Se asume que la carrera de Iain Banks está escindida en dos: en una «esquina» los libros publicados bajo este nombre, los comúnmente aceptados como mainstream y destinados a un público más «generalista»; en la otra aquellos editados con la M. separando nombre y apellido, la marca de la ciencia ficción pura y dura. En su 95% space opera desacomplejada que tanto se mueve por derroteros más maravillosos como penetra en una faceta más, digamos, «social». Sin embargo, después de haber leído unos cuantos de los publicados con el primer nombre, encuentro una división muy clara entre ellos. Unos en los que alumbra unos personajes más cuidados, crea una voz o una perspectiva genuina a través de la cuál relata la historia, dibuja un escenario sugerente… Y otros que parecen escritos en el doble de tiempo que Michael Moorcock parió alguna de sus novelas del Campeón Eterno (es decir, dos fines de semana), siguiendo técnicas próximas al bestseller. Su desnaturalizada tercera vía. Novelas en los que cuesta encontrar la personalidad y los golpes de genio presentes en La fábrica de avispas, El puente o, por lo que cuentan, la increíblemente inédita The Crow Road (increíble no por su calidad, que habrá que comprobar, sino porque es mucho más alabada que cualquiera de las novelas que publicó Mondadori cuando lo editó a finales de los años 90).
Hace dos años comenté El Negocio, novela con un buen tono medio en la que Banks esbozaba una visión del mundo de las megacorporaciones supranacionales enfrentadas a algunos de los problemas que más les preocupan (la posibilidad que los estados nación todavía les pudiesen buscar las cosquillas; algo que los hechos han demostrado de una ingenuidad supina). Ahora he leído Juegos de familia, publicada en el año 2007 con el título de The Steep Approach to Garbadale, con la que mantiene una cierta unidad narrativa y argumental. Su historia se mueve en el entorno de las empresas familiares y cómo tratan con el momento en el que una sociedad anónima pone sobre la mesa todo lo necesario para hacerse con ella. En este caso una familia que gracias a un juego, Imperio, ganó una fortuna que ha mantenido durante más de un siglo. Un valor que, además, les ha proporcionado un estatus especial que la reciente oferta de una empresa estadounidense amenaza con quebrar; pasarían a ser multimillonarios a costa de perder la característica que les ha diferenciado del resto de familias. Pero si en El Negocio al menos destacaban su protagonista y ciertos personajes extravagantes, en un tono general de absoluta convencionalidad, en Juegos de familia apenas encuentro nada que invite a recomendar su lectura. De hecho es, con diferencia, la obra de Banks más «blanda» que he leído. Si no me fallan los cálculos, ocho en total.
En sus páginas su protagonista absoluto, Alban, se enfrenta a varios retos relacionados en su mayoría con los Wopuld, los dueños de Imperio. Reorientar el voto de la mayoría de sus familiares para que decidan no vender a una gran corporación de EE.UU. después de que, unos años antes, se deshiciese de la mayor parte de su paquete por desavenencias internas. Superar de una vez la obsesión hacia su prima Sophie, de la que lleva enamorado desde la adolescencia y a la que no ha podido olvidar. Revelar el enigma, recién descubierto, que atañe a su nacimiento y al posterior suicidio de su madre. Aclarar la relación sin compromiso que mantiene con una matemática…
Mucho donde cortar.
No obstante, lejos de centrarse en ellas, un tercio de Juegos de familia es un viaje por Gran Bretaña para conocer a varios de los Wopuld, supuestamente cruciales a la hora de llegar la votación. Un viaje que, si destaca por algo, es por su lastimosa atonía. En su recorrido (y en el recuerdo de sus encuentros pasados con esos y otros personajes) no hay nada parecido, por ejemplo, a aquel muchimillonario que había convertido en un inmenso campo de tiro un rancho entre Nebraska y Dakota del Sur de El Negocio. Un par de simpáticas viejecitas un poco mal de la chaveta, un padre preocupado por lo que se suelen preocupar los buenos padres, gente de taitantos entregados a su trabajo con dedicación absoluta, jóvenes que disfrutan al límite de su fortuna antes de dedicarse a los asuntos de la familia… Todo es normal, vulgar, plúmbeo… Un aburrido tour por las diversas superficialidades de la vida moderna si eres joven/viejo y tienes dinero. Mucho dinero. Sólo el protagonista, y a ratos, sale de la insipidez cuando nos lleva por los caminos que le condujeron a enamorarse hasta el tuétano de su prima.
Apenas existen retazos del Banks constructor de voces poderosas. La delicada narración del suicidio de la madre de Alban; el recuerdo de cómo este atesoraba y adoraba nimios objetos que pasaban por las manos de Sophie cuando la amaba en secreto; las últimas 100 páginas con diálogos y situaciones que, por fin, llegan a algún sitio. Fragmentos demasiado dispersos como para hacer olvidar la mediocridad del conjunto. Escaso bagaje para una novela, por lo demás, un tanto inflada que debería haberse trabajado más. No hay más que observar un par de alegatos antiamericanos que más parecen entrar por dar un poco de «carga» ideológica que por ser coherentes con lo leído anteriormente.
No puedo dejar de preguntarme en qué estaba pensando el editor de La Factoría para iniciar, y no sé si terminar, la publicación de nuevas obras mainstream del autor escocés con Juegos de familia. Muy mediocres han de ser el resto de las inéditas para que esta novela desnaturalizada, casi sin sustancia, fuera su mejor opción.
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