Últimamente he estado leyendo bastantes cómics de procedencia heterogénea. He cogido varios de ellos y, ¡ale!, una nueva entrega de píldoras. Para comenzar, uno bien raro.
El Uno es una de las múltiples series editadas por Archie Goodwin para el antiguo sello de «autor» de Marvel, Epic Cómics, que no habían sido traducidas hasta el momento. Aparece más de 20 años después de su publicación, justo cuando Norma tuvo que plantearse qué hacer para llenar el inmenso hueco abierto en su facturación tras la pérdida de derechos de los cómics de DC y lanzase, entre otras, la colección de tebeos de ciencia ficción El día después.
El Uno es una obra de Rick Veitch claramente influenciada por El fin de la infancia de Arthur C. Clarke que traslada al lenguaje de los superhéroes el conflicto entre bloques y la sociedad estadounidense de la era Reagan, pasados por un tamiz lisérgico-espiritual. Con un aspecto que recuerda a los cómics de la Fleetway (hecho curioso al ser Veitch estadounidense), incluyendo su característico trazo feísta y un tratamiento de la figura del superhéroe casi en las antípodas del canon tradicional. Una marcianada de tomo y lomo que, sin pudor, mezcla la amenaza nuclear, los conflictos cotidianos del día a día, la alienación social y la manipulación por parte del poder con una visión new age que bordea el surrealismo.
En su momento fue una obra pionera que anticipó, levemente, lo que Alan Moore llevaría a su Watchmen. Quizás por esto y por lo heterogéneo del conjunto El Uno sea difícil de tragar, una obra menor publicada fuera de contexto que necesita de un importante ejercicio de abstracción para retrotraerse al momento en que tuvo su razón de ser. Apenas sobresalen la solvente narrativa de Veitch, su originalidad y la extrañeza que despierta en el lector. La verdad, no creo que me decida a darle una oportunidad al Maximortal, la iconoclasta versión de Superman que también ha recuperado Norma en la misma colección.
Cambiando de lado del atlántico y de editorial española, han pasado dos años desde que Planeta suspendió la publicación de Lapinot, supongo que por sus bajas ventas y porque era más rentable centrarse en álbumes en tapa dura de 48 páginas. Sin embargo algo debe haber ocurrido para que hayan retomado la serie con el mismo formato editando, casi sin pausa, dos nuevas entregas del conejo creado por Lewis Trondheim que, además, recogen dos historias cada una. Una fenomenal noticia dado que estamos ante uno de los títulos más gratos que se pueden leer actualmente, sobre todo si, como un servidor, andas a caballo entre los 20 y los 30.
El primero, que es el que he leído, De veras / El color del infierno, mantiene la línea que mezcla el slice of life con la comedia de situación. Sin argumento concreto, Lapinot y su novia Nadia buscan historias lo más extrañas posibles para un programa de televisión (un hombre que ha visto extraterrestres, un escritor que lleva desaparecido más de dos décadas,…), profundizan en su relación de pareja, conviven con su peculiar grupo de amigos (genial Richard, que produce carcajadas casi con cada aparición), buscan piso,… Vivencias frescas y alegres contadas con un dibujo de trazo espontáneo y unos colores planos que le dan un toque naif de lo más apropiado. Recomiendo leer el primer tebeo de la serie, Slaloms, y si gusta seguir con el resto.
Hace poco escribí una entrada sobre Murena, la serie de romanos de Jean Dufaux y Philippe Delaby que también está publicando Planeta. Como dije entonces, con la quinta entrega venía de regalo el primer álbum de Doble máscara, una serie del mismo guionista que debía necesitar un pequeño empujón de ventas. Su título, El torpedo. Y todavía no tengo muy claro si darle o no la oportunidad. Ni el periodo histórico en el que se enclava, la Francia de Napoleón a comienzos del siglo XIX, antes de coronarse emperador, ni el guión me han interesado lo suficiente.
Después de un pequeño prólogo, la historia arranca con Napoleón, por entonces Consul Vitalicio de Francia, contratando a un hábil (y elegante) timador que tiene toda la pinta de ser Vidocq, para que busque un cofre que le ha robado una de sus amantes. Se inicia así una búsqueda por las calles de París y sus bajos fondos que supone un homenaje de Dufaux al folletín; personajes estereotipados, acción, algún que otro misterio que resolver, un enmascarado, el consabido final sorpresa que busca mantener el suspenso hasta la siguiente entrega, la época,… El dibujo de Martin Jamar mantiene la línea naturalista que necesitan los tebeos de este tipo, pero con un trazo muy suelto y elegante. Es lo que más me ha agradado del álbum.
Por último, me resulta inevitable volver de uno de los primeros tebeos de los que escribí en el aburreovejas hace casi dos años y cuya publicación, suspendida durante un año, ha retomado con fuerza Planeta: Fábulas. Para el que no lo recuerde, el punto de partida de esta serie Vertigo es muy atractivo: los personajes de cuentos clásicos han visto como sus respectivas tierras mágicas han sido invadidas por el invencible ejército del Adversario y los supervivientes han tenido que escapar hasta nuestro mundo, donde han construido una sociedad que les permite pasar desapercibidos. A partir de aquí comienza el relato de su día a día, cómo hacen para que los mundanos no sepan de su existencia, cómo ha sido su pasado en los siglos que llevan entre nosotros, las relaciones que han establecido entre ellos, cómo fue su huida, la añoranza por lo que quedó atrás,…
Si el guión de Bill Willingham es solvente, con un perfecto dominio del argumento, su secuenciación, el tempo narrativo, los diálogos o la caracterización de personajes, el trabajo gráfico que se ve en cada tebeo está a la altura. Una vez dejado de lado el soso Lan Medina, el trabajo de ilustración recae fundamentalmente en el gran Mark Buckingham, que se encarga de la parte principal de Fábulas. Mientras los fill in que la complementan cuando, por su carga de trabajo, Buckingham necesita un respiro, son realizados por dibujantes de fuste como Brian Talbot, Craig Hamilton o Tony Akins. Unas historias que, a diferencia de otras de relleno que se pueden ver en muchas colecciones, suponen un material fundamental para introducirnos en aspectos secundarios del argumento que van a pasar a ser relevantes o conocer mejor a determinados personajes.
De los dos tomos que ha publicado recientemente Planeta, La marcha de los soldados de madera y Las crueles estaciones, se hace especialmente intenso el primero, que desarrolla el primer intento de invasión de nuestro mundo por parte de El Adversario a través de un ejército de soldados de madera, en apariencia invencibles y con un comportamiento pintoresco. Mientras, el segundo se centra en la elección del nuevo alcalde de villa fábula y el nacimiento de los hijos de Blanca, que en el futuro darán que hablar, más después del terrible sorpresón final que deja con la boca abierta deseando saber más.
En Vertigo siempre han estado a la busca de un heredero de Sandman que tomase su papel como buque insignia del sello. Primero se lo arropó Predicador, después pudo tenerlo Transmetropolitan, ahora quizás lo llevaba 100 balas,… Pero creo que ninguna de las anteriores tenía las condiciones de Fábulas para repetir esa atracción de un público ajeno no ya a los tebeos de esta línea sino al propio mundo del cómic y convertirse en un pequeño fenómeno cultural. Sin la carga intelectual o simbólica que Neil Gaiman introdujo en su creación, pero, consiguendo, creo, una historieta mucho mejor.
Por cierto, que los tomos incluyen en el lugar que le corresponde las excepcionales portadas de James Jean. ¡En pie y saluden!
Pues fíjate que yo siempre apostaría por Hellblazer como buque insignia de Vertigo, pero creo que no se le ha dado la importancia merecida. Me parece una serie sobresaliente (aunque haya flojeado en los últimos tiempos), y creo que tiene la solera necesaria como para convertir a Constantine en el abanderado.
Llevas razón. Por historia es la única serie que se ha mantenido durante toda la existencia de Vertigo, y aunque comercialmente se ha acostumbrado a vivir en el filo, al borde de la suspensión, merece esa categoría.
Pero (je je, siempre le encuentro un pero), yo iba más hacia lo que Vertigo es mayormente: un reducto en DC para hacer un tebeo diferente, alejado de los personajes superheroicos de la casa o redefiniéndoles hasta un punto que resultan completamente nuevos. Y una política de autor en la que una serie va (casi) siempre de la mano de su equipo de creadores.
Por una vez coincido con Álvaro Pons en algo, y es que a mí El Uno sí que me gustó. El único defecto que le veo es el final tan jipioso (hasta salen los Beatles cantando All you need is love o alguna de ésas, bochornoso), pero el resto es una sátira tan salvaje, tan brutal, tan desagradable y pasada de rosca, que se lo perdono todo, pero porque soy un pervertido.
Maximortal me gustó todavía más que El Uno, el dibujo es muchísimo más pulido (lástima de color) y la historia muy buena, esa sátira salvaje de Superman mezclada con la historia de Jerry Siegel y Joe Shuster humillados por la industria. El final es también un pelín demasiao místico pero merece la pena. En resumidas cuentas que me ha dejado con bastantes ganas de leer Bratpack, la tercera parte de la trilogía superheróica de Veitch.
Aunque reconozco que Veitch no es para todos los públicos, recuerdo con cariño su entrañable número del parto en Miracleman que casi tiro a la basura. Pero con los años le he ido cogiendo la gracia y cada vez me gusta más, igual que me pasó con otro feísta ilustre, Kevin O´Neill.