No, no voy a escribir nada sobre la serie de televisión creada, entre otros, por Damon Lindelof y J. J. Abrams. Ésta es la novela de Peter Straub, Lost boy, lost girl, a la que Minotauro le ha cambiado el título por uno más directo y, posiblemente, oportunista. Sobra decir que no tiene nada que ver.
Resulta llamativa la aparente contradicción existente entre el éxito del terror como género cinematográfico y su situación al borde del coma en el panorama de la literatura contemporánea. Más si se compara con lo que ocurre con la fantasía heroica. Mientras en los cines las salas se llenan para visionar las sucesivas películas que se estrenan independientemente de su calidad, en las librerías las colecciones de género que ni cobijan obras de tiempos pretéritos ni publican a los grandes nombres apenas editan cuatro o cinco nuevos títulos al año, imbuidas en una economía de mera supervivencia. Títulos que, es triste decirlo, salvo excepciones puntuales, tampoco es que resulten afortunados, generando una pobre impresión en el lector español que gusta acercarse hasta a él.
Uno de los autores más señalados del terror moderno es Peter Straub, escritor del que se tradujeron varias obras hace más de una década y que, salvo por su colaboración con Stephen King, se encuentra degradado a la condición de primera figura abducido del mercado. Minotauro, con buen criterio, lo ha recuperado con Perdidos, novela ganadora de los premios de terror más importantes del año 2003: el Bram Stoker y el International Horror Guild. Cosa que en sí misma no quiere decir mucho; galardonadas recientes con el primer premio (estoy pensando en la horrenda Hijos del crepúsculo, de Janet Berliner y George Guthridge, o la interesante aunque vacua Clase nocturna, de Tom Piccirilli) no cumplían con el estándar de calidad que se asocia a un premio con tal calificativo. Sin embargo, sin llegar a impresionar, con Perdidos consigue una narración un tanto convencional pero congruente. Y satisfactoria.
Digo lo de convencional porque Straub acude a un argumento manido. Tim Underhill, un escritor de terror, vuelve a Millhaven, su ciudad natal, para acudir al entierro de su cuñada que se ha suicidado. A las pocas semanas se ve obligado a retornar porque su sobrino, Mark, ha desaparecido sin dejar rastro. Utilizando sus dotes investigadoras y con la colaboración de su amigo Tom Pasmore, Tim descubrirá las interioridades de la vida de su cuñada, el posible motivo por el que se quitó la vida y cómo Mark se empezó a sentir atraído por una casa de su vecindario que oculta un pasado espeluznante. Una atracción que está en el corazón de todo el asunto.
Con esta base nos hallamos ante una novela de casas encantadas con una componente costumbrista muy acusada y, cerrando el conjunto, unas porciones de hay un psichokiller en la ciudad. Una composición a la que Straub, con un oficio tremendo, le imprime interés, buenos detalles, profundidad y un leve aunque decidido hálito de originalidad.
El aspecto que menos me ha convencido está en la estructura que termina cogiendo la narración. Se comienza con una primera sección en la que se desarrolla la llegada de Tim Underhill a Millhaven y su asistencia al velatorio de su cuñada, en el que testa que allí hay algo más que una muerte. Todo correcto. En la segunda sección se da un paso atrás en el tiempo, una semana antes de ese momento, para introducirnos en la vida de los Underhill con el protagonismo central de Mark, un adolescente que no se entiende con su padre y que empieza a sentirse atraído por esa casa de oscuro pasado. Todo correcto. Sin embargo, en la tercera sección, en la que se retorna al “presente” con el regreso de Tim a Millhaven tras la desaparición de Mark, comienza un vaivén sin ton ni son entre un pasado en el que se vislumbra lo ocurrido con éste y el presente en el que se siguen las investigaciones realizadas por su tío y la policía. Vaivén que ni es molesto ni confuso pero que aparte de abrupto deja la historia deslavazada al generarse un conjunto sin cadencia alguna. Asimismo el asunto del asesino en serie se me antoja impostado, sin una relación con el cuerpo central de la obra atado del todo.
Por el contrario, es necesario alabar la faceta humana de la historia; adecuadamente tramada, con unos personajes principales bien asentados, un comportamiento coherente y un notable relato del día a día de un chaval sin ninguna conexión con su familia y a la búsqueda de una vida mejor. Aunque, como decía antes, no sea nada nuevo está lo suficientemente bien narrado como para mantener la atención. Además Straub sale airoso de la pirueta argumental a la que se presta con el elemento fantástico.
Las historias de casas encantadas son sota, caballo y rey. El mal y las desgracias allí cometidas en el pasado se vuelven contra el presente buscando venganza, retribución, liberación, se rinde cuentas con el pasado, los demonios interiores acuden, se quiebra la confianza, los pequeños conflictos estallan,… Aquí ocurre en parte esto… y en parte no. Se huye del convencionalismo con una solución difícil, arriesgada y, quizás por eso, en una primera valoración, un tanto amarga; por lo que implica y cómo se realiza. Sin embargo, si se analiza bajo el prisma de la personalidad de Mark, lo que tiene en su vida, lo que busca y lo que le ha pasado a su madre, es de lo más apropiada.
En este contexto está claro que poco terror hay en Perdidos. No obstante por lo resumido hasta el momento, la ligera angustia que destilan varios pasajes y el trabajado perfil de la clase media/baja estadounidense, alienada, triste, tragada por la rutina,… produce un oportuno desasosiego.
Ya digo, estando lejos de ser una obra imprescindible en conjunto resulta más que satisfactoria.