Con esta segunda entrega de Píldoras continúo comentando de forma condensada algunas de las novedades tebeísticas aparecidas durante el pasado Saló de Barcelona, que empiezan a acumularse de mala manera en una segunda pila que no rivaliza con la de libros pero que empieza a ganar altura. Y comienzo con un tebeo que me ha dejado completamente maravillado.
Partida de caza, de Pierre Christin y Enki Bilal, partía con unas expectativas descomunales, y las ha superado por completo. Como que los 20 € que cuesta me ha parecido la mejor relación calidad precio en el mercado actual. Nos sitúa en medio de un grupo de viejos dirigentes comunistas que, a comienzos de la década de los 80, se reúne para celebrar una cacería en un bosque de Polonia. Cacería en la que a parte de recordar viejos tiempos y mostrarnos cómo han perdurado en los complicados terrenos de la maquinaria comunista, se va a poner de manifiesto el cambio que llamaba a las puertas de estos regímenes y que desembocaría años más tarde en la caída del bloque del Este. Situación un tanto inaudita (y visionaria) si se condiera que el tebeo está escrito años antes de que esto ocurriese.
Resulta complicado imaginar un guión mejor construido que el de Christin, que cuenta mucho, calla más y lo sugiere todo. Una trama con múltiples niveles que nos sitúa a la perfección en un número de páginas casi ridículo la Historia de los países comunistas, con unos personajes que en dos diálogos ganan identidad propia y sirven para ir pasando por sus momentos claves. Desde la revolución de Noviembre a los levantamientos de los países satélites como Hungría o Checoslovaquia, pasando por la Segunda Guerra Mundial, las protestas del sindicato Solidaridad o las sucesivas purgas con las que el Saturno comunista devoraba a sus hijos.
¿Y qué decir del soberbio trabajo de Enki Bilal en las ilustraciones? No me había acercado hasta ahora a ninguna de sus obras y he quedado al borde del éxtasis. En especial en dos aspectos. Su excepcional sentido plástico, con un uso del color único, y su férreo dominio tanto de la narración como de todos sus recursos, como esa mezcla entre pasado y el presente que despunta avanzada la historia a través de una sangre que baña múltiples viñetas y que traslada al lector toda la violencia intestina sobre la que se fraguó el control de dichos países durante más de 40 años.
En las antípodas de este álbum se puede situar el Bloody Winter de Sergio Bleda. Un cómic que, a pesar de costar sobre 9 €, tiene una relación calidad precio incomparablemente inferior al ofrecer una vulgar y decepcionante historia de tiros con tintes de vendetta cuyo único cimiento reside en el sólido storytelling de Bleda y su habitual trabajo gráfico. Lo que para sus seguidores, todo sea dicho, no es poca cosa. El resto está construido a imagen y semejanza de uno de esos thrillers policiales del montón que llegan hasta nuestros cines sin más afán que llenar la cartelera y que nada aportan a la temática.
Tampoco se puede decir que la demorada continuación de los Wildcats de Casey y Phillips, el tomo Battery Park, aporte mucho a los que llevábamos dos o tres años aguardando su publicación. Aunque no es menos cierto que tiene detalles que, con el espíritu indulgente que posee a la mayoría de los lectores de superhéroes, le dotan de un relativo interés.
Si en los números anteriores Casey se había preocupado por derrumbar el estatus del grupo para erigir uno nuevo, convirtiendo cada trama en un esta serie no la va a reconocer ni la madre que la parió y aquí van a pasar cosas, Battery Park suena a borrón y cuenta vieja, quedándose en una preocupante mitad de camino. Mitad de camino porque durante demasiadas páginas se dedica a recorrer los estúpidos enfrentamientos de Cole Cash con el FBI en una noche de farra (bien ilustradas por ese rey del medio plano que es Steven Dillon) o con la hermandad de Coda mientras busca a su antigua y presuntamente muerta novia Zealot. Mitad de camino porque pierde el gancho que tenía en anteriores entregas acercándose a la previsibilidad de una cuenta atrás. Mitad de camino porque retornamos a un recurso argumental manido, repetitivo, estúpido,… : el de traición dentro de las filas. Mitad de camino porque la valentía con la que había terminado el anterior arco argumental, «Control de daños» , con el grupo hecho unos zorros y uno de sus miembros en la UVI sin piernas, recupera el carril tradicional del tebeo de pijama con capa opcional en un desenlace quizás consecuente con la continuidad del grupo pero incoherente con lo que Casey había hecho hasta este punto.
Y, sin embargo, tiene cosas a recuperar, como el de un villano que comprende cuál es el camino correcto para conquistar el mundo hoy en día (alejado de esa forma medieval que aparece en el 99.99% de los tebeos de superhéroes), buenas secuencias de acción o el asentamiento de lo que va a ser el volumen 3 de la colección, ya disponible en las tiendas.
El valle sagrado es la quinta entrega de El Escorpión, tebeo de capa y espada en el siglo XVIII que ilustra ese blockbuster de la BD que es Enrico Marini. Como ocurría con otras de sus series, como Rapaces o Gipsy, después de unos inicios llenos de acción y vertiginosas tramas con tirón, la narración pierde el norte (todo sea dicho, ésta bastante menos) y comienza a diluirse peligrosamente. La búsqueda de la Cruz de Pedro iniciada en Roma y que ahora continúa por tierras de Capadocia se está alargando de mala manera y la tensión se pierde por arrobas mientras las iteraciones en el argumento hastían. A parte, por muy bien que las dibuje, el burdo erotismo de mujeres esculturales enseñando sus voluptuosos encantos, presente por exigencias comerciales, está ya muy visto y alguien debería decirles a Desberg y Marini que innoven un poco. Como gancho inicial tenía un pase pero ha llegado el momento en que la ración habitual de carne y pezón es un manido ripio que de ser un aliciente ha pasado a hastiar.
Y, para terminar, querría recomendar a todo aquel que haya tenido un animal doméstico (preferiblemente, perro o gato) Tierra de sueños, la última entrega de historias cortas de Taniguchi que ha publicado Ponent Mon y cuya lectura me ha deparado algunos de los momentos más emocionantes de mi dilatada historia como lector de tebeos.
«Tener un perro», retrato de los últimos días de vida de un perro del autor, pone el surtidor de lágrimas en el ojo y al corazón en un puño no sólo por la fidelidad con la que está desarrollado, sino por la genial manera en que nos recuerda la figucidad del tiempo, la finitud de nuestras vidas o lo estúpido de nuestra condición que se liga con suma facilidad a seres por los que llegamos a sentir, a veces, más que por las personas. El resto de historias abundan en ese camino iniciado por Taniguchi durante los ochenta de llevar al manga historias que nadie se había planteado llevar, como la llegada a un hogar de un gato persa, los cuidados que requiere, las neuras que encierra, lo que es encargarse de los gatitos cuando nacen,… Una serie de circunstancias que, dicho así, suena tan divertido como hervir agua pero que, en manos de este hombre, cobran una dimensión que me atrevería de tildar de trascendente. Por último, la pieza que cierra el volumen ofrece una de sus interesantísimas historias alpinismo con una fuerte componente zen, similar a las historias de K publicadas (más bien, destrozadas) por Otakuland. Eso sí, ya se empieza a notar el apretón de la editorial para poder mantenerse en las librerías después de sus bajas ventas, y nos cobran lo mismo que por El olmo del Caucaso, cuando estamos ante casi 50 páginas menos.