Notarán que en las últimas semanas el nivel de «posteo» del señor aburreovejas ha disminuido. Primero a una cadencia cada dos días y, ahora mismo, al (casi) vacío más silencioso. Secuelas del fin del verano, comienzo del curro, destinar parte del tiempo libre a la confección de todo lo necesario para el correcto comienzo del curso (horarios, listas, documentación varia, boletín informativo para padres,…), echar unas partidas a la Gamecube que mi hermano ha abandonado a mi cuidado,… Y mañana me voy tres días a Picos de Europa (tengo entre ceja y ceja subir andando hasta Vega de Urriello, base del Naranjo de Bulnes, pero me da que no me van a dejar hacer una ruta de mil metros de desnivel a estas alturas del «curso»). Sin embargo, inasequible sigo en la intención de seguir dando guerra a la manera habitual, aguzando al máximo mis mesméricas artes para aletargar ovejas.
Hace poco más de una semana terminé Clara y la penumbra, novela de José Carlos Somoza que me ha dejado impactado. Tenía en mente las bondades que Julián Díez había escrito sobre ella en un comentario para Bibliópolis o Alfonso Melero para El sitio de ciencia ficción (me pregunto si la persona que escribió la otra opinión que figura en este enlace leyó la misma novela); la recomendación de la persona que me lo había prestado, Manuel de los Reyes; y el recuerdo de la otra novela de Somoza que había leído: La dama número trece. Las 150 primeras páginas supusieron un pequeño, llamémosle, shock, mientras que el resto de la novela me ha dejado un recuerdo maravilloso. (EMHO) Probablemente estemos ante la mejor novela de ciencia ficción especulativa que se ha escrito en España (palabras mayores) y, sin duda, la más importante escrita en los últimos años, aunque, como es habitual, resulta desconocida para la mayor parte de los lectores de género (entre los cuales me incluyo), demasiado focalizados en sus lecturas de dentro como para prestar atención a lo que viene de fuera. Como dice Julián Díez, supone
un ejemplo de lo que podría ser una vía sencilla para que la ciencia-ficción española se extendiera más allá de su actual mercado limitado: ¿cuándo nuestros autores abandonarán la metarreferencialidad, cuando dejarán de suponer que es el gran público el que debe acercarse a sus propias pautas en lugar de darle ellos al gran público un producto que, como éste, pueda deglutir sin inmutarse?
Eso sí, discrepo en lo del calificativo «sencilla», porque hay que trabajar duro si se quiere escribir algo así.
Para que se hagan una idea de por donde apuntan los tiros, el ejercicio de creación que encara Somoza es equiparable al que realiza, por poner un nombre que ha sonado mucho en los últimos meses en los ambientes del fandom, Ted Chiang en su relato «¿Te gusta lo que ves?«. Para los que no lo hayan leído, en él Chiang realiza un «documental» sobre el impacto que tiene en una universidad americana un referéndum en el que se decidirá si sus estudiantes deberán someterse a la caliagnosia; un tratamiento que impide la percepción de la belleza en los rostros de la gente. A través de sus diversas secuencias nos aproxima a su necesidad, los pros y contras, los tejemanejes de los grupos de presión asustados de las potenciales consecuencias de su aprobación, la evolución de la campaña y su resolución, escrutando en lo más hondo de esa sociedad de la imagen en la que vivimos inmersos y que condiciona incontables facetas de nuestra vida.
En Clara y la penumbra se sitúa a la sociedad actual ante una nueva forma de arte: el arte hiperdramático; un espejo nada deformante en el que ver reflejados una serie de características que no nos son ajenas.
El arte HD consiste en coger un modelo, pintarle de una determinada manera, situarle en una posición fija bajo una iluminación estudiada, colocar alrededor suyo un determinado atrezzo y exhibirle durante x horas al día en un museo, sala de exposiciones, salón de casa,… Aunque mejor recurrir a un fragmento de la obra para describirlo. Es un diálogo entre el inspector Braun, miembro de la policía de Viena que estudia la muerte de un «lienzo» obra de Bruno van Tysch, y April Wood, la jefa de seguridad de la fundación van Tysch.
– Deme una definición – pidió ella
– ¿Una definición?
– Sí. ¿Qué cree usted que es el arte HD?
«¿Qué pretende ésta ahora?», se dijo Braun. Aquella mujer lo ponía nervioso. Se ajustó el nudo de la corbata y carraspeó al tiempo que miraba a su alrededor, como buscando las palabras correctas en alguno de los rincones de la habitación rojiza.– Yo diría que son personas que se quedan quietas y los demás dicen que son pinturas, ¿no? –contestó.
Su ironía no modificó el semblante de la mujer.
– Justo lo contrario– replicó Wood. Y entonces sonrió por primera vez. Era la sonrisa más desagradable que Braun había visto en su vida–. Son pinturas que a veces se mueven y parecen personas. No es cuestión de terminología, sino de puntos de vista, y éste es el punto de vista que adoptamos en la Fundación.– El tono de voz de la señorita Wood era élido, como si de alguna forma misteriosa, cada una de sus palabras fuera una amenaza encubierta.– La Fundación se encarga de proteger y gestionar las obras de Bruno van Tysch en todo el mundo, y yo soy la principal responsable de la sección de Seguridad. Mi tarea, y la de mi colaborador, señor Lothar Bosch, consiste en impedir que los cuadros de Van Tysch sufran el menor daño. Y Annek Hollech era un cuadro que valía mucho más que todos nuestros sueldos y pensiones de jubilación juntos, detective. Se titulaba Desfloración, era un original de Bruno Van Tysch, estaba considerado una de las grandes obras de la pintura moderna y ha sido destruido.
Somoza urde una especulación de empaque cuidada hasta el más ínfimo detalle. Para abordarla se sirve de dos secciones bien diferenciadas: la investigación del mencionado asesinato del lienzo estrella de una exposición de Bruno van Tysch, que tiene desconcertado tanto a los miembros de la fundación encargados de gestionar el patrimonio como a las fuerzas policiales que se encargan de realizar las pesquisas; y las vivencias que le suceden a un lienzo, Clara Reyes, cuando le llega su deseada gran oportunidad de convertirse en una obra destinada a ser recordada en el futuro.
Con la primera sección se ahonda en lo que podríamos llamar «macrorealidad»: la faceta social, la explotación que se hace del recurso, su importancia económica, la mezquindad de los que detentan su poder, el uso que se hace del arte para reafirmar una posición social, la suspensión de los derechos humanos cuando alguien, en su trabajo, «pertenece» a otro, o su explotación a niveles insospechados. Es anodadante la aparición de los llamados adornos y utensilios, personas que durante un tiempo toman el papel de mesas, sillas, percheros, lámparas,… a nuestro alrededor; la descripción del arte manchado, un enfoque underground en el que se secuestran seres humanos destinados a ser lienzos ilegales en los que la mayoría terminan despedazados, descolluntados, sometidos a mil atrocidades,…; la aparición de una versión del arte más «humano» en la que el lienzo se trata como una persona y si, por ejemplo, está al descubierto y llueve, puede buscar cobijo;…
También destaca el arduo entramado conceptual, un armazón de credibilidad e imaginación intachables, comenzando por la Quietud, la técnica que permite a los lienzos adoptar una postura inamovible por un tiempo disparatado; o los productos químicos necesarios para su correcto trabajo, como pastillas para anular la menstruación, líquidos para evitar la salivanción cuando se tiene algo en la boca, materiales flexibilizadores para evitar lesiones de columna; o la consecuente repercusión en nuestra sociedad, que tanto lo convierte en un nuevo totem cultural que rebasa por completo otras manifestaciones como en sujeto de polémica por su uso y abuso; o la elevación a la enésima potencia de nuestro evidente gusto por lo efímero y el camino que está siguiendo la tecnología actual (casi de usar y tirar), caracterizado a la perfección por esas obras que «caducan» a los dos años y que es necesario reemplazar;…
A su vez con la historia de Clara se penetra en la «microrrealidad»: la historia personal de una chica que tiene la necesidad inevitable de pasar a la posteridad (escalofriante su participación y aceptación en el gran clímax final) y que, a medida que va siendo «trabajada» para convertirla en una obra definitiva, además de su mundo interior, nos descubre los misterios de la creación del arte hiperdramático, donde se sucenden todo tipo de vejaciones a medida que se tensa el lienzo o se realizan sobre ella los bocetos pertinentes que conducirán al dibujo de la obra. Una trama que alcanza su momento cumbre en un absorbente diálogo en el tercer cuarto de la novela (no digo con quien para no romper la sorpresa de los que no la hayan leído y me hayan aguantado hasta aquí), repleto de dobles y triples sentidos, que cobra su auténtica dimensión en el brutal desenlace.
Ambos hilos están equilibrados y Somoza demuestra su buena mano tanto a la hora de secuenciar la trama, crear unos diálogos orgánicos completamente naturales o dar forma a unos personajes variados, que conjugan sentimiento, humanidad, bajas pasiones, ganas de hacer bien un trabajo, oscuros traumas no superados,… No obstante, como apunta Díez en su comentario, Clara y la penumbra aqueja una extensión innecesaria que lastra el conjunto, aletargando en exceso la narración con una serie de decisiones cuestionables que introducen en el «cuerpo» argumental fragmentos prescindibles. Además, con el lógico (y cinematográfico) cambio de registro del final, llegan una serie de truquitos facilones de esos a los que se acude para mantener la tensión de forma antinatural y que a parte de tramposos son evidentes. Y Clara, personaje de empaque que sostiene por sí sola la novela, se diluye por completo en el maremagnum de sucesos a los que nos enfrentamos y pierde toda la relevancia que tenía. Quizás algo buscado por Somoza, porque una vez transformada en «objeto» pierde la humanidad que tenía como «sujeto». Pero no deja de resultar frustrante.
En todo caso, un libro ideal para tomar conciencia que a parte de relatos de fuste, thrillers de diversa índole o aventuras absorbentes, en la ciencia ficción española hay sitio para mucho más. Hasta el punto que el público general lo lee y lo asimila sin ser consciente de que es ciencia ficción de la buena, de esa que llena hilos e hilos en los foros. Y, encima, gusta y gana premios generalistas. Porque, curiosidades de la vida, Clara y la penumbra ganó el Fernando Lara de novela del año 2001. ¿Qué pasó en los Ignotus? No se lo pregunten porque conocen la respuesta…
Con toda humildad -e independientemente de la novela en cuestión- creo que si el gran público, por llamarlo de alguna manera no lee cf, no es por falta de calidad, argumentos, estilos o lo que sea, sino -simple y llanamente- porque la cf tiene mala fama en nuestro país. Y punto pelota. Si la novela en cuestión les gusta, no te aceptarán -salvo rarísimas excepciones- que sea cf. Vaya, que si es bueno, no puede ser cf. Ese es, por desgracia, el sentir mayoritario del público y no creo que «extender» la definición de cf hasta el límite de elasticidad vaya a solventar eso en absoluto.
Una idea inquebrantable. Aunque, en parte, intentaba enfocar cómo al igual que hay obras de ciencia ficción de calidad que no rompen el muro por salir de «dentro», hay otras que vienen de «fuera» y no llegan a un público que debiera ser el más receptivo hacia ellas. Éste es un caso flagrante que por desconocimiento, dejadez, pasotismo,… permanece fuera del circuito de recomendaciones, cuando, al menos, es igual de buena (sino mejor) que gran parte de las que se suelen citar una y otra vez en esa retahila que todos nos vamos aprendiendo de memoria. Sólo hay que leer las votaciones que se están haciendo en sedice. Y lo mismo se puede decir, por ejemplo, de «Novela de Andrés Choz», que además tiene el plus de haber aparecido en la lista de La Factoría.
Nota: Ando descubriendo a varios autores que debiera conocer mejor (Somoza, Merino, Perucho, Cunqueiro) y jode un poco ver la ceguera que llevaba hasta el momento.
Pero este hecho (el desconocimiento, el desprecio, como lo queráis llamar) pasa en muchos ámbitos de la vida.
El más «parecido» sería el musical. Quien le parezca que la música independiente no es más que noise sin sentido, no descubrirá a Pulp, Pixies, Franz Ferdinand, The Strokes, Le Tigre, y un largo etcétera. Del otro lado, los gafapasta más recalcitrantes hacen un mohín de asco a lo que se vende en las grandes discográficas, pero, ¡ey!, ahí es donde publican actualmente R.E.M., Pearl Jam, U2 y los Stones desde el siglo pasado.
Y, o adoptas una actitud ecléctica (ésa que no tienen ni los que no leen fuera de género ni los que se atreven a adentrarse en el proceloso océano futurista), o te pierdes grandes títulos. IMHO.
Pues esta tarde he visto a un amigo mio leyendo precisamente este libro. Y tengo que reconocer que se ha llevado un pequeño disgusto cuando ha visto que podia tratarse de «uno de esos libros raros» que leo yo. Bueno, mas que un disgusto ha sido una sorpresa, porque el lo habia comprado porque le habian recomendado al autor como uno de los principales escritores españoles de suspense. Hemos estado hablando un rato del libro, y la verdad es que entre la reseña de Nacho y lo que me ha comentado el, han conseguido interesarme en el libro y lo mas probable es que me lo lea.
Por cierto, cuando le he comentado que el libro se podria catalogar dentro de la ciencia-ficcion especulativa, mi amigo no se ha llevado las manos a la cabeza, ni ha quemado el libro por ser de ciencia-ficcion. Me atreveria a decir que ni siquiera ha empeorado su opinion del libro. Es cierto que hay gente muy prejuiciosa que piensa que la ciencia-ficcion (y especialmente la fantasia) son para niños, pero es mentira que el gran publico lo cree. No hace falta crear enemigos imaginarios.