Ayer murió a la edad de 78 años J. G. Ballard como consecuencia del cáncer de próstata contra el que combatía desde hace unos años. Son varios los medios que se han hecho eco de la noticia (cabe destacar el obituario que Jacinto Antón ha escrito para El País) y rápidamente se ha extendido por la blogsfera (Julián Díez, Juanma Santiago, Miguel Á. Refoyo, Arturo Villarrubia, Juan Carlos Planells, Abuelo Igor, Víctor Miguel Gallardo…) y las redes sociales, donde los mensajes de pesar se juntan con alguna que otra lista de recomendaciones.
Con el suicidio de Thomas M. Disch el verano pasado, probablemente es la muerte que más me ha «dolido» de las que se han producido en los últimos años entre los escritores de ciencia ficción, fantasía y terror. Por su importancia dentro de la literatura prospectiva y porque fue uno de esos autores fundamentales durante mi formación como lector cuando a mediados de los años 90 descubrí sus antologías Zona de catástrofe, Aparato de vuelo rasante o Vermillion Sands. Libros en los que se pueden encontrar sus primeros relatos y que me descubrieron una ciencia ficción prácticamente opuesta a la que había leído hasta ese momento… y opuesta también a la que he leído más tarde.
Las narraciones de Ballard abren las puertas a un mundo que nada tiene que ver con las revistas de relatos que devoraba a mediados de los años 50, fuente de su pasión por la ciencia ficción como herramienta narrativa. Así, mientras en las obras de los grandes autores anglosajones de género coetáneos se observa una continuidad respecto a lo que se publicaba hasta entonces (no surgieron de la nada, venían de una tradición), la obra de Ballard se movía en una dirección perpendicular a todos los niveles. Escenario, personajes, estructura, tempo, temas… son paradigmáticos y generan una experiencia tan singular como extraña. Su lectura resulta un continuo descubrimiento a pesar del movimiento en espiral alrededor de ambientes, atmósferas, situaciones más o menos semejantes, girando sin pisar dos veces en el mismo lugar, cayendo siempre hacia un centro donde se situaba el paisaje interior del ser humano del siglo XX.
A la hora de recomendar sus obras es habitual acudir a las que recurrieron Spielberg y Cronenberg para hacer dos de sus películas menos recordadas: El imperio del sol y Crash. También se suele citar mucho El mundo sumergido, la segunda novela de su primer ciclo de novelas catastróficas, probablemente la más redonda de todas ellas (siempre he preferido el relato «El hombre iluminado» a su ampliación hasta el formato de novela El mundo de cristal). Sin embargo creo que es a partir de su segundo ciclo de catástrofes cuando Ballard se sublimó; las novelas que, curiosamente, surgieron a continuación de La exhibición de atrocidades (cuyo experimentalismo nunca pude tragar). Fue ahí cuando comenzó a alejarse del surrealismo de sus desastres medioambientales o la fascinación por la era espacial perdida y nos golpeó de lleno con su neurosis, esas fábulas centradas en lo que el hombre contemporáneo se ha hecho a sí mismo, primero con la tecnología (la mencionada Crash, La isla de cemento, Rascacielos) y después con la sociedad que ha desarrollado. En este caso con sus últimas obras en las que se acercó más que nunca a nuestro alienado presente, donde el vacío existencial, la explotación económica, la vanalización de la violencia, la sobreprotección de las nuevas generaciones, el consumismo, la incomunicación en la era de la comunicación… aferran a la clase media y la dan tres vueltas y media.
Reconozco que, debido a diversos avatares, no pude terminar ni SuperCannes ni Milenio Negro. Y confieso con una cierta tristeza que espero religiosamente a que Minotauro salde Kingdom Come para hacerme con él. Quizás porque yo mismo me he convertido en uno de sus amodorrados ciudadanos, a la espera de que un «desastre» me saque de mi situación… y mis casillas.
Ahora que lo pienso, también merece la pena recuperar las obras con las que comencé a leerlo o Mitos del futuro próximo, esas colecciones de relatos tan propias de la Minotauro que echamos de menos y que todavía se pueden conseguir a poco que se busquen. Mismamente voy a homenajear al difunto con la relectura de una de ellas (probablemente con la que tengo más olvidada, Zona de catástrofe). Es necesario recordar a un explorador único, un autor que con tesón nos hizo creer que el único planeta verdaderamente extraño es la Tierra.
Una cosa importante: por caprichos del mundo editorial, Ballard se despide del lector español con un libro que se encuentra entre lo mejor de su obra Quien no lo conozca puede empezar por _Fiebre de Guerra – sabiendo que se va a encontrar con el mejor Ballard ( No necesariamente lo mejor de Ballard). Cuando ves al paisanaje que se declara ahora politicamente incorrecto y te acuerdas de lo que ha escrito este hombre de da un yuyu.
Un saludo
Yo ya estoy releyendo Vermilion Sands, que siempre me ha parecido un libro bellísimo, y quiero volver a intentarlo con La exhibición de atrocidades.
Y gracias por el texto 🙂
Yo soy fan de «Noches de Cocaína», donde sus obsesiones conviven curiosamente cómodas con una narración de novela negra. Lo vi bastante más amenazante que otras variaciones del tema como «Rascacielos».
Las del ciclo de las catástrofes y las trilogía urbana son las únicas hasta ahora que me he leido y , sobre todo «El mundo sumergido» y «Crash» (sin desmerecer las otras , claro) me han fascinado. La del mundo de cristal la encuentro de una belleza decadente y mórbida.
Las de «La sequía» y «Rascacielos» , sobre todo esta última, una de las maneras más acojonantes y también divertidas, porque no, de describir como se pasa a la degeneración y la barbarie desde la misma cotidianeidad.
Me faltan las colecciones de relatos, pero caerán. Una aténtica putada que fallezca, que asco de vida a veces.
Desgraciadamente tanto Ballard como Dish eran Unos extremistas políticos, de ultraizquierda, y con un odio total hacia el ser humano.
No hay mucho que salvar de sus ideas.
¿Ultraizquierda? ¿Odio al ser humano? Me da que hemos leído obras y conocido a autores muy diferentes…