¿Hay un final a la vista para Drácula? Desde luego no lo parece. La historia sigue cobrando fuerza con cada nueva versión o reinterpretación, irresistible hasta extremos irracionales y capaz de asumir un millar de transmutaciones. La mutabilidad, en cierto modo, es su esencia. Basta examinar aunque sólo sea una porción de la enorme producción de obras, novelas y, particularmente, películas inspiradas por Drácula para detectar claramente un patrón único. Repitiendo el mismo proceso mediante el que Stoker creó a sus personajes (doblando, dividiendo y reasignando identidades y relaciones), los adaptadores e imitadores de Drácula han seguido mezclando y recombinando obsesivamente las figuras y acontecimientos centrales casi hasta el infinito. De este modo, Mina puede convertise en Lucy para luego volver a ser Mina, o ambas pueden acabar fundidas en una sola. Harker pasa a ser Renfield, Drácula es un animal. Drácula es un caballero. Drácula es malvado. Drácula es un sosias de Cristo. En la película de 1979, Drácula incluso acaba convirtiéndose en cierto modo en Van Helsing, en un momento en el que, invirtiendo los papeles, atraviesa con una estaca al cazavampiros.
Sombras, se diría, persiguiendo sombras.
Tal como observó Bram Stoker en La joya de las siete estrellas, «es en los arcanos de los sueños donde las existencias se funden y se renuevan, cambian para seguir siendo las mismas, como el alma de un músico durante una fuga».
Pág 334 – Hollywood gótico
David J. Skal (Traducción de Óscar Palmer)
Es Pop Ediciones