostraciones de que en España se puede hacer otro tipo de cine. Una historia de género que huye de los grandes medios (no los había) y se basa en un guión sólido y una factura muy cuidada.
Reconozco que me aburrí un poco en la primera mitad del metraje. He leído tantas historias de viajes en el tiempo que no me resultó complicado seguir el plan trazado por Vigalondo. Sin embargo por lo que pude comprobar en el cine (más lo que ha contado Jean Mallart), fui un poco la excepción. Y Los cronocrímenes ofrece otros factores con los que recrearse como una puesta en escena llena de personalidad o el simbolismo que rodea al hombre enmascarado. Un personaje que mezcla las características de un superhéroe torturado, a la mayor gloria de Alan Moore, con un arquetipo extraído del teatro clásico, atado por un determinismo que no le deja otro curso de acción.
Si no la habéis visto todavía, creo que merece una oportunidad. Eso sí, hacedlo rápido porque no sé cuánto durará en cartel. Se ha estrenado este fin de semana y apenas ha conseguido distribuir 77 copias. Un número que limita sus posibilidades comerciales y que, triste es decirlo, nos condena a seguir viendo películas españolas en clave de comedia, más o menos descerebrada, o drama social, más o menos creíble. Como si fuese inevitable.
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