Hay otra razón por la que la memoria de una pandemia puede tardar en madurar. En 2015, los psicólogos Henry Roediger y Magdalena Abel, de la Universidad de Washington en Saint Louis, Misuri, resumieron un conjunto aún escaso de investigaciones sobre la memoria colectiva cuando escribieron que su estructura narrativa «es bastante simple y solo incluye un pequeño número de hechos destacados que hacen referencia al inicio, el final y los momentos decisivos». Y añadían que ayuda si esos acontecimientos tienen componentes heroicos o míticos. Las guerras encajan fácilmente con esa estructura, con sus declaraciones y treguas, sus actos de excepcional valentía. Una pandemia de gripe, en cambio, no tiene un principio y un final claros, ni tampoco hay héroes obvios. El ministro de la Guerra francés intentó crear algunos concediendo una «medalla de la epidemia» especial a miles de civiles y militares que habían demostrado su entrega en la lucha contra la enfermedad, pero no funcionó. Una página web de recuerdos militares señala que «curiosamente, se desconoce por completo qué lugar ocupó entre las importantes condecoraciones de ese conflicto».
Es necesaria una estructura narrativa diferente y también un nuevo lenguaje. Los científicos, molestos por su humillación, pasaron a proporcionarnos un vocabulario de la gripe, con conceptos como memoria inmunitaria, predisposición genética y fatiga posviral. Formulados con este nuevo lenguaje (no un lenguaje poético, quizás, pero sí uno que permitía hacer predicciones y cotejarlas con los documentos históricos), hechos dispares empezaron a aparecer conectados, mientras que otros vínculos antes evidentes se atrofiaron y murieron (no, no se trataba del castigo de un dios airado; sí, fue al menos en parte responsable de la oleada posterior de melancolía). La pandemia adoptó una forma radicalmente nueva, la que conocemos hoy.
Este tipo de narrativa tarda en desarrollarse (unos cien años, a juzgar por el aumento del interés en las dos últimas décadas), y hasta que lo hace se producen todo tipo de confusiones. En Australia, la gripe española se asoció en la mente de las personas con un brote de peste bubónica de 1900, en parte porque los periódicos se refirieron a ambas como «peste», mientras que en Japón fue eclipsada por otra catástrofe natural, el gran terremoto de Kantō de 1923, que destruyó Tokio. Muchas personas pensaron que la gripe era producto de la guerra biológica, y también se asociaron o confundieron la gripe y la guerra de otras maneras. La cifra de capitanes y tenientes que murieron mientras prestaban servicio en el ejército británico, la «generación perdida» de Vera Brittain, ascendió a unos 35.000. Pero murieron seis veces más británicos a causa de la gripe española y la mitad de ellos se encontraban en la plenitud de la vida: hombres y mujeres jóvenes y sanos que también tenían toda una vida por delante. Por tanto, se podría considerar que merecían más la denominación de «generación perdida», aunque los huérfanos de la gripe y quienes se encontraban en el útero de sus madres en el otoño de 1918 también podrían reclamarla, por razones diferentes.
Epílogo de El jinete pálido
Laura Spinney (Traducción de Yolanda Fontal Rueda)
Editorial Crítica