Me cuesta mucho apreciar los microrrelatos. Soy más lector de «planteamiento, nudo, desenlace», de historias que se desarrollan un cierto número de páginas para desplegar una trama, unos personajes, una estructura… que de narraciones hiperbreves sustentadas en la sugerencia, en ir más allá de lo que cuentan. Lunarias recoge más de un centenar de piezas de literatura efímera agrupadas en tres pequeñas áreas. «Lapidario» sitúa sus microficciones en un cementerio y está protagonizada por su fauna de enterradores, amantes suicidas, visitantes nocturnos, muertos en vida… «Feriantes» nos traslada al mundo de la farándula, a un circo donde una macabra troupe de payasos, equilibristas, trapecistas, freaks… dan rienda suelta a sus instintos más desviados. «Lunarias» toma un manicomio más allá de las locuras que podamos imaginar. Tres lugares narrativos distintos en los que Alfredo Álamo pone en marcha los motores que mueven la microficción. Esas acciones que trascienden su desenlace y fuerzan al lector a completar la última frase con lo que ocurre después y queda sugerido; los giros finales que pervierten el relato y le dan un nuevo sentido a las dos frases anteriores; la subversión de los lugares comunes en los que se asientan y empujan al lector hacia regiones incómodas. A veces mucho.
Lunarias me ha hecho pasar seis o siete buenos viajes de tren (son trayectos cortitos de menos de un cuarto de hora). Cosa que no es baladí.