Ayer, a eso de las 22:00, mientras sudaba intentando levantar una pesa de (muérome de vergüenza) cinco kilos durante un ejercicio de ¿fortalecimiento? de biceps, sonaba en mi reproductor MP3 esta canción de Sabina, en la versión en directo del disco Nos sobran los motivos. Y, como las incontables veces que la he escuchado desde que salió publicada en 19 días y 500 noches, un leve cosquilleo recorrió mi espalda. Es difícil condensar (y evocar) en un espacio tan corto todo lo que fue nuestra misérrima postguerra civil sin caer en los vicios más recalcitrantes de la canción protesta y el maniqueísmo barato.
En esta rápida sucesión de escenas, apenas perfiladas, Sabina nos translada a esa realidad pobre y malhadada que a puro empecinamiento quijotesco intentaba convertir la autarquía en un sistema económico sostenible; recuerda con sutileza la salvaje represión contra los vencidos, el triste adiós del exilio o la necesaria búsqueda de fortuna en otras tierras; rememora la humilde cotidaneidad de carajillos, fresqueras, remedios caseros y estraperlo; enuncia la dramática contradicción inherente a la frase la vida sigue; y nos sitúa de pleno en esa España de pandereta, traje de faralaes y torero que atrajo con singular éxito a las rutilantes estrellas del cine, la canción o las letras del momento. Una sociedad genialmente resumida en el momento cumbre de la canción, los versos que aluden a la muerte de Manolete en la plaza de Linares en 1947 y que hacen confluir todo lo anterior en un mismo punto. Un punto, la fiesta taurina, con la que no me siento para nada identificado… pero que en aquel momento… ¿quién sabe?
Y sin embargo, a pesar de todo… salimos adelante.
La letra.
Academia de corte y confección,
sabañones, aceite de ricino,
gasógeno, zapatos topolino,
«el género dentro por la calor».
Para primores galerías Piquer,
para la inclusa niños con anginas,
para la tisis caldo de gallina,
para las extranjeras Luis Miguel.
Para el socio del limpia un carajillo,
para el estraperlista dos barreras,
para el Corpus retales amarillos
que aclaren el morao de las banderas.
Tercer año triunfal, con brillantina,
los señoritos cierran «Alazán»,
y, en un barquito, Miguel de Molina,
se embarca, caminito de ultramar.
Habían pasado ya los nacionales,
habían rapado a la «señá» Cibeles,
cautivo y desarmado
el vaho de los cristales.
A la hora de la zambra, en «Los Grabieles»,
por Ventas madrugaba el pelotón,
al día siguiente hablaban los papeles
de Celia, de Pemán y del bayón.
Enseñando las garras de astracán,
reclinaba en la barra de «Chicote»,
la «bien pagá» derrite, con su escote,
la crema de la intelectualidad.
Permanén, con rodete Eva Perón,
«Parfait amour», rebeca azul marino,
-«Maestro, le presento a Lupe Sino,
lo dejo en buenas manos, matador»-
Y, luego, el reservao en «Gitanillos»,
y, después, la paella de «Riscal»,
y, la tarde del manso de Saltillo,
un anillo y unas medias de cristal.
-«Niño, sube a la suite dos anisettes,
que, hoy, vamos a perder los alamares»-
de purísima y oro, Manolete,
cuadra al toro, en la plaza de Linares.
Habían pasado ya los nacionales,
habían rapado a la «señá» Cibeles,
volvían a sus cuidados
las personas formales.
A la hora de la conga, en los burdeles,
por san Blas descansaba el pelotón,
al día siguiente hablaban los papeles
de Gilda y del Atleti de Aviación.