En esta semana que estoy viajando bastante en tren de cercanías, ando alternando un par de novelas y un libro de relatos. En concreto este Relatos de ciencia-ficción de Nilo María Fabra, una recopilación de cuentos de uno de los contados autores españoles de lo que se suele llamar proto ciencia ficción. Gran desconocido cuyos relatos estaban fuera de circulación casi desde el mismo momento de su publicación a finales del siglo XIX, hasta que fueron rescatados del olvido por Nil Santiáñez-Tió a mediados de los años 90. Y ha sido ahora Francisco Arellano, en la colección Delirio Ciencia Ficción de la editorial La biblioteca del laberinto, el encargado de recopilar su obra fantástica completa para ofrecerla en un único volumen. Volumen que después de haber leído en, casi, sus tres cuartas partes dista mucho de ser imprescindible, a no ser que se quiera profundizar en los comienzos de la ciencia ficción española (llamarlo orígenes sería del todo inexacto; el trabajo de Fabra fue un hito aislado sin continuidad) o se quiera disfrutar de las historias prospectivas patrióticas.
Porque lo que uno mayormente se encuentra en estos Relatos de ciencia-ficción es con la versión utópica de la España de la generación del 98 deseando que las cosas salieran como todo español de pro soñaba. Es necesario decirlo, antes del desastre de ese fatídico año; los relatos que aquí se recogen fueron publicados en tres volúmenes aparecidos entre 1885 y 1897. Por eso no extraña que en «La guerra de España con los Estados Unidos» España se revuelva con arrojo y gallardía ante un enemigo superior deseoso de hacerse con Cuba, que en «Un viaje a la República Argentina en el siglo XXI» la unión de los estados latinoamericanos y la madre patria haya plantado cara al afán imperialista yanqui, o en «El desastre de Inglaterra de 1910» las naciones europeas le den a la pérfida albión una somanta apoteósica y de forma merecida. No por nada
empeñóse en conservar a Gibraltar, enajenándose para siempre las simpatías de los españoles, que consideraban afrentoso que un poder extranjero hollase el sagrado suelo de la patria
Estas prospecciones no dejan de ser ejercicios anecdóticos de buenos deseos en busca de que, después de tres siglos de decadencia, a España le salieran un poco bien las cosas en la escena internacional. Descripciones de conflictos apenas bosquejados en los que se elucubra sobre un futuro que Fabra sabía imposible. Sin embargo entre la ensoñación aparece la inteligencia de un liberal católico que conocía tanto las motivaciones socioeconómicas de las naciones de su tiempo como los vicios de su patria. De hecho uno puede ver en este material el intento de conjurarlos por parte de un buen hombre atrapado en el fatalismo de no ser capaz alterar el curso de su sociedad.
Entre las narraciones que trabajan en este sentido me quedo con el ejercicio prospectivo más conseguido, «Cuatro siglos de buen gobierno», una ucronía en la que Miguel, hijo de Manuel de Portugal y su esposa Isabel, nieto de los Reyes Católicos, se convierte en heredero de las coronas hispánicas impidiendo que Carlos I tenga alguna posibilidad de hacerse con el trono. A partir de ahí, analizando a grosso modo cuáles fueron las causas de las sucesivas desgracias de los Austria, pasa sobre ellas con lo que, a toro pasado, es puro sentido comun: sitúa la capital en Toledo, no centraliza el estado, liberaliza el comercio con el nuevo mundo, no se mete en guerras religiosas, trata con buena mano a las colonias,… y enmienda la historia para conseguir una España de comienzos del siglo XX a la cabeza del mundo. Eso sí, no se esperen un relato sobresaliente, porque narrativamente deja bastante que desear, dejándose llevar Fabra demasiadas veces por la emoción de su quimera.
En otro registro destaca el divertidísimo «Del Cielo a España», los intentos de un Santiago bajado del cielo por introducir sentido común entre los españolitos de a pie y que reflejaa las claras la España interior, en la que los caciques controlaban el día a día, o la urbana, en la que todo el mundo desea cobrar el subsidio para quedarse en casa sin hacer nada. O «El fin de Barcelona», narración breve con un adecuado final sorpresa, o «El dragón de montesa», con unos arqueólogos futuros tras una era glacial intentando discernir qué misterios existen en un dragón de caballería congelado ante su garita. Sendas historias en las que Fabra acierta a unir humor con escepticismo.
O exploraciones Vernianas de por dónde podría ir la tecnología, el ya mencionado «Un viaje a la República Argentina», o el contacto con los marcianos, «En el planeta Marte», con ese encanto trasnochado de cómo alguien de finales del XIX pensaba que podían desarrollarse los transportes, los medios de información o los de comunicación.
Llegados a este punto, reconozco mi imposibilidad de juzgar con ecuanimidad este libro aun asumiendo que procede no sólo de un periodo bastante alejado en el tiempo, en el que la literatura se enfocaba de otra forma, sino de una sociedad en las antípodas de la actual. Tampoco me quito de la cabeza, y es muy injusto, que mientras Nilo María Fabra quedaba atrapado por su ilusión H. G. Wells estaba sentando las bases de la ciencia ficción a un nivel varios órdenes de magnitud por delante. Aunque Wells por aquel entonces ya era un escritor a tiempo completo y Fabra un periodista y político que escribía sus visiones de forma completamente amateur.
De lo que no me cabe duda es que el trabajo de Arellano y el esfuerzo de La Biblioteca del Laberinto son intachables y sólo se les puede achacar la escasa calidad de reproducción de los grabados que recogen las ilustraciones que aparecieron en los libros originales de Fabra. Por lo demás les ha quedado una edición notable que cubre un hueco en nuestras librerías y que puede resultar satisfactorio… si se sabe lo que se va a encontrar. Aunque para calificarlo antes que clásico utilizaría otra palabra.
Reseña de Luis Alberto de Cuenca
http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=4837&dia=&sec=32
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