El sábado 26 de Marzo estuve por Madrid con un grupo de amigos para ver The Wall. El show en el que, treinta años después, Roger Waters recrea los escasos conciertos que diera Pink Floyd a comienzos de la década de los 80. Una gira espectacular en todos los sentidos que daba forma al que era, probablemente, su mejor disco pero que, también, fue ruinosa: dejó las finanzas del grupo al borde del abismo y supuso una piedrita más en su camino hacia la desintegración.
Poco puedo decir sobre The Wall, uno de los discos más reconocidos de la historia del rock, que no conocidos (creo). Personalmente, estuve muchos años escuchándolo fascinado sin apenas penetrar en él hasta que lo contextualicé tras ver la película de Alan Parker. Una epopeya íntima sobre los demonios, externos e internos, que nos amenazan y nos modelan a su imagen y semejanza. Una narración de lo más actual, como bien señala en propio Waters en su página web, para recordar el camino que nos lleva a los muros que construimos a nuestro alrededor.
El hecho es que la puesta en escena es apoteósica, acorde a la ópera que se presencia. Y si se conoce, más o menos, la letra de cada canción, se enlaza perfectamente con la historia. Los delirios fascistas del protagonista, Pink, acompañados de la parafernalia habitual de esta ideología (los uniformes, las banderas, los desfiles, las arengas altavoz en mano…); la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial, incluyendo el ametrallamiento de la multitud por un avión que acaba chocando contra el incipiente muro que se construye durante el show; la aparición de diferentes muñecos hinchables representando a los personajes que modelan a Pink (el maestro, su madre, su novia); el grupo de niños, que no canta «Another Brick In The Wall» (como se ha dicho en casi todos lados) pero que se integra bastante bien en la canción; la construcción del muro durante todo el primer acto, lento pero sin pausa, terminando con Waters cantando el «Goodbye Cruel World» a través del último hueco disponible; el «Nobody Home» representado en una habitación abierta en uno de los laterales del muro; el delirio de Waters en «Comfortably Numb» cantando a dúo con su alter ego delante de su muro; las espectaculares proyecciones sobre el muro que lo llenan de vida y significado (incluyendo el vídeo «Collateral Murder«, liberado por Wikileaks hace un año);…
Todo con un sonido que no se pasa con la intensidad, limpio, nítido, como ninguna vez se ha escuchado en el Palacio de los Deportes.
Inolvidable.
Como curiosidad, la representación no deja de tener sus contradicciones. Mientras la banda toca «Goodbye Blue Sky» tanto en la pantalla como en el muro se proyectaban imágenes de bombarderos B52 arrojando sobre las ciudades logos de religiones, sistemas económicos, corporaciones…
Y, claro, a escasos metros de la pantalla circular central se podían ver varios logos de Mahou y M80, los patrocinadores de estos conciertos en Madrid. Por fortuna no cayeron sobre nosotros (aunque pagar 10 euros por menos de un litro de cerveza sí que tiene mucho de mazazo o barrera).
Supongo que no hay rebelión posible desde fuera del sistema. Ni desde el extrarradio.
De los temas, puestos a quedarme con uno solo, lo hago con la interpretación de «Mother»; las preguntas que Pink le hace a su sobreprotectora madre y que Waters cantó a dúo con un Waters treinta años más joven, más miserable y más jodido (eso confesó antes de comenzar a tocar). Una canción hermosa, llena de preguntas que todos nos hemos hecho, acentuada por los convulsos tiempos en que vivimos y con ese aldabón proyectado en el muro a la pregunta «Mother Should I Trust The Government?»
El gran problema: las putas cámaras. Cámaras sin las cuales esta entrada habría quedado huérfana de vídeos (a la espera de que salga el concierto en DVD en una grabación que se va a hacer en Londres, a ver si con esa esperada reunión con David Gilmour), pero que, a pie de pista, fueron una pequeña tortura. ¿Qué sentido tiene pagar 50 euros y pasarse dos horas y media con el brazo en alto grabando algo que, dentro de unos meses, tendremos disponible con la mejor calidad de imagen y sonido posible? La sublimación de este comportamiento, una parejita que tenía delante: él grabándolo religiosamente en un móvil de hace, lo menos, cinco años y, cada poco, enseñándole a su novia el fruto de su trabajo (durante segundos y segundos, perdiéndose el concierto).
Contra la estupidez, los propios…
Me han entrado ganas de volver a ver la película. En este fin de semana de fiesta cae.