Quizás sea una de las características de todas las dictaduras, pero en la de Franco podía considerarse una imagen de marca. Existía la sociedad, la oficial, la dominante, y luego una serie de microsociedades, minúsculas en su poder y en su influencia, pero donde estaba el futuro. O al menos el futuro -esa hipótesis inmanejable- les señalaría con el dedo. Y esto producía un defecto visual que al tiempo era de comprensión: creer que aquello que uno leía, veía, discutía, hablaba, formaba parte de la sociedad y existía más allá de su camisa, su novia y su tertulia de íntimos. No. Lamentablemente para los trazadores de futuros, no era así. Las macetas de la alta cultura, o del compromiso político, o de la información de primera mano, eran cultivos de invernadero, ocultos al mundo y fertilizados con mucho esfuerzo y no menos discreción. Bastaba un manotazo del poder, apenas un gesto, y se iba al carajo la maceta, el invernadero, el dueño, e incluso la modesta terraza. No quedaba nada. Hasta que llegara el siguiente jardinero voluntarioso.
Pág 146 – El cura y los mandarines
Gregorio Morán
Editorial Akal