La telaraña entre los mundos

La telaraña entre los mundos

La telaraña entre los mundos

Ahora que se va a reeditar Las fuentes del paraíso, novela de Arthur C. Clarke que abandoné sin terminar hace década y media, he aprovechado para releer La telaraña entre los mundos. Un título que suele recordarse siempre que se la menciona: apareció en EE.UU. unos meses después y su eje argumental es el mismo. Su autor, Charles Sheffield, se la envió a Sir Arthur antes de la publicación de ambas, de ahí que haya existido la sensación que las similitudes sean más que circunstanciales. Como curiosidad, algunas coincidencias son señaladas por el propio Clarke en un texto que acompaña a esta edición de La telaraña entre los mundos donde le quita hierro al asunto.

Sheffield relata la gestación y el alzamiento del primer ascensor espacial en la Tierra. Una construcción de más de cien mil kilómetros de largo, capaz de levantar hasta una órbita geosicrónica todo tipo de materiales sin las limitaciones que tienen los sistemas de propulsión tradicionales. Sobra decir que no escribe un ensayo y el argumento está vestido con todas las capas dramáticas necesarias. Por ejemplo el pasado de su protagonista, Rob Merlin, tiene un carácter trágico: es hijo de una pareja de investigadores que murió en extrañas circunstancias. Para modelar un poco su personalidad, él mismo estuvo a punto de perecer junto a su madre, salvándose in extremis y ganando por el camino unas prótesis mecánicas.

Años más tarde, Merlin se convierte en un ingeniero de éxito gracias a «La araña», una máquina que fabrica nanotubos de carbono ideales para levantar puentes más largos y más resistentes. Esto le sirve para ser contratado por Darius Regulo, un trasunto de Howard Hughes que ha hecho fortuna extrayendo minerales del cinturón de asteroides. De la relación entre ambos surgirá la iniciativa que impulsará a la humanidad más allá de la Tierra y arrojará nueva luz sobre la extraña muerte de los padres de Merlin. Un misterio que, la verdad, aporta poco y fuerza en exceso la suspensión de la incredulidad. Pero supongo que había que escribir sobre algo más que el ascensor para no tener una novela corta.

Hablar de La telaraña entre los mundos es, sobre todo, hablar de la faceta ingenieril que rodea a la creación de la macroestuctura. Un constructo cuya explicación aproxima al lector medio una serie de ideas que, 30 años después de ser formuladas, siguen dentro de lo posible… aunque las hayamos dado un tanto la espalda. Además desarrolla una serie de situaciones y escenarios que nos hacen partícipes de lo peligrosa, extraña, extraordinaria… que es la exploración espacial.

Sin embargo no hay casi especulación sobre la faceta social, política o cultural de este futuro a unas décadas vista, y la faceta literaria que debiera sustentar la novela deja ver que Sheffield, al menos en sus inicios, tiene más que ver con el articulista especializado en temas científicos que con un contador de historias. Los personajes, salvo el caso de Merlin, no tienen más vida que los cuatro detalles que los definen… y tampoco se puede decir que éste sea alguien especialmente interesante. El único recurso que se utiliza para desplegar las ideas son las conversaciones entre dos interlocutores que se dedican a hablar sobre el tema en cuestión a la mayor gloria del diálogo socrático. Conversaciones que cuando ocurren por tercera vez tienen un pase pero que, después de 200 páginas, terminan siendo absurdas. Por fortuna, esporádicamente aparecen descripciones que alivian estos diálogos, como las que atañen a las modificaciones que Darius Regulo ha realizado en un asteroide para convertirlo en su refugio fuera de la Tierra. Un paisaje tan maravillosamente verosímil como sólo la ciencia ficción más apegada a la rigurosidad científica puede conseguir.

Y es en éste punto donde debo confesar que, a pesar de estos defectos, he disfrutado con el estilo añejo de Sheffield. Una perspectiva con sus defectos pero que echo de menos en estos tiempos en los que el hard se ha transformado en historias 50% estrenos TV, 20% dilema moral de segunda, 30% divulgación científica. Cierto que a ratos no es más que una dramatización de una guía sobre cómo explorar el sistema solar a la que se han añadido un calamar, unos «duendes» y unas gotas de rollo paterno-filial para dar color. Sin embargo en su transparencia está su mayor virtud. Eso sí, los que busquen algo más que ascensores espaciales o buenas descripciones de viajes por el sistema solar, me temo que no le van a encontrar la gracia.

Nota final: Aunque no sea sorprendente, llama la atención que aparezca un personaje que ha hecho fortuna por su prodigiosa memoria y la facilidad que tiene para recordar referencias en bases de datos. Una de tantas fallas en la historia de la ficción científica.

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7 respuestas a La telaraña entre los mundos

  1. Pues mira que el tema este de los ascensores orbitales siempre me ha llamado la atención… ¿sabes si se puede encontrar en algún sitio el libro? Siendo un Nova de los viejos supongo que estará descatalogado…

  2. Nacho dijo:

    Y tan descatalogado. Me temo que o tienes chiripa con el mercado de segunda mano (donde estará cotizadillo) o lo consigues en versión electrónica. Supongo que estará en uno de esos fabulosos compendios que hay pululando en la red con miles de libros de ciencia ficción.

  3. Iván Fernández Balbuena dijo:

    Sheffield es un narrador torpón, sus «Crónicas de McAndrew» me parecieron de lo peor en su momento.
    Pero, en ocasiones, tiene una capacidad innata para crear imágenes impactantes llenas de sentido de la maravilla y suspensión de la incredulidad. Imágenes tan potentes que se te quedan grabadas en la mente de por vida. Sólo por eso merece la pena leerlo. Y ese es un placer que únicamente se encuentra en la CF.
    Por ejemplo, en este libro, lo del calamar gigante en una estación espacial no deja de ser un punto, el restaurante en medio de una caverna volcánica que puede entrar en erupción en cualquier momento tiene su aquel, pero la forma de anclar el ascensor espacial a Tierra, eso ya es la recontrarreleche. Que tío.

  4. Egan dijo:

    Como narrador chirría muchas veces, pero inventiva tiene un rato. En Marea Estival, del ya remoto año 90, describe todo un elenco de megaartefactos dejados por unos misteriosos «Constructores» , entre ellos uno que era más grande por dentro que por fuera, a tenor de las mediciones y eso. Da cuenta de ese y otros memorables, además de incluir otro ascensor orbital, faltaría más, je, je.

    Y como suele pasar, los terrícolas se los van encontrando y nunca tienen ni remota idea. La cuestión es que, con sus defectillos, te queda cierta nostalgia de cuando había más autores con ambición para imaginar «ingenierías», aunque luego las historias se desinflaran a veces.

  5. Risingson dijo:

    Sheffield a veces sí llega a la maestría como narrador, como en «Erasmus Darwin Magister». También descatalogado e inencontrable, por supuesto.

  6. Nacho dijo:

    A ese le tengo ganas desde hace años pero los Ultima Thule son tan difíciles de conseguir… Por cierto. Estoy leyendo «La odisea del mañana», si no me equivoco la última novela de Sheffield traducida hasta el momento. La primera mitad es una historia del futuro bastante jugosa. Lástima que la historia de amor que la envuelve tenga tan poca emoción.

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