Hay muchos fragmentos que podía citar de Dafne desvanecida, pero se hallan tan «dentro» de la narración que es mejor encontrárselos ahí. Sin embargo entre ellos hay uno, (aparentemente) más banal pero tan a la orden del día, que no quería desaprovecharlo. Habla de por dónde van últimamente los tiros en el mundo editorial y… en ciertos foros de la red. Puesta en situación.
Juan Cabo, el narrador de la novela, acude a la presentación de Madrid en tiempo real, una miríada de libros breves escritos por otros tantos autores sobre un día concreto en Madrid, todos sucediendo simultáneamente y con distintos puntos de vista. El acto tiene lugar en la feria del libro, en un «vino español» en la que varios actores disfrazados de grandes escritores pasean entre los comensales con alguna de sus obras maestras bajo el brazo (y que ayuda a identificarlos). En un momento Salmerón, el editor del libro y del propio Cabo, toma la palabra y…
-Mis queridos amigo -decía-, permitidme que me convierta en profeta por un instante. El nuevo milenio está a punto de comenzar, y me gustaría explicaros cuál creo yo que será el futuro de nuetras hija mimada, la novela.
Su discurso fue extraño y majestuoso como él mismo. Comenzó diciendo que la novela del pasado había pertenecido al protagonista, al héroe, al Quijote y a Ana Karénina. En la actualidad, pertenecía al autor. Hoy no se hablaba tanto de personajes como de escritores célebres. Pero la novela del futuro daría un paso más allá. El mundo había cristalizado en un laberinto; la realidad era compleja, difusa, inabarcable… ¿Quién podía pensar que estas grandes figuras que hoy nos acompañaban iban a seguir cimentando la literatura del porvenir? No: el nuevo milenio sería demasiado abstruso, caótico y matemático para la comprensión de un solo hombre. La novela del futuro pertenecerá al Editor. Así, con mayúsculas: Editor. Pero no nos engañemos -afirmaba-: no al editor en cuanto creador sino en cuanto «organizador». Estudios de mercado, diseño informático, publicidad… Todo esto será la verdadera novela (de hecho ya era así en gran medida), y sobre el editor recaería la responsabilidad de coordinar aquel ingente trabajo. La literatura regresaría a sus remotos orígenes: volvería a ser anónima, pero «no labor de uno solo sino de muchos».
– Todo el planeta, mañana, será Nueva York -sentenció-. Y en cada ventanita iluminada de cada hormigueante rascacielos de esa Nueva York mundial crecerá un escritor. Imaginaos. Billones de ellos. Porque los escritores de la antigüedad podían permitirse el lujo de ser cisnes solitarios, pero ahora son legión, como el demonio bíblico. Pertenecen al enjambre, a la plaga…