Baby please don’t go…

Pues hay que ir.

Nueva Orleans. Un lugar de paso obligado para los amantes de la cultura popular del siglo XX, plagado de referencias musicales, literarias, cinéfilas, televisivas… y que, aunque parezca mentira, todavía se anda recuperando del azote del Katrina. El terrible huracán que la puso de actualidad hace siete años y cuyos efectos todavía se pueden ver en algunas de las calles de Treme, el barrio de población negra más antiguo de EEUU, la cuna del jazz.

Anochece en Royal Street

Anochece en Royal Street

Nueva Orleans es una ciudad de sensaciones y, si uno se quita la armadura, de emociones. La visita que he realizado con otros seis profesores españoles en el valle del Río Grande (río que, todo sea dicho, es de todo menos grande), comenzó de manera inmejorable gracias al concierto de Tab Benoit. Un guitarrista de Baton Rouge que nos abrió las puertas al mejor blues del delta del Mississippi mezclado con el rock más clásico, gotas de funk y boogie. La sorpresa fue poder escuchar dos o tres canciones de sus teloneros, Southern Hospitality, una banda de blues que nos impresionó tanto antes del concierto como cuando subieron para acompañar a Benoit un par de temas. Todo gracias a Irene, una compañera que nos descubrió el concierto.

Así fue fácil entrar en la capital del delta del Mississippi.

El Natchez al final del Riverwalk

El Natchez al final del Riverwalk

Antes habíamos navegado río arriba a bordo del Natchez, un vapor de tres cubiertas que permite hacerse a la idea de lo que suponía viajar en uno de aquellos barcos que recorrían el Mississippi en la segunda mitad del siglo XIX y que, por ejemplo, George R. R. Martin retratara en Sueño del Fevre. Durante el trayecto llaman la atención los diques tras los cuales se pueden observar los tejados de muchas casas y que dejan a las claras el peligro de vivir en una ciudad con algunas calles al mismo nivel que el río y todas las aguas de alrededor, cuando no un poco por debajo.

También habíamos dado nuestros primeros pasos por el French Quarter, el barrio más conocido de Nueva Orleans, el único que mantiene construcciones de los tiempos en los que Louisiana estuvo bajo dominio español. Algo que se recuerda en todas sus calles con unos carteles hechos de azulejo que recuerdan cómo se llamaban durante el menos de medio siglo que formó parte del virreinato Nueva España. Calles donde abundan los soportales, las galerías con hierro forjado, multitud de flores y plantas en los balcones…

La calle más conocida del French Quarter es Bourbon Street, la zona de marcha por excelencia que viernes y sábados está tan atestada que obliga a zambullirse en una multitud que fluye lentamente en ambos sentidos a la busca del mejor local para pasar la noche. Música, bebida, comida, locales de striptease… se mezclan sin solución de continuidad y desafían a encontrar cuál es el  más adecuado para cada tipo de visitante. En mi caso disfruté mucho de una banda de jazz que descubrimos la segunda noche y, aunque desafinaban un poco, una banda local un poco cutre que tocaba versiones de clásicos del blues como «When the levee breaks», «Crossroads» o «Red house».

The Jazz Corner of the World, en Treme

The Jazz Corner of the World, en Treme

Sin duda los dos momentos que más disfruté fueron el paseo durante una mañana por las calles de Treme, un barrio que vimos de mañana, aletargado, preparándose para thanksgiving, con la gente llegando a las casas para preparar el pavo. Llama la atención cómo, junto a casas perfectamente restauradas, te encuentras edificios prácticamente en ruinas, algunos de ellos todavía padeciendo los efectos del huracán de 2005. Y, también, el recorrido en bicicleta durante tres horas por las calles de la ciudad desde el mismo centro hasta el lago Pontchartrain, al norte de la ciudad, atravesando el Treme y el City Park buyendo de vida, repleto de familias pasando el día, y que puso a prueba nuestras dotes de orientación. Después de haber navegado durante cuatro meses por ciudades cuadriculadas, donde es imposible perderse, nos encontramos con una ciudad ordenada de otra manera, a tramos cuadriculada, a tramos radial… donde no siempre te mueves en la dirección que estabas pensando.

Al norte de Treme se acaba la miseria

Al norte de Treme se acaba la miseria

Uno de los días alquilamos un coche y nos acercamos a Oak Alley, una plantación al oeste de la ciudad, Mississippi arriba. Una de las mejor conservadas en la que destaca no solo su mansión de mediados del XIX sino los espectaculares robles de más de 150 años que flanquean el camino hacia su entrada principal. Un lugar que rápidamente te transporta al corazón del sur de EEUU del siglo XIX donde los esclavos elaboraban, en este caso, el azúcar que después se exportaba por el río. Uno casi esperaba ver aparecer a Orry Maine montando a caballo después de uno de sus encuentros con Madeleine.

Oak Alley Plantation

Oak Alley Plantation

Y, de paso, nos acercamos a un bayou para pisar, más o menos, los terrenos pantanosos de la desembocadura del río. En el debe, sin duda, no habernos podido desplazar hasta la desembocadura delta, pero se nos hacía de noche y había que devolver el coche alquilado que, como pueden suponer, de poco sirve en el centro de una ciudad cuando te dedicas a recorrerla de garito en garito.

Y más o menos esta ha sido la visita a la ciudad y una ínfima parte de sus alrededores. Blues, miasma, hurricanes, bourbon, diques, juego, miseria, nobleza, mosquitos, agua, alegría, honor, multitudes, pobreza, fiesta, jazz, trompetistas, perdición…

Volveré.

Algunas fotos de las cientos que saqué.

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