Siempre he defendido el uso de las etiquetas a la hora de hablar de Literatura. Cierto es que constriñen, sesgan, en múltiples ocasiones están mal utilizadas y suelen conducir al más elemental prejuicio. Pero también, y eso es algo que hay que valorar, permiten situar con facilidad lo que califican dentro de unos parámetros más o menos aceptados; circunstancia sumamente útil cuando se está discutiendo sobre algo. Ahora bien, una cosa es un foro donde todo el mundo sabe de qué se está hablando, y otra muy distinta el mercado editorial.
Hay libros que están bien publicados en las colecciones en los que aparecen; son, por así decirlo, carne de cañón para un público que sabe lo que busca y dónde hacerlo. Da igual que sea una novela histórica, que una narración erótica, que un relato de batallas espaciales. Sin embargo otras veces el aparecer en una determinada colección constriñe por completo la potencialidad de la obra, que de ser un libro con base amplia que puede satisfacer a un amplio espectro de lectores termina llegando únicamente a unos pocos, que o saben qué es lo que ofrece o les han dicho en un lugar muy concreto y alejado de los foros masivos qué es lo que tiene detrás.
Estoy pensando específicamente en una novela, Los hechos de la vida, obra de Graham Joyce que publicó La Factoría de Ideas hace más de año y medio en su colección Solaris Terror y que ha pasado inadvertida por nuestras librerías. Hecho tremendamente injusto (uno de tantos) porque a parte de ser una novela bien escrita, con una historia amigable, llena de significado, con escenas arrebatadoras y un tratamiento de personajes ejemplar, tenía un público blanco (ese target del que hablan los ingleses) mucho más amplio del que ha encontrado. Viniendo con la recomendación expresa de Isabel Allende algo más podría haber alcanzado. Sin embargo el editor que tuvo el acierto de ofrecérnosla fue uno de género y su «premio» fue quedar relegada a ocupar «su» lugar en esa esquinita que tienen las librerías reservado para las veleidades fantasiosas. Ése que acostumbra a estar flanqueado entre las Timunmasadas y los títulos esotéricos (lo de publicarla, erróneamente, en una colección de terror es anecdótico; en otra colección de la casa o similar no le habría ido mucho mejor).
Puestos a jugar a los ysis (ese tremendo divertimento que surge del utopismo más barato), estoy convencido que en igualdad de condiciones, es decir, una editorial «normal», con una portada «normal», situándose en las librerías en un lugar preponderánte, al lado de esos libros que sí merecen la atención de los vendedores, con un poco de publicidad en los medios en que debe hacerse publicidad,… el resultado habría sido opuesto. Porque, además, da la maldita casualidad que el componente fantástico ése que acaba cerrando glotis a nuestro alrededor es tan mínimo que, incluso, no atrae al público especializado porque equívocamente la sitúa fuera del fantástico.
Recibió la doble marca de Caín (aumentada por la prensa que tiene La Factoría).
Pues bien. Algo similar le está ocurriendo a otro libro que podría funcionar a la perfección fuera de los lectores de género, caso de Los tejedores de cabellos, que supongo que con el tiempo irá mucho mejor que hasta ahora; o ese notable relato de aventuras en el Nuevo Mundo que es Rihla, que por lo que veo todavía no ha agotado su primera edición; o esa sobresaliente novela de crecimiento interior que es En alas de la canción; o cualquiera de los soberbios constructos narrativos de Christopher Priest, que debiera descubrir la legión de lectores de Paul Auster; o lo que puede ocurrir con las novelas de Jonathan Carroll que prepara La Factoría;…
No es una cuestión que piense que lo que cito es mejor que lo «otro». Para nada. Sólo es impotencia derivada de darme constantemente con los muros que nos rodean a los que nos gusta leer literatura fantástica. Algo bastante común entre mis compañeros de fatigas del onanismo naranja (basta visitar la siguiente reflexión de mi amigo Odemlo).
Y, también, unas gotas de egoísmo. Ahora mismo me veo que para volver a leer a Graham Joyce voy a tener que hacer de tripas corazón y hacerlo en inglés…
Jejeje, yo me decidí a leer en inglés para poder leer más libros de Jonathan Carroll, así que te comprendo…
Está claro que un libro salga en una colección de género es casi un obstáculo y que alguna editorial no lo puede hacer peor. Quizá sería hora de publicar los libros de género sin diferenciarlos de los demás ni encuadrarlos en colecciones o etiquetarlos con esas portadas tan «particulares». Un poco al estilo de Minotauro clásico de toda la vida. Lo que ocurre es que esto es como los tebeos, se prefiere alimentar al público fiel que ya se tiene en vez de arriesgarse en ampliar el mercado porque un par de ostias seguidas puede significar que cierres el chiringuito.
Pero de todas maneras gran culpa de que estos libros que podrían gustar fuera del ghetto no lleguen a un público más amplio también la tiene el gran y feo mundo exterior…
Mira el ejemplo de Amitav Ghosh, si su «El cromosoma Calcuta» hubiera salido en Nova no se hubiera traducido nada más de él y no se le hubiera hecho ni puto caso. Pero acaba de publicar novela (en Anagrama u otra de estas grandes) y ya he leído varias entrevistas más o menos promocionales con él en periódicos, por supuesto sin mencionar que «El cromosoma …» es una novela de cf.
Y por el otro lado, si «El país de las risas» de Jonathan Carroll se hubiera publicado como dios manda en una colección de literatura general, incluso tirando a best seller stephenkingsiano, tendríamos puntualmente todos sus libros publicados. Pero no le pidas a un suplemento literario que se ponga a hurgar en las colecciones de género, se acepta Minotauro como mucho. Menos mal que de vez en cuando, en Babelia por ejemplo que es el que leo yo, empieza a cambiar la tendencia. Hasta que se cansen, claro.