La vieja guardia

A raíz de la discusión que ha surgido en Prospectiva sobre si existe una ciencia ficción española, promovida por José Ramón Vázquez, he recordado que tenía escrita una reseña sobre La vieja guardia. Y me he dado cuenta que, ¡joder!, no la había publicado. Así que, aun siendo un pelín larga y que mantiene la redacción de hace dos años (verano de 2007), la recupero aquí. Tengo la sensación de que fui demasiado duro con la novela y con Scalzi cuando, me da, tenía otras pretensiones que los autores de las novelas que cita Cory Doctorow en el criminal blurb de cubierta que acompaña a la edición de Minotauro. Pero a mi me enseñan un capote y embisto que da gusto.

No era totalmente consciente del calibre de la crisis que atraviesa la ciencia ficción escrita en EE.UU. hasta que he leído, de forma consecutiva, un par de libros de reciente traducción: El monstruo de las galletas, una recopilación de dos novelas cortas de Vernor Vinge galardonadas con el premio Hugo en dicha categoría en los años 2002 y 2004 (que no se va a valorar en el este comentario), y La vieja guardia, considerada una de las mejores novelas del año 2005, la única novedad de ciencia ficción que ha publicado durante el último año una editorial de la relevancia de Minotauro y alabada por la mayoría de sus lectores como uno de esos libros que anima a seguir leyendo género. Incluso conviene citar la frase promocional de Cory Doctorow que figura en el texto de contraportada, calificándola como «apasionante y de una originalidad sorprendente. Sin los sermones de Tropas del espacio y con mucho más sexo que La guerra interminable. Divertida, triste, auténtica».

Ya se sabe que estas sentencias distan una enormidad de ser las opiniones más veraces que se encuentran en el mundo del marketting literario, pero a Doctorow se le presuponía el suficiente sentido común como para quedar menos expuesto con una afirmación tan endeble que establece una comparación en la que La vieja guardia no da la talla: fracasa como puesta al día de la controvertida Tropas del espacio de Robert A. Heinlein y carece de las virtudes que convierten a La guerra interminable de Joe Haldeman en una de las mejores, sino la mejor, obra sobre la guerra que ha producido la ciencia ficción (prefiero no entrar en el tema del sexo; parece que Doctorow ha leído un texto distinto al que se ha traducido). Para rematar el pastel su autor, John Scalzi, apenas consigue hilar una historia de aventuras bélicas liviana y trasnochada que acumula algunos de los síntomas que, como decía anteriormente, sitúan a la ciencia ficción estadounidense en uno de los peores momentos de las últimas décadas. Veamos por qué.

John Perry ha cumplido 75 años y se dispone a cumplir el contrato que firmó hace diez con las Fuerzas de Defensa Coloniales; el ejército que mantiene a salvo los planetas ocupados por la humanidad y que usa a ancianos que llegan a esa edad como carne de cañón. Claro está, combatir con los achaques propios de la edad es un suicidio en toda regla, por lo que se desechan sus cuerpos y se introducen su mentes en unos nuevos, clonados a tal efecto, para que, después del entrenamiento, puedan liarse a tiros con todos los alienígenas malos-malísimos-de-la-muerte que desean poner sus tentáculos sobre los planetas que nos pertenecen por derecho de conquista.

Scalzi desarrolla las peripecias de Perry a partir de las mismas herramientas que utilizaron previamente Heinlein y Haldeman para escribir sus novelas, comenzando con esa primera persona mediante la cual Perry relata los motivos que le llevaron a alistarse, el primer encuentro con sus camaradas, cómo disfrutan de sus flamantes cuerpos a lo adolescente sin complejos, su entrenamiento hasta convertirse en soldados, sus combates allí donde le envían… en un esquema que se aleja del estereotipo tanto como lo hace una recta de su correspondiente paralela. Salvo dos detalles. Fiel al narrador que ha elegido para conducir el argumento, frente al joven, gris y moldeable Johnny Rico de Heinlein o la evolución a la que los acontecimientos sometían al William Mandella de Haldeman, parte de una personalidad casi estática en un momento vital opuesto a los anteriores que asume sus escasas probabilidades de supervivencia y que aborda la narración con la mordacidad desencantada del que no tiene nada que perder.

Asimismo, consciente que los escenarios y los instrumentos ideados por la ciencia ficción en las últimas décadas han dejado un tanto desfasadas las formas de hacer la guerra de estos dos autores, Scalzi introduce una serie de modificaciones que actualizan la iconografía bélica con el objetivo de modernizar la envoltura de la trama. Una estrategia observable, por ejemplo, en la Inteligencia Artifical con la que cuenta cada soldado para apoyarle y que se encarga de potenciar sus capacidades como en su momento hicieron las armaduras con las que combatían los soldados de Heinlein y Haldeman.

Y aquí se puede decir que concluye toda la novedad de La vieja guardia, un simple lavado de cara a un cliché que, lejos de buscar una cierta solidez y/o profundidad, se abandona a su propia inconsistencia.

Sintomático es lo que sucede con la voz de Perry y el moderado cinismo con el que relata la llegada de un hombre de 75 años al cuerpo de elite del ejército, atemperada en cuanto comienza su entrenamiento y definitivamente encallada cuando entran en acción el contenido bélico y, más tarde, el «romántico». Momentos en los que la novela deviene en una sucesión de batallitas a la mayor gloria de la ciencia ficción pulp de los años 30 y 40, con unas situaciones disparatadas y unos alienígenas de folletín barato.

También resulta significativo el sustrato ideológico de la historia, en una primera aproximación soterrado bajo la intrascendencia general del conjunto. La guerra es dura, los combatientes se sacrifican por sus compañeros, se ven sometidos a situaciones límite, cometen errores, descubren que los muertos antes de cumplir su contrato de alistamiento son «revividos» y puestos a combatir… pero la superficialidad es apabullante: las motivaciones que originan los enfrentamientos son casi siempre ridículas, no hay el menor cuestionamiento por parte de los soldados de su papel, la crueldad del conflicto es equiparable al de la mayoría de películas de propaganda que se rodaban durante la Segunda Guerra Mundial…

Da mucho que pensar que las fuerzas coloniales que rodean a Perry estén formadas exclusivamente por reclutas provenientes de EE.UU., guardianes de la «correcta» extensión por el espacio de la especie humana frente a un enemigo exterior que o bien desea la destrucción de la humanidad o bien es incomprensible o bien ambas cosas a la vez. O el pasaje en el que Scalzi se abona al más pueril espíritu neocon de la mano de un senador rejuvenecido, demócrata para más señas, que, contraviniendo las órdenes que le han dado, se «cuestiona» los motivos de la lucha e intenta dialogar con los alienígenas contra los que se supone que está combatiendo. Un intento que, sobra decir, termina con el «estúpido» muerto y toda su compañía comprometida y que sirve para «aprender» que por algo un soldado jamás se cuestiona las órdenes que recibe.

No obstante lo más preocupante no surge de lo mencionado, manifestaciones de su carácter de serie B para pasar el rato con ganas de sembrar doctrina, sino en su desidia por alejarse de esta condición y su escasa voluntad por suspender de la incredulidad. No es sólo que el universo en el que tiene lugar sea tan inverosímil como simplón o los personajes se comporten como seres de comienzos del siglo XXI, fraguados en una sociedad que es esencialmente la nuestra y viajando, por aquello de dar el pego, en grandes naves espaciales. Apenas hay elementos que pongan de manifiesto un cambio, una variación respecto a nuestra forma de concebir la sociedad, las relaciones personales… el mundo. O, ya puestos, que tengan un doble sentido, un contenido metafórico medianamente elaborado. O muestren una voluntad de ahondar un poco en los personajes. De hecho cuando se presenta la oportunidad de profundizar en esta vertiente se pasa de puntillas, cuando no se evita.

El caso más evidente lo tenemos en los gadgets tecnológicos a los que me refería. Tomemos por ejemplo el viaje espacial. Scalzi hace uso del denominado salto: las naves «saltan» de un punto a otro de la galaxia como si hiciesen un viaje en el hiperespacio (así se evita la «complicación» propia de una guerra en la que para llegar a otro sistema solar se emplearían 200 años). Pero, como descubre Perry a mitad de la novela, no se llega al mismo universo sino a uno paralelo casi idéntico al nuestro en el que todo pertenece a ese otro universo excepto lo que se ha desplazado en la nave. No obstante, el shock que esto debería suponer (por mucho que se hayan visto cosas «maravillosas», la revelación es de aúpa) se transforma en un, como diría el Maki, «po fale, po bueno, po malegro» al que no se le saca el menor partido. Mero atrezzo para reafirmar que la historia se desarrolla en un futuro (no importa si mucho o poco creíble) y no en el presente.

No me resisto a comentar cómo trataba La guerra interminable este asunto. El viaje se realizaba a través del denominado salto colapsar; un desplazamiento entre dos puntos de la galaxia utilizando un agujero negro que permitía vencer las limitaciones propias de la velocidad de la luz y mediante el cual Haldeman explotaba el potencial alegórico de la relatividad y la diferente percepción temporal experimentada por los cuerpos según a la velocidad que se desplacen (lo que se explica popularmente con la llamada paradoja de los gemelos). Sus soldados, tras haber combatido un par de años, volvían a una Tierra donde habían pasado varias décadas, habían perdido a parte de sus seres queridos mientras casi no reconocían a los supervivientes. Una forma de potenciar el extrañamiento de los combatientes cuando retornan a un hogar pues ni éste ni ellos son los mismos (un sentimiento del que Haldeman sabía mucho pues combatió en Vietnam).

Cualquier parecido es mera coincidencia.

En el fondo La vieja guardia más que un homenaje es un romo ejercicio retro que evidencia lo triste que puede ser la ciencia ficción «ensimismada», circunstancia que comparte con tantas otras novelas que año tras años son candidatas a los grandes premios que se otorgan en EE.UU. En un momento en que sus autores debieran mirar hacia adelante y continuar una progresión que parecía tener hace dos décadas (y que sí se ha dado en parte del género que se ha escrito durante este tiempo en el Reino Unido), se han sumido en una autocomplacencia que les ata a lo peor de su tradición mientras olvidan, o prescinden, del camino abierto por una serie de autores que, habiéndose criado en un mismo bagaje, supieron hacer algo más que aventura por la aventura o especulación por especulación. En esta tesitura La vieja guardia es una vuelta a la más mediocre ciencia ficción de naves grandes, pistolas de rayos y monstruos de ojos saltones.

Personalmente, puestos a leer ciencia ficción aventurera, militarista y políticamente tendenciosa, me resultan más atractivas las frenéticas historias de Honor Harrington escritas por David Weber o la elegía de la marina británica del siglo XVIII que hace David Feintuch en su serie de Seafort. Con la misma y escasa relevancia literaria, un pulso narrativo similar, protagonistas más satisfactorios y villanos de opereta menos estúpidos. Aunque, claro, no son alabadas con palabras tan grandilocuentes como las de Doctorow.

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18 respuestas a La vieja guardia

  1. juan232 dijo:

    Estoy de acuerdo contigo magnífica novela.

  2. Kaesar dijo:

    Pues lee «Las brigadas fantasmas» y llorarás.

    La vieja guardia es mala, pero la otra….

  3. jgm dijo:

    cuando veas un capote, mejor embiste, por favor

  4. Nacho dijo:

    Ooooops. Gracias por la corrección.

  5. Cris dijo:

    A mi no me parece tan malo, es más, me resultó bastante entretenido (que ya es algo en los tiempos que corren)

  6. Eloi Puig dijo:

    Pues a mi me gustó (Y bastante). De la misma manera que me gustan otros space opera a lo Miles Vorkosigan por ejemplo. Ah! Y «las brigadas fantasma» mejor aun. 🙂

    Saludos,

    Eloi

  7. Eloi Puig dijo:

    Hmm… de todas formas, Nacho, creo que comparas obas muy dispares. Tanto «La guerra interminable» como «Tropas del espacio», dejando a un lado su carácter bélico (o mejor antibélico) són obras que invitan a la reflexión, son más trascendentales.

    En cambio «La vieja guardia», aunque tenga alguna aportación filosófica (sin desarrollar demasiado es cierto) no creo que pretenda ser mas que una una obra para divertirse y pasarlo bie.

    Es como comparar una novela de contactos como «Solaris» con «Marciano, vete a casa»…

    Saludos,
    Eloi.

  8. Nacho dijo:

    No creo que la comparación que estableces sea equiparable; «Solaris» y «Marciano» son dos oblas completamente opuestas. Si se compara han de ser dentro de la misma categoría. Y se me ocurren otros títulos con los que sale perdiendo como la serie de Dorsai de Gordon Dickson. Igual de divertida y con bastante más chicha. En todo caso, a mi no me mires. Cory Doctorow marcó el camino y yo me dediqué a seguirlo 😉

    Y Cris, te doy la razón. La novela es entretenida, se lee en un suspiro y eso hoy es algo muy a tener en cuenta. Hay novedades que se me quedan atascadas meses sin que me anime a terminarlas. Al menos Scalzi consiguió un buen matarratos.

  9. Eloi Puig dijo:

    Vale, he exagerado mucho comparando «Solaris» con «marciano, vete a casa», pero me refiero a que no ha que tomarse a la serie de La Vieja Guardia como algo trascendental, que invite a reflexionar etc… como es el caso de «La guerra interminable». Yo me las tomo como un soace opera més, entretenido y muy ameno (que no es poco).

  10. Risingson dijo:

    Eloi, no estoy para nada de acuerdo en poner la «trascendencia» como valor positivo. Y eso ya lo he comentado varias veces: parece que infravaloramos las novelas entretenidas, cuando muchas veces una novela que parece simplemente entretenida tiene muchísimas cosas por detrás.

    Sin haber leído esta, vamos. Pero teniendo en mente cosas tan inteligentes como ciertos libros de la Bujold.

  11. Risingson dijo:

    Y teniendo en cuenta, añado, que «La guerra interminable» me parece un pufo porque sus prospecciones sociales son un auténtico despropósito. Con maquillaje. Colega, Haldeman, que estamos en los 70, sal a la calle y aprende!

    Eso sí, la parte guerrera y de estiramiento temporal me gustó mucho. Todo lo que no se refiere a personajes o caracteres.

  12. Foe Hammer dijo:

    Estoy de acuerdo con Risington. Haldeman es uno de los peores creadores de personajes que he leído, lo cual demuestra en otra novelas en las que no tiene la relatividad temporal para salvarle la cara.

    Y si ya de por sí La guerra interminable y Tropas del espacio tienen la profundidad justa para colocarse un peldaño por encima de las novelas de simple entretenimiento, no quiero imaginarme como es una novela que parece intrascendente en comparación con estas dos. Seamos sinceros, cualquier novela ambientada en un entorno bélico muestra de una forma u otra la alienación que sufren los que la viven, y tanto Heinlein como Haldeman evitan profundizar mucho, sólo tocan tangencialmente ese aspecto.

  13. Nacho dijo:

    Si piensas eso de ambas, sobre todo de «La guerra interminable», imagínate cómo será el caso de la novela de Scalzi. Aunque no estoy nada de acuerdo con lo que comentas de Haldeman; yo sí creo que es un buen creador de personajes. Y no pienso sólo en su novela «endiosada» (para mi justamente), sino de otras muchas que ha escrito después. Para mi el mejor caso es «La llegada» en la que se mueve como pez en el agua entre una docena de personajes muy bien perfilados y que no son vulgares estereotipos.

    Pero volviendo a «La guerra», a mi sí que me parece que trasnmite adecuadamente tanto la alienación del combatiente en medio del conflicto y cuando vuelve a casa (sin llegar al nivel de, por ejemplo, las novelas de James Jones). No sólo porque él lo viviese en sus propias carnes sino porque esas experiencias se respiran en esa novela y en otras como «Recuerdo todos mis pecados».

  14. Risingson dijo:

    La Llegada me pareció una vergüenza, Nacho. Pero una vergüenza enorme, ya no sólo en personajes, sino en construcción de la trama, con un final que me hizo tirarlo a la basura directamente (really). Es decir, tienes por ahí a Benford o a Wilson, autores que especulan y se curran personajes porque no quieren santificar a nadie, y luego Haldeman que simplemente es un torpe. Un torpe que como el amigo del Nota, no para de hablar de sus experiencias en Vietnam (cosa que sí hace, una vez tras otra, con sentimiento y habilidad). Pero para eso me quedo con Lucius Shepard.

    «Recuerdo todos mis pecados» la recuerdo con mejor gusto, no obstante. Ese tono paranoico pulpero new wavero me llegó bastante.

  15. Nacho dijo:

    Sí, el final era malo. Mejor, no obstante, que el de «Compradores de tiempo» o el incomprensible de «El engaño Hemingway». Pero no se lo tengo muy en cuenta porque me gustó mucho el ejercicio de estilo de ir concatenando personajes según iban apareciendo en la acción. Y, repito, los personajes y la construcción de la historia me funcionaron muy bien. De la trama no creo que se pueda hablar porque era tan sencilla que no resultaba muy complicado hacerla bien.

    Wilson, Benford… depende. Hay novelas que me convecen más otras en los que ni por asomo. No es lo mismo «Spin» o «Los Cronolitos» que «Darwinia» o «Testigos de las estrellas» (donde casi casi cae al nivel de Robert J. Sawyer). Y con Benford habría que hilar muy fino.

    Jeje, me gusta la etiqueta pulpero new wavero. Casa muy bien con ciertas obras que beben de los años 40 y 50 pero con las inquietudes típidas de los 60 y 70.

  16. Risingson dijo:

    Eh! Que «Testigos de las estrellas» tiene un tema metaliterario la mar de majo!

  17. Nacho dijo:

    Sí, metido de lleno en la trama humana más pobre que le he leído a Wilson. Creo que es una obra menor en su producción, aunque tiene ideas y fragmentos cojonudos. Todo lo que rodea a la observación de los alienígenas es de primera magnitud.

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