De los libros que «cayeron» el pasado día 23, estoy intercalando Los sicarios del cielo, de Rodolfo Martínez (por ahora bien, aunque mantengo reservas sobre determinados aspectos en los que, EMHO, «petardea»), con Berlín. La caída: 1945 de Antony Beevor. Y aunque en éste no hay nada que, globalmente, no supiese, estoy quedando acongojado por las dimensiones de la tragedia vivida en el asedio final a la capital alemana durante los últimos meses de la 2ª Guerra Mundial en Europa.
No sé si produce más horror la manera en que el criminal régimen Nazi llevó al paroxismo sus habituales métodos de violencia y represión sobre la población civil (en este caso la suya) durante su desquiciada carrera hacia la autodestrucción, o la forma en que el ejército soviético fue devorando las tierras ocupadas que se abrían a su paso. Violación de toda mujer hallada en el camino sin importar su origen, asesinatos en masa, lucha sin cuartel o el brutal sacrificio de las tropas propias en pro de una victoria lo más rápida posible (en pos de esa zanahoria formada por el uranio enriquecido del programa nuclear alemán) son algunos de los detalles que destacan sobre el macabro fondo general.
No pongo en cuestión que una guerra es justamente eso, y que en este caso después de todas las penurias, sacrificios y pesares sufridos durante los años 41 y 42 en sus propias carnes, la reacción sea «natural» (otra cosa es razonable). Sin embargo, la magnitud de la respuesta es tan similar a la acción sufrida que acongoja lo fácil que se trueca la condición de víctima con la de verdugo.
También contrastan los estertores del régimen nacionalsocialista, durante los cuales se sublimaron todas sus contradicción internas, con la represión en la zona roja de todos aquéllos que habían participado en la resistencia contra los nazis y no comulgaban con la rueda de molino del comunismo soviético. En comparación con policías políticas como la Gestapo el la NKVD, cualquier otro servicio secreto de una dictadura tipo parecen alegres colegialas de excursión campestre.
Hay muchos más detalles que convierten la lectura de este libro en recomendable, sobre todo porque Beevor es un hacha a la hora de confluir el «micro»conflicto de los hechos cotidianos que viven los protagonistas de la guerra (voluntarios o involuntarios) con el «macro»conflicto de los hechos históricos. Aun haciendo fluir cantidades de información ingentes ni abruma ni confunde.
Por último, destacar la cita de Speer con la que abre Berlín. La caída: 1945, no por asumida menos cierta
La Historia siempre concede una mayor importancia a los acontecimientos terminales
Pinta muy bien, la verdad.
Yo ahora estoy leyendo algo parecido: una amiga de mi madre me ha pasado sus memórias para que se las pase al ordenador, y en ellas cuenta su exilio a Rusia durante la guerra civil española y su vivencia del asedio de Stalingrado. A veces me pone la piel de gallina.
Hola Nacho! Hacia tiempo que no tenia noticas tuyas y la verdad es que no conocia tu blog, solo seguia la pagina web,pero ale, ya te tengo localizado 😛
De Beevor me lei Stalingrado y la verdad es que este señor es un gran historiador , se sabe hacer entender perfectamente y explica las cosas con una naturalidad pasmosa.
Por otro lado cuando vi de que tratab la novela que habia ganado el Premio Minotauro se me levanto una ceja en señal de escepticismo…porque ,bueno, un premio tan «de lo nuestro» que diria Justo Molinero por un autor plenamente identificado con el genero y lees la siposis y lo primero que te viene a la mente es «Codigo DaVinci» y me imagino que petardea por esa via…
salud! y te ire leyendo!!!!!