No tiene mucho sentido seguir con esta serie de entradas un año después de quedar colgada a la espera de, por entonces, la última entrega. Porque, además, tampoco voy terminarla. Pero esto es un blog personal, está sujeto a las mismas contradicciones que envuelven a su «creador», no hay más plan prefijado que el que se va haciendo sobre la marcha y da una pereza atroz cerrar algo para lo que no había conclusión. Además, ya tocaba hacer una reseña de esta antología, que lleva aguardando turno junto al ordenador desde hace varios meses. Un libro de relatos que mantiene la solvencia de una marca que ha ofrecido, en los últimos años, los mejores cuentos de género en España.
Después de los dos primeros Artifex Tercera Época, todos nos quedamos un poco «pillados» con el contenido del primer volumen del pasado 2006. Tras dos entregas en las que, aun habiendo ciencia ficción de calidad (caso del excelente cuento de Lorenzo Luengo que ganó el Premio Xatafi-Cyberdark), dominaban el terror contemporáneo o la fantasía, Julián Díez y Luis G. Prado nos sorprendieron con casi 300 páginas dedicadas íntegramente a la ciencia ficción. Una ciencia ficción heterogénea, con cuentos en los que primaba la construcción de escenario, pero también con relatos con firme voluntad especulativa que se acercaban a nuestra sociedad, sus preocupaciones,… y estimulaban la reflexión. Aparte, sobra decirlo, de disfrutar con la historia, el estilo,…
Buena muestra de ello es el relato que abre este ATE: «Argos», de José Antonio Cotrina, ganador del Premio Alberto Magno 2005 y su retorno al cyberpunk después de unos años en el terreno de la fantasía más heterodoxa. He de confesar que no me resultó del todo satisfactorio porque la historia, y sus vericuetos, no me terminaron de convencer. El escenario es, desde luego, potente, con una humanidad a mediados del presente siglo conectada en red de manera directa sin utilizar interfaz alguno y viviendo una realidad tenofílica. Un entorno en el que se exploran las posibilidades de esta tecnología y se explota la angustia de ver un mundo poniendo todos los huevos en una sartén que nadie sabe cómo puede terminar o el miedo a perder nuestra privacidad (como bien dijo Yarhel en su reseña, ¿nos acordamos de Echelon?).
Sin embargo el avance de la historia se ve comprometido por los estereotipos observables en su desarrollo argumental y una titubeante verosimilitud derivada, sobre todo, de un villano de opereta, obcecado en matar moscas a cañonazos, que recuerda al maquiavélico y entrañable Doctor X, ése que tropezaba una y otra vez con el Action Man de turno porque no se le había ocurrido rodearse de compinches que le hiciesen el trabajo sucio. Afortunadamente Cotrina siempre se guarda elementos atractivos y nos regala un evocador paseo por una Praga fantasmagórica que ayuda a sobrellevar los tópicos (eso sí, ¿por qué Naroxa y no Naroba? Total, sólo era una letra)
El otro premio recogido en el volumen, «Morfeo Verdugo», de Yoss (ganó el Domingo Santos de 2005), se aleja del thriller para meternos en la cabeza de un condenado a muerte a la espera de su ejecución. Una ejecución que ya no se realiza en un corredor de la muerte, mediante una silla eléctrica o una inyección, sino de una forma más «civilizada»: a través del llamado bloqueo cortical, un condicionamiento que desencadena la muerte cuando el condenado sueña con su propia muerte. Desarrollado en dos niveles, el primero relata en primera persona un día en la vida de Francis Lewis, el reo que más tiempo ha conseguido burlar la pena, mientras trabaja, convive con sus compañeros, recuerda su última noche de juerga, rememora el motivo por el que fue condenado y nos introduce en un mundo que lo ha convertido en una atracción de feria que apuesta por cuánto más va a durar. Mientras, el segundo es un desarrollo objetivo en plan almanaque de cómo el mundo reacciona ante la pena de muerte desde el año 2006 hasta el 2038 (en el que se ubica la historia), desgranando los acontecimientos que condujeron hasta la situación actual. Una secuencia que funciona bien como recuerdo de cómo hechos aparentemente inconexos modelan la opinión pública, pero que no acierto a ver qué relación guarda con la historia de Lewis, que se sostiene sin necesidad de aditamentos. Una narración vigorosa y procaz que, a ratos, da vueltas entorno al pan nuestro cínico de cada día de refugiarse en un eufemismo (la muerte «indolora» en sueño) para legitimar algo monstruoso.
Otro relato en el que la especulación está presente es en «Bidesari», de José Ramón Vázquez, que creó una levísima polémica tras su reseña en C. En él se realiza una breve y sencilla estampa de un País Vasco independiente padeciendo las secuelas económicas de dicha situación a través de un ciudadano «anónimo» que se dedica a pasar mercancías a través de la frontera con España. Como bien dice la reseña, hay que felicitar a su autor por tratar un tema que a la mayoría de los autores que han publicado en el mundo aficionado parece que les es ajeno: toda la polémica generada alrededor de la organización territorial de nuestro país (obviamente no como personas sino a la hora de plantear sus historias). Otra cosa es que vea creíble «Bidesari», pero eso tendrá que valorarlo cada lector.
Por cierto, si se me permite la disgresión, Robert Silverberg escribió hace más de treinta años un cuento, «Un pequeño burócrata«, que sería perfectamente aplicable a una extrapolación a un par de décadas vista de nuestro estado autonómico. No está entre sus mejores obras pero es una de esas historias «clase media» que ayudan a reivindicar a Silverberg como uno de los grandes de la ciencia ficción mundial.
Retomando el hilo, y como suele ser habitual, coincido con la valoración que Iván Fernández Balbuena hacía para C y opino que el mejor cuento de este Artifex lo escribe el cada vez más en forma Eduardo Vaquerizo, que con «Víctima y verdugo» nos devuelve al universo de «Negras Águilas» y Danza de tinieblas por la puerta grande. En sus 50 páginas recrea la guerra de Vietnam en las colonias Amazónicas en una clave que bebe, tanto en su argumento como en su atmósfera, de El corazón de las tinieblas de Conrad y su versión moderna, Apocalypse Now. En él el teniente de volateros Avellaneda remonta el río Iquitos hasta una misión establecida en Paranaibo para asesinar a su fundador, el padre Olabarría, que está creando bastantes problemas a las fuerzas de ocupación del Imperio. Formalmente intachable, destacan la excelente ambientación en una selva exhuberante, descrita a través de una prosa «viscosa», el nexo que se establece entre el escenario axfisiante y la decadencia física y mental de Avellaneda, y la locura que se apodera de la historia cuando los indios ayumara entran en escena.
El resto de relatos quizás llamen menos la tención, pero no se puede decir que sean de los que te hacen perder el tiempo. Por ejemplo, «200» destaca donde se suelen hacer fuertes los cuentos de Santiago Eximeno (venga, lo repito una vez más): en la creación de atmósferas y a la hora de introducirnos en ellas a través de los personajes. Esta vez en una realidad en el que una parte de la población es obligada a participar en un atroz concurso que, mediante el azar, lleva a la muerte a algunos de ellos para regocijo de los telespectadores. También me ha gustado «Un día en la vida de una mente despierta», quizás la pieza más alejada del género de todas las que se recogen aquí, y, también, la de factura más clásica. Una historia que se desarrolla en presente y que convierte una serie de casualidades en un enigma a desentrañar, cosa que su autor, Hernán Domínguez Nimo, consigue de manera natural aunando misterio con el miedo a todo lo que se aleja de nuestra «normalidad».
«La última visita» de Iván Olmedo, «La balada del Hombre Anuncio» de Alfredo Álamo, «No me pongas esa cara» de Tomás Donaire, «Lo que significa tu nombre» de Víctor M. Gallardo completan un volumen variado que acoge ciencia ficción que va de la más combativa a la más evocadora, de la formalmente más experimental a la que mantiene unos valores más tradicionales. ¿Qué se echa en falta? Quizás algún relato que se prodigue en dos de los iconos más apreciados por el aficionado: el hard y el space opera. Cosa que, curiosamente, ocurre en el número 4, aparecido hace un par de meses. Pero eso lo veremos, como debe ser, en otra entrada (un siglo de estos, que llevo una vuelta de Navidad repleta de trabajo)
Nota final: Por cierto, menuda portada más cantosa. Casi parece la ilustración del manual de un juego de ordenador de combates espaciales y no la de una revista de relatos que busca abrirse a otro tipo de público. Menos mal que con la siguiente entrega se han enmendado.
Coincido contigo bastante en las apreciaciones que haces sobre los relatos e incluso en el comentario sobre la portada, que aunque es preciosa, parecería más adecuada para una space opera.
Sobre el tema del reino de taifas que comentas, de hecho creo que Silverberg se pudo haber inspirado más fácilmente en Estados Unidos, cuyo modelo federal genuino ya tiene estas cosas 🙂 Si no, baste ver las enormes diferencias legislativas, económicas y de impuestos existentes entre los diferentes estados de la Unión. Claro que no me imagino un sistema tan genuinamente federal en nuestro país, donde se entremezclarían cuestiones mucho más abtrusas.
También coincido en muchos de los comentarios sobre ATE 3, excepto en uno: el mejor relato, de largo, me pareció «200» de S. Eximeno.
No, no soy su primo. Y que me disculpen los demás.
No llegó a haber ni levísima polémica, Nacho. Fue todo muy civilizado :p Aún así no deja de sorprenderme que por más vueltas que le demos a la famosa pelea ideas/estilo los aficionados y críticos en general terminemos siempre discutiendo de las ideas. No se me malinterprete, lo que quiero decir es que, con Bidesari en concreto, la gente termina hablando más de la premisa que de lo bien o (claramente :p) mal que está escrito. Parece que pretendamos huir (o justificarnos) por dar prioridad a lo que nos gusta.
Y el comentario egocéntrico, he de decir que coincido con Nacho en sus apreciaciones sobre el relato de Vaquerizo, que parece estar en estado de gracia últimamente. Aunque al igual que Gandalf me gustó mucho 200, que parece pasar más desapercibido en las reseñas
gandalf, no creo que haya nada que disculpar. Esto son opiniones/pareceres personales y como tal hay que tomárselos.
José Ramón -> Digo lo de polémica en el sentido de discrepancia, correcta, sana. Por eso la peso con el adjetivo leve, para quitarle el «hierro» que ha ganado el término en estos tiempos.
Y lo de la idea en mi caso tiene una justificación: en los cuentos, cuanto más breves, a no ser que la narración utilice un estilo impactante, tiendo a olvidar un poco la manera en que están escritos. Cosa que con las novelas me ocurre mucho menos. Al estar mucho más tiempo en atrapado en ellas me resulta más fácil fijarme en desarrollo, los personajes, el estilo,…
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